ESPECTACULOS
DIEGO topa

Un viaje de pequeñas emociones

La aceitada maquinaria comercial de Disney funciona a la perfección con el cantante-actor.Suceso imparable.

Ilusion. Gracias al programa en Disney Channel, Diego Topa se convirtió en verdadero fenómeno para los más chiquitos.
| Gza.Anita Tomaselli
Por mejor aceitado que, se sabe, esté el mecanismo que pone en escena cualquier cosa con el sello Disney detrás, la atracción imposible de resistir que ejerce sobre los más chicos –y, tampoco está de más decirlo, los adultos– Diego Topa es, para quien está ajeno al universo del entretenimiento infantil, difícil de comprender.
Los números hablan por sí mismos: casi 100 mil entradas vendidas en 57 funciones sólo esta temporada de invierno, gira por el interior y por Latinoamérica, y una despedida del año en diciembre en el Opera Allianz, una de las salas con mayor capacidad de Buenos Aires.
Pero ¿qué tiene ese cantante y actor que está hace más de diez años en la pantalla de las señales Disney que hace que los chicos se desesperen por verlo una y otra vez? Se permitirá a esta cronista hablar de esa experiencia en primera persona: hasta hace poco más de un año, los espectáculos para chicos montados especialmente para las vacaciones de invierno –y cualquier tipo de repetición de programas infantiles, que hoy parecen infinitas con Youtube, tablets y celulares– le resultaban totalmente ajenos y, como se dijo, incomprensibles. Pero los hijos enseñan no sólo a ser madres o padres: también demuestran por qué cuando los productos están bien pensados y hay detrás un interés genuino por provocar emociones, hasta el más escéptico termina sucumbiendo al universo de color y música que proponen. Eso pasa con Topa en la versión teatral de su programa diario, Junior Express (que acaba de estrenar su nueva temporada en Disney Junior).
El planteo de “¡Todos a bordo!”, el show de este año que sigue hasta el 17 de agosto, es simple: trasladar el viaje que hacen Topa y sus tripulantes a bordo de un tren que termina en estaciones diversas –en este caso, un teatro– a una versión de más de una hora con las canciones de los personajes que los chicos ya conocen –los mejores son Doris, la vestuarista, con una voz excepcional; y la versión de Topa como un cocinero algo déspota, Arnoldo, y su fiel camarero Francis, aunque no son los más populares según el “aplausómetro”, que se queda con el trío Los Rulos y el despistado Natalio–. Nadie se decepciona: cada tres canciones, un efecto especial –Topa, Doris o Francis en arneses, lluvia de papeles, serpentinas o burbujas sobre la platea, y así todo el tiempo– sorprenden y los chicos se vuelven locos. Topa maneja con una sonrisa aun hasta lo más predecible, y el playback –evidente– se perdona: a nadie le importa. Afuera venden merchandising (oficial y trucho) y hasta el CD que él prolijamente promociona. Pero los chicos se llevan la cara llena de ilusión y alegría –parece un lugar común, pero no lo es: ésa es la mejor inversión para los padres– y luego, rememoran durante días el encuentro con el ídolo. Casi como cuando sean adultos y disfruten un recital, una obra o una película, pero ¿qué mejor que educarlos desde temprano con el amor por el teatro si es de esta calidad?