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Victoria Ocampo, cine y diversidad

La obra de Victoria Ocampo fue tan extensa y tan diversos sus centros de interés, que muchas acciones que realizó en su vida quedaron en un borroso, casi invisible segundo plano.

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Única. El autor desgrana el estrecho vínculo de la gran intelectual argentina con el cine. Una relación de amor, y también de pensamientos. | cedoc

La obra de Victoria Ocampo fue tan extensa y tan diversos sus centros de interés, que muchas acciones que realizó en su vida quedaron en un borroso, casi invisible segundo plano. Su labor como difusora de la literatura y escritora, su lucha por los derechos de la mujer, ocupan para biógrafos y memoriosos el rol central de su larga vida.

Sin embargo, Victoria Ocampo tuvo intereses muy diversos. Adelantó compromisos y conceptos que hemos incorporado como propios en nuestro sistema de valores, pero de los cuales fue pionera.

Creyó en la multiculturalidad cuando el término no existía. En la década del 20 del siglo pasado se ocupaba de ser puente con la cultura hindú, conoció el pensamiento y trabó vínculo con prominentes personalidades de esa cultura. Convirtió sus casas en centros de recepción de los representantes de las más variadas corrientes de pensamiento y de múltiples estéticas. El diálogo cultural fue uno de los motores de su vida y la razón de la donación de Villa Ocampo a la Unesco, porque coincidió con los objetivos de diversidad que la institución internacional sostiene.

Ningún arte le fue ajeno. Ni siquiera los que nacieron al mismo tiempo que ella y no contaban aún con el prestigio que la antigüedad les brindaba a las artes clásicas. El cine fue una de sus pasiones. No solo le dedicó tiempo vital, espacio en la revista Sur y reflexiones sobre sus creadores sino que también protagonizó algunos desconocidos intentos de producción.

En 1974, dedicó un tomo de la revista Sur a recopilar algunos de los más destacados trabajos que se habían publicado desde 1931 sobre “el cinematógrafo”. Malraux, Borges, Cortázar, Caillois, el gran crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet, entre muchos otros, escribieron sobre su visión de la nueva expresión artística o sobre películas en particular, a lo largo de la historia de esa revista que marcó la cultura de Iberoamérica.

Victoria Ocampo, además de un lúcido análisis sobre el Hamlet que Sir Lawrence Olivier hizo para el cine, recuerda en el prólogo su intención de que Eisenstein y De Sica filmaran en la Argentina y la frustración que por motivos económicos tuvieron ambos emprendimientos. “El  cine necesita mucho dinero”, escribe la autora y ese problema subsiste en la actualidad, a pesar de que las nuevas tecnologías han abaratado los costos y reproducido los modos de difusión.

Gonzalo Aguilar, autor de un excelente ensayo sobre Borges va al cine, escribió un capítulo para el libro Imágenes compartidas, publicado por el Centro Cultural de España en Buenos Aires, con motivo del Bicentenario, sobre las relaciones entre el cine español y argentino, que tuve el honor de coordinar junto con el destacado crítico español Diego Galán.

El libro se inicia con el artículo de Aguilar sobre la película Tararira, que muestra la estrecha relación de Victoria con el nuevo arte, su participación como productora de esa perdida película, dirigida por el poeta rumano Benjamin Fondant –luego asesinado en Auschwitz– e interpretado por el español Cuarteto Aguilar, junto a Iris Marga y Orestes Caviglia, un  ejemplo de integración cultural que anticipa el desarrollo del cine a través de la coproducción y el carácter transnacional que este arte siempre tuvo.

La producción de este filme que reúne a una serie de migrantes, fue precedida por una invitación que Ocampo hizo a Fondane para que diera una conferencia en 1929 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires sobre León Chestov y exhibiera un ciclo de cine de vanguardia para la Asociación Cultural Amigos del Arte, integrada por películas de Luis Buñuel y Salvador Dalí (Un perro andaluz), Man Ray (L’etoile de mer) o René Clair (Entre’acte).

Estas acciones demuestran la percepción anticipada de Victoria de la importancia del cine en el desarrollo de la cultura del siglo XX. En los inicios de la década del 30 advirtió también la importancia de Eisenstein en la construcción del lenguaje cinematográfico e intentó que filmara una película en la pampa argentina.

Ya en los 40 percibió cómo el neorrealismo modificaba los cánones de la narración y entabló una correspondencia con Vittorio De Sica, cultor del género y gran exponente del cine de esos años.

Eduardo Paz Leston publicó un ensayo sobre la relación de Victoria Ocampo y el cine, que indica sus gustos y opiniones sobre un arte que admiró con la misma intensidad con la que abrazaba las manifestaciones de la creación y la inteligencia humana (Victoria va al cine, editorial Libraria).

En una tarde húmeda y lluviosa de Buenos Aires del 2011, en un acto organizado por la Alianza Francesa sobre “Victoria en la Alianza”, Ivonne Bordelois recordó una convocatoria de Victoria Ocampo a jóvenes intelectuales para discutir sobre Hiroshima, mon amour, de Alain Resnais, que había sorprendido en la época por su nuevo modo de abordar la narración cinematográfica.

Esa tarde contó con un  aporte mágico. La correspondencia que recibió Victoria de Eisenstein, De Sica y Louis Malle fueron leídas por Elena Tasisto, que con su voz y decir iluminó el pensamiento y belleza de expresión de sus autores. Se demostró  así  cómo Sur y su directora adelantaron los debates que hoy también agitan las aguas del audiovisual.

 

*Gestor cultural y abogado especializado en derechos culturales.