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Rusia vive el momento dorado de Vladimir Putin

Aunque la economía del país está debilitada, dos tercios de los rusos quieren la reelección del presidente en 2018. Su éxito se basa en jugadas exteriores como Crimea, Siria y el Rusiagate. Y en la idea de que Occidente está peor.

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Fina estampa. Mientras la aprobación de Trump cae a mínimos históricos en Estados Unidos, Putin bate récords de popularidad. | AFP
Hace un par de días, un estudiante de 15 años le preguntó qué piensa hacer cuando deje la presidencia. Hubo silencio en la sala. Desde una escuela en la remota ciudad de Sochi, la TV pública transmitía en vivo para toda Rusia. Vladimir Putin hizo una pausa, sonrió y dijo: “Pero todavía no decidí si voy a dejar la presidencia”. El auditorio de adolescentes estalló en aplausos.

Ocurrió anteayer en el colegio Sirius, un secundario para chicos brillantes fundado por Putin hace varios años, al que el presidente ruso volvió esta semana de visita para mostrarse amigable con el público estudiantil, un mes después de que miles de jóvenes protestaran en Moscú y San Petersburgo contra la corrupción de la clase dirigente. Esas manifestaciones fueron convocadas por el político opositor Alexei Navalny (Partido del Progreso), quien pretende competir en las elecciones presidenciales de marzo de 2018, aunque es poco probable que la censura oficial permita su candidatura. Para Putin no existe: jamás mencionó el nombre de Navalny en público. El artilugio legal para proscribirlo es que tiene un proceso penal en suspenso.

Pero aún si Rusia fuera una democracia occidental hecha y derecha, Navalny –o cualquier otro– parecería tener pocas chances de vencer al ex KGB. Una encuesta nacional difundida este mes por la consultora rusa Levada Center señaló que el 66% de los ciudadanos quiere que Putin permanezca seis años más en la presidencia. Otro sondeo de la misma encuestadora indicó que, en opinión de los rusos, el mandatario es la segunda figura más importante de la historia del país, sólo por detrás de Stalin. Y nadie puede decir que Levada Center sea cercana al gobierno: hace menos de un año, las autoridades la acusaron de ser un “agente foráneo” por haber publicado algunos números que no le agradaron al Kremlin.

¿Por qué un presidente que censura y reprime es popular en su país? La máxima de Bill Clinton no encaja bien en el caso ruso: la economía tampoco ayuda demasiado a Putin. Aunque en el último año hubo un leve repunte del PBI tras dos años de fuerte recesión, las sanciones comerciales y financieras impuestas a Rusia por Occidente y, especialmente, el precio deprimido del barril de petróleo golpean a la mayor fuente de ingresos de un país con escasa diversificación productiva: las exportaciones de hidrocarburos. Pese a que el banco central logró evitar una crisis financiera, una devaluación del 50% en el último año castigó a los consumidores.

Hay otros factores en juego. En opinión del politólogo ruso Dmitri Badovski, buena parte de la popularidad de Putin se basa en el hecho de que Rusia “entró en la liga de los países capaces de influir sobre las reglas del juego en la política mundial” e incluso de “cambiar fronteras, legitimar y deslegitimar regímenes y dar su propia interpretación del derecho internacional”.

La anexión de la península de Crimea en 2014 se convirtió en uno de los pilares de la estrategia discursiva de Putin en torno al supuesto renacimiento de la llamada “Gran Rusia”, acompañada de alusiones oficiales permanentes a figuras como el zar Pedro el Grande, el personaje histórico favorito de Putin. El balance para Moscú también es relativamente positivo en Siria, donde seis años de guerra civil no bastaron para derribar del poder a su aliado Bashar al-Assad, y donde Washington se vio obligado a transigir con Rusia para evitar una crisis aún más nociva para sus intereses geoestratégicos.

Las penurias del histórico rival también llevan agua al molino de Putin. Mientras el presidente ruso bate récords de popularidad en su país, apenas el 36% de los estadounidenses aprueban la gestión de Donald Trump, el peor índice en los últimos setenta años, según un sondeo encargado la semana pasada por el diario The Washington Post.

El mal momento de Trump se vincula, entre otras cosas, con el ya célebre escándalo del “Rusiagate”. Aunque el gobierno ruso sigue negando haber interferido en la última campaña presidencial estadounidense, Moscú puede congratularse de que la sola mención de Rusia hoy provoque urticaria en la Casa Blanca. La noción de que la hegemonía de los Estados Unidos –y de Occidente en general– se debilita es pura ganancia interna para Putin.

Por si fuera poco, antes y después de las elecciones en su país, el presidente ruso dispondrá de otras dos cartas populares para jugar: los actos por el centenario de la Revolución Rusa en octubre y el Mundial de Fútbol en Rusia en 2018. Cuando suene el pitido inaugural, tal vez Putin ya tenga garantizados otros seis años en el poder.