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Cambia el imperio romano: aumenta la extranjerización de empresas italianas

Fiat anunció que mudará su sede legal a Holanda, luego de comprar Chrysler. Desde 2008, cuatrocientas firmas de la península fueron vendidas. El fin del ‘made in Italy’.

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Desde Roma
La Fiat se aleja de Italia. Turín, la “ciudad fábrica” que, alrededor de la industria automovilística, ha desarrollado a lo largo de los últimos cincuenta años su identidad urbana no estará tan asociada con Italia: se llamará Fiat Chrysler (FCA), tendrá su sede legal en Holanda, su sede fiscal en Londres, y Turín será una de las cuatro divisiones territoriales, junto a las de Latinoamérica, Norteamérica y Asia.
Mudar la sede legal a Holanda, por la flexibilidad de las normas locales, “permite a los socios tener derechos de votación superiores a las acciones que tienen en mano”, explica el profesor Raffaele Lupi, docente de la Universidad Torvergata de Roma. Así, para los Agnelli será mas fácil mantener el control de la empresa.
La huida de empresas al exterior por razones fiscales –o para aprovechar el costo menor del trabajo en otros países– es un fenómeno viral en el mundo productivo italiano. Si le sumamos la cantidad de empresas compradas por holdings extranjeros, cabe preguntarse si el made en Italy sigue siendo italiano. Desde 2008 hasta 2013, fueron más de 400 las empresas italianas adquiridas por compradores extranjeros.
¿Hay algo más italiano que las boutiques de alta moda de vía Montenapoleone en Milán? Los collares de Bulgari (mil millones de euros facturados al año), el cachemir de Loro Piana (630 millones de euros facturados en 2012), los zapatos de Olga Berluti (100 millones de euros en el mismo año) son más milaneses que Milán. Pero, en realidad, son franceses.
El multimillonario galo Bernard Arnault los compró en los últimos dos años. El Napoleón del lujo, con una obsesión con las marcas italianas y un patrimonio personal estimado por la revista Forbes en 40 mil millones de euros, se está llevando vía Montenapoleone a su casa de a poquito a través del holding Louis Vuitton Moët Hennessy (LVMH).
De italiano queda el estilo, el diseño, pero el capital es extranjero. Obvio que las garantías para el consumidor son distintas de las de antes.
Lo mismo pasa con las motos. La Ducati, casa constructora de motocicletas de Bolonia (1.100 empleados, 606 millones facturados el último año y el campeón Valentino Rossi como ejemplo) ya no es boloñesa, sino alemana. Se la llevó Volkswagen por 860 millones de euros más el blanqueo de una deuda multimillonaria.
Ni hablar del sector alimenticio. Mirando bien en las góndolas de los supermercados, se puede averiguar que el aceite de oliva Bertolli (producido desde 1845 en la Toscana) es propiedad de la española Sos Cuetar, que ya compró el aceite Carapelli y el aceite Sasso. Y que los helados Algida (fundados por Italo Barbiani en 1945), las mermeladas Santa Rosa (existen desde 1968) y el arroz Flora son ingleses desde que los adquirió la multinacional Unilever.
Según Eurispes, los grupos extranjeros gastaron en los últimos cinco años 55 mil millones de euros para comprar antiguas marcas italianas.
¿Quién se hubiera imaginado que Gancia un día pudiera ser rusa, comprada por el oligarca Rustam Tariko? ¿O que la cervecita Peroni fuera surafricana, comprada por el grupo Sabmiller? Ni hablar de los tomates AR: los compró la japonesa Mitsubishi.
Ante tanta extranjerización de las empresas más importantes de Italia, algunos se preguntan si se trata de una nueva caída del imperio romano