La revolución chavista ha caído en su propia trampa. Las medidas que se anuncian no se basan en la
fuerza del líder revolucionario. Son hijas de la desesperación porque nada camina. Ni puede
caminar. Es cáncer. Chávez no hará la tal revolución. No sólo por la inviabilidad intrínseca de su
específico proyecto. Tampoco por las distracciones en las cuales Chávez ha consumido los ocho años
que lleva en el poder. Ni siquiera por la suicida torpeza, hija de la desesperación, con que ahora
trata de recuperar el tiempo perdido. Es que, si estos factores no fueran suficientes, hay en la
naturaleza de las revoluciones venezolanas una constante que Chávez no sólo no puede revertir,
cambiar, transformar ni modificar, sino que se exacerba y potencia en su caso. Esa característica
tiene que ver con la naturaleza misma de las revoluciones, las cuales no son sino alzamientos
-eventualmente legítimos– de quienes están abajo para ponerse arriba y disfrutar de los
beneficios de que disfrutaban aquellos a quienes están reemplazando.
A Chávez lo acompañan revolucionarios legítimos y sinceros, incluso honestos. Pero ésa es una
minoría ínfima. El gran bulto de cualquier universo revolucionario son los vagos, maleantes,
malentretenidos, fracasados -–por deficiencias aptitudinales o de conducta–,
oportunistas y traficantes que en estos procesos ven la oportunidad de medrar. Digo que en la
revolución chavista esta debilidad natural se exacerba, porque, para mejorar la situación de las
mayorías cuya suerte realmente le preocupa, Chávez recurrió a un mecanismo de dádivas cuyo efecto
deformó la relación entre él y esas masas.
Esa relación se convirtió en una gigantesca operación de soborno que ya no tiene marcha
atrás. Lo mismo ha ocurrido con los militares, quienes hoy tienen acceso a niveles de consumo que
la Cuarta República se creyó capaz de negarles mientras, en su infinita estupidez, esos niveles sí
eran disfrutados por los políticos y por los traficantes con quienes entraron en complicidad dentro
de la máquina de corrupción que enterró a la república civil. Chávez no puede escapar a la
ineficacia que está en la naturaleza misma de las revoluciones, ni a la corrupción que está en la
naturaleza de las revoluciones venezolanas, las cuales no son sino gigantescas operaciones de
pillaje.
La utilización del soborno a una clase social completa (“los pobres”) y a un
estamento en particular (los militares), sobre los cuales se mantiene, lo condenan a caminar sobre
una correa sin fin, de la cual no puede bajarse y que cada vez corre más rápido. Tiene que seguir
sobornando o pierde esos respaldos. Este soborno lo ha financiado con el ingreso petrolero, pero la
distancia entre ese ingreso y los costos de la inmensa operación de soborno se va estrechando por
el descenso en los precios del petróleo y el aumento en los costos de soborno –los sobornados
son cada vez más exigentes; esto sin mencionar cargas tan pesadas como la de mantener a Cuba y el
soborno internacional del cual Argentina es caso conspicuo. Si esa tendencia sigue –lo que
parece inevitable–, Chávez será simplemente triturado como entre dos grandes planchas de
acero que se van acercando entre sí. Una, el descenso del ingreso, y otra, el aumento en los
costos. Cuando las dos planchas se toquen, los militares repetirán lo que hicieron el 11 de abril y
la plebe colgará a Chávez con la cabeza para abajo, como a Mussolini. Chávez sabe que esto es así.
La frustración acelera sus procesos psíquicos negativos, impulsándolo a actuar por actuar, sin
reflexión ni cálculo.
La desesperación, que es mala consejera, brota en episodios como el último 17 de diciembre en
el Panteón, donde se vuelve contra Páez como el “traidor” que se quedó aquí tejiendo su
red de poder mientras Bolívar se iba al Sur a liberar pueblos. Está claro que él es Bolívar. ¿Quién
es el Páez aludido en el Panteón? Búsqueselo entre quienes sí saben quiénes son los comandantes de
batallón, detalle clave que Chávez hoy ignora. El iluminado se da cuenta de que perdió el
“timming” y se lanza a la conquista del tiempo perdido, anunciando al voleo medidas que
no se pueden realizar. Anuncia la reversión de los contratos firmados con empresas estratégicas
detrás de las cuales están nada más que la Unión Europea y los Estados Unidos de Norteamérica. Las
minucias son que Jesse Chacón no puede nacionalizar la CANTV como su desatado jefe se lo exige.
Aristóbulo se va porque no se pueden nacionalizar los colegios religiosos como Chávez ordena. José
Vicente, porque allí es el único en saber con qué se come la Política Real. Los seguidores más
leales se miran aterrados. Los otros, la mayoría, buscan algo más que pillar antes de irse. El jefe
ha perdido el control de sus nervios.
Es un momento previo al desastre, vivido antes por Napoleón y Hitler. Los militares se
entienden con la mirada y “Páez” calcula el momento de dar el zarpazo. Viene un cambio.
Chávez todavía podría manejarlo, pero pareciera haber pasado el punto de no regreso.
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Director del periódico El Nuevo País y de la revista Zeta de
Caracas.