ESPECTACULOS
Martin Bossi

“Yo también debo tener un ego asqueroso”

Destronó a Gasalla en la cartelera teatral porteña y se prepara para hacer de Alberto Olmedo en cine. Sueña con hacer del Che Guevara.

Star. Desea que lo vayan a ver políticos al Astral, aunque no se siente representado por ninguno. Igual, los escucharía.
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Quizás para sacarse un peso de encima o para no caer en un pecado capital, Martín Bossi es cauteloso para definir su exitoso presente profesional: sobrevivió con creces a la devaluada temporada de verano y destronó a Antonio Gasalla en la taquilla porteña (“ganarle a Gasalla es sólo una anécdota”) con M, el impostor apasionado, con la que celebró los 200 mil espectadores (debutó el 28 de diciembre de 2011) y renovó contrato hasta julio con la sala del Astral. Tras bajar el telón saldrá de gira por Puerto Rico, Costa Rica y España. Además, fue contratado por el programa El club de la comedia en la TV de Chile. “Me quieren tentar porque quieren que el año que viene esté en Viña del Mar”, dice el actor e imitador, quien será el encargado de interpretar a Alberto Olmedo en cine.
—Explotaste en “Gran cuñado 2009”. Cuatro años después, casi un chasquido de dedos, vivís una exitosa actualidad. ¿Lo esperabas?
—No me esperaba un regalo de Dios semejante. Es muy fuerte. Estoy pasando un momento muy feliz, exigido y comprometido. Me están llevando al borde de mí, me ofrecieron hacer en cine a Olmedo, que es un personaje al borde porque él estaba al borde de su corazón. Es el gran actor argentino, no el cómico. Graciela Borges me decía que él miraba como Vittorio Gassman. Me dedico a aprender y, en ese aprender van sucediendo las cosas en consecuencia.
—¿Cómo lo bancás corporalmente?
—Es durísimo. Tiene un precio. Naturalmente rozo lo depresivo. Me paro acá (señala el escenario), y como si fuera un comedor le doy de morfar a mil personas, me voy sin libido, sin nada, no tengo más para dar. Hago mucho deporte, eso me salva la vida: amigos que me abrazan, mantengo bien mi espiritualidad y hago terapia.
Bossi descansa en pose cómoda cual adolescente sobre una de las butacas del Teatro Astral. Faltan dos horas para dar la función de su espectáculo y afuera la gente arma largas filas para verlo sobre el escenario. “Es una locura. Para el fin de semana pasado tenía cinco mil entradas vendidas diez días antes”, reflexiona y quiere despegarse del rótulo de imitador. “Esto es un show de teatro, no de imitaciones, me vincula con la muerte, la locura, la palabra, la danza, la música, el stand up y sin escándalos en el elenco. El boca a boca es infalible”, afirma.
—¿Qué te cambio el éxito? ¿Gustos? ¿Lujos?
—Sigo teniendo el mismo auto y los mismos amigos. Te llaman un poco más, pero no le doy bola. Sí me modificó el espacio donde vivía. Me tuve que mudar, me compré un departamento, necesitaba privacidad. Siempre que abría la ventana había alguien mirando. No me sentía a salvo y necesito sentirme a salvo. Y me cambió el vínculo con la sociedad, no puedo andar en la calle boludeando, se torna incómodo, complicado. No piensen que ando fumando habanos rodeado de minas ni pienso verme en una revista diciendo que salgo con tal modelo. No necesito esa gilada.
—¿Gastás plata o guardás?
—Ahorro una parte, que proviene de mi ascendencia tana, y lo que sobra me lo gasto en ropa, zapatillas, deportes, viajes. Me río mucho de la parodia del artista, de la gilada de salir con modelos. El ego es maldito y seguramente yo también debo tener un ego asqueroso, pero trato de controlarlo. Te vuelve loco.
—Situación: cena de amigos o familiares. ¿Cuál es la imitación que más te piden?
—Gracias a Dios la gente dejó de identificarme con un personaje especial. Me dicen cosas lindas, de mucho cariño, y no “hacete a”. Mi entorno o mis amigos no me piden nada. ¡Les pego! Cuando uno empieza a ser profesional deja de hacerlo. Es como que a un médico le pidan que revise a alguien. Si cuento anécdotas o hablo de una mina, te pongo el cuerpo y humor.
A los 38 años, Martín Bossi afirma que “no estará en la apertura de ShowMatch”, aunque cuenta que hará dos o tres participaciones “en la pantalla que Marcelo decida”. Sobre Tinelli dice que “lo considera un amigo, es un buen tipo”, pero “no apruebo todo lo que hace. Yo nunca dependí de él”. Por su parte, Bossi observa que caracterizar “al papa Francisco es fácil por la ropa e investidura”, sin embargo sostiene que cambió su mirada artística: “No digo ‘salió un personaje y lo voy a hacer’. Estoy investigando otras maneras de expresarme”.
—Siento que cerraste una etapa.
—Sí. ¿Sabés lo que pasa? Es que en este país no se bancan eso. No se bancan no saber si sos puto, heterosexual, cornudo, infiel, soberbio. Hay cosas de mi vida privada que no voy a contar nunca, a los 90 años me van a tener que matar para saber quiénes son mis hijos o si estoy casado. Bánquensela. Puteénme en el escenario, es mi trabajo. El argentino te tiene que encasillar, entonces cuando te corrés se enojan, no gusta. De hecho este espectáculo es una forma de correrme, el que viene a ver a un imitador se va con otra cosa. Me dejó de seducir. Lo hago con cariño, le tengo gran respeto, pero me están seduciendo el cine y el musical.
—Las imitaciones de políticos empezaron en un programa de entretenimiento como es “ShowMatch” con “Gran cuñado”. Pero hoy Fátima Florez hace de Cristina en un programa netamente político. Se corrió del eje inicial. ¿Harías humor político en un programa como el de Lanata?
—Lo haría en cine si tengo que hacer la vida de un político a nivel universal.
—¿Cuál te gusta?
—Me encantarían el Che Guevara y Hitler. Estaría bueno como actor hacer de un asesino hijo de re mil puta. No quiere decir que estés de acuerdo. ¿Cuántos actores hicieron de Hitler, Mussolini, Gandhi? No quiero que me tilden de liviano o que no me la juego. Yo estoy para entretener, divertir: vienen radicales, kirchneristas, hinchas de Boca y de River, y todos se divierten. Te digo: no creo en los políticos desde Kennedy, Lincoln, Macri, Scioli, Cristina. Ninguno me representó. Ojo, pero me sentaría a tomar un café con Macri o Cristina para escucharlos o con Galtieri para pegarle un sopapo o decirle lo hijo de puta que es. Quiero que vengan todos a verme y también los políticos en los que no creo para que quizás se pongan más sensibles y puedan hacer mejor su labor.