Me quedé sin cable, así que vi
Amas de casa desesperadas, con lluvia y mucha
interferencia. Mientras en los cortes reorientaba una antena improvisada con una percha, pensaba:
¿qué suma y qué resta la versión local?
A primera vista, el casting parece acertado. Aunque Araceli es muy virginal para cumplir con
la fogosa Gabrielle de Eva Longoria; Mercedes Morán, como Linette, no tiene nada que envidiarle a
Felicity Huffman; Carola Reyna es un lindo guiño a los fans de Marcia Cross y su Bree, y Gabriela
Toscano se perfila con gracia, aunque tendrá que remar para estar cerca de la inolvidable Susan que
compuso Teri Hatcher. Por su parte, Romina Gaetani da una vecina come-hombres menos agresiva y más
sutil que Nicollette Sheridan y Raúl Rizzo y Nahuel Pérez Biscayart cierran como el viudo loco y su
hijo freak.
Ahora bien, ¿dónde queda Manzanares? Los personajes ¿sufrirán asaltos, secuestros y paranoia?
¿Vendrán a la Ciudad y quedarán atrapados en algún piquete? ¿La Vera de Carola Reina va a ser
lopezmurphysta como Bree era republicana? Las preguntas son muchas: ¿aprenderemos a no odiar la voz
monocorde de Cecilia Roth?
La trama parece comprimida y la traducción sin tamizar es rústica. ¿Los chivos son las únicas
variantes que Polka puede aportar? No recuerdo si la conversación con el terapeuta en la que Freud
es visto como un desagradecido por pagarle a su madre con la teoría del Edipo estaba en el
original. Pero la disfruté y la idea se redimensiona contada en una Buenos Aires con generosa
tendencia al psicoanálisis.
Desperates housewives es la llegada de los cuentos de John
Cheever a la televisión, con una parada obligatoria en el éxito de películas como
Belleza americana. Injertado con un poco de
Mujeres al borde de un ataque de nervios, el cóctel podría
llegar a tener un atractivo real por estas tierras. El futuro de la serie, entonces, es la
tergiversación del original o el aburrimiento asegurado. Por ahora, la cosa es poco más que el
original sin los subtítulos y con un vago aire de country argento.