ESPECTACULOS
alejandro gonzalez iarritu

Una mirada lacerante al ego del artista

El director de Birdman, la película con nueve nominaciones al Oscar, dice que no deseó criticar el sistema de Hollywood, aunque lo hace con los filmes de superhéroes.

Hito. Si gana el Oscar a Mejor Director, sería el primer mexicano en lograrlo.
| Cedoc

Una de las películas más mimadas de los próximos Oscar es Birdman, la nueva y extraña creación de Alejandro González Iñárritu, el director mexicano que surgió con Amores perros y devino un nombre clave del Hollywood “adulto”, con películas como 21 gramos, Babel y Biutiful. La película que se estrena en nuestro país el 12 de febrero ha sido celebrada por su inventiva: muestra a un actor que alguna vez fue un superhéroe en el cine (interpretado por el ahora multipremiado Michael Keaton, alguna vez famoso por su Batman) ensayando una obra en Broadway. Iñárritu ha declarado: “Quería hacer una película sobre el teatro, que es un ámbito donde estuve mucho tiempo, pero cuando apareció la imagen del actor atosigado por su superhéroe y en una espiral de paranoia, con mucho que probar, no pude sacármela de la cabeza”.

Más allá de sus muchas nominaciones al Oscar (que incluyen Mejor Director, Mejor Película, Mejor Guión –junto con los argentinos Armando Bo y Nicolás Giacobone–), Birdman es una película que parece enojada con el Hollywood en calzas, con la sobreabundancia de contenidos infantiles en el cine llamado adulto: “Hay que entender que Birdman es una especie de comedia. Nunca quise hacer una película enojada, que se pusiera a juzgar el mundo que me rodea. Nadie gastaría tanto tiempo de su vida quejándose. Es una película fiel a un personaje, que vive ese contexto de esa forma violenta, y ese contexto no es sólo la industria del cine, sino la forma en que cambió la naturaleza de los medios sociales, la obsesión con lo mediático, con los actores, con lo que dicen los críticos. Quise hacer una película honesta, fiel a un personaje amargado, pero que no fuera una película amargada”.   

—¿Cómo surgió "Birdman"? Es una idea poco común y está filmada, al trucar un constante plano secuencia, de una forma bastante personal.
—Birdman me pareció que podía ser una oportunidad de explorar procesos internos que tuve en los últimos años. Logré despegarme de la voz en mi cabeza, de determinada ansiedad. Soy más consciente del daño que pueden hacer. Me cansé del ego. Es el ego el que hace que aquellos que tienen el poder hagan daño, y se hagan daño (incluso sin darse cuenta).

—Decís que querías ser cercano al personaje de Keaton y su amargura, su espiral, pero parecía que realmente hay unos dardos lanzados contra Hollywood. ¿No ves eso en el film?
—Todos, cuando hacíamos el guión, queríamos hacer una película que tuviera el oído al lado del corazón del film. No creemos que tengamos una posición donde podamos quejarnos o juzgar el estado de Hollywood. El personaje de Keaton está pasando por ese momento del cine y por esos odios. Es un sujeto vulnerable, lastimado. Es su punto de vista. Nadie quiere hacer una película que patalea contra Hollywood. No es interesante.

—Aun así, tenés una escena que es idéntica a una que podría verse en una película con efectos gigantes. ¿Cómo fue jugar con esos modos enormes del cine?
—Divertido. Pero no podría filmar más de tres minutos de eso.

—¿Cuáles fueron entonces los temas de una película tan lanzada al vacío?  
—Como artista, como director, la responsabilidad que puedo llegar a tener es hablar de tu contexto, tu realidad. No faltar a la verdad. Para mí, Birdman fue una manera de explorar el ego, ese peligroso territorio, una forma humana que puede fascinar o que puede ser muy contradictoria y peligrosa. Fue una película que me sirvió para hablar de lo que he experimentado como artista, por aquello que he pasado.

 

La fragilidad del ser

—Hay algo poderoso en los personajes y su obsesión con su ego, ¿por eso la representación que ocupa buena parte del film?
—Me importa poco y nada el proceso de actuación. No es una película sobre eso. Los actores deben dominar los egos de aquellos a quienes interpretan. Y ahí es donde me fascinó la película. El ego es peligroso: nos puede levantar pero también nos puede matar en un segundo. Y si le damos todo el poder, es aterrador. Puede devenir en una cosa de locos.

—¿Por qué querías volver al mundo del teatro?
—Amo el teatro como proceso y la manera de dirigir que se genera en un escenario. Mi más grande maestro fue Ludwik Margules. La distinción de clases entre los actores, de TV y de cine, es más interna que exterior. Actores populares contra grandes actores artesanales que no les importan a nadie y quienes siempre están luchando el uno contra el otro cuando pelean. Sentí que ese conflicto era un contexto rico para explorar la naturaleza frágil del ser humano.

—¿Siempre pensaste en Keaton?
—Desde que apareció la idea del superhéroe, sí. Cuando le dije qué tipo de película era, Keaton no entendía bien de qué le hablaba. Pensó que estaba bromeando. Pero después dijo que sí, y su compromiso fue absoluto. Su bagaje de vida, habiendo sido superhéroe en el cine, y su posibilidad actoral van y vienen del drama a la comedia muy fácilmente, me hicieron ver que era la única opción posible.