INTERNACIONAL

Sangre guerrera y destino de príncipe, la infancia menos conocida de Mandela

Pese a que su nivel de vida era bueno, "Madiba" no nació para una vida cómoda. Del reino a la cárcel y de las rejas a la presidencia. Galería de fotos.

Albúm. En uno de los últimos cumpleaños de su padre junto a sus hermanas, sobrinos y sobrinos nietos.
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Nelson Mandela, el líder sudafricano que falleció este juevesnació con sangre real y destino de príncipe. Como miembro del poderoso grupo étnico Xhosa, fue preparado para ocupar un cargo de jefe tribal y consejero del rey de Thumbu, pero su destino sería muy diferente: el de guerrero de la libertad. Nació el 18 de julio de 1918 en la pequeña Mvezo, una aldea a orillas del río Mbashe en el distrito de Umtata, capital de la región de Transkei, que se extendía desde el pie de las montañas Drakensburg hasta la costa del Océano Índico.

El propio Mandela definió al Transkei como “un lugar lejano, un pequeño distrito apartado del mundo y de los grandes sucesos, donde la vida corría de la misma manera como hace cientos de años”. Actualmente, aparte de una de las más bellas del sur africano, es una de las regiones más pobres del país. Es allí donde se crió, y donde construyó la casa en la que se retiró tras dejar la presidencia sudafricana. Quiso que fuera allí, cerca de su distrito natal, porque, según explicó, “un hombre debe morir cerca de donde nació”.

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Perteneciente al clan Madiba, Rolihlahla Dalibhunga Mandela era su verdadero nombre, y fue uno de los hijos de Gadla Henry Mphakanyiswa, un consejero de la Casa Real de Thembu y bisnieto del rey Ngubengcuka (1790-1830). Su padre celebró a lo grande el nacimiento, matando una cabra.

Analfabeto, pagano y polígamo, Mphakanyiswa fue un padre estricto, obstinado y sin ningún sentido de inferioridad hacia los blancos, características heredadas por su hijo. Tenía trece hijos y cuatro esposas, de los cuales la madre de Mandela, Nosekeni Fanny, era la tercera.

"Aparte de la vida, una constitución fuerte y una conexión a la familia real Thembu, lo único que mi padre me dio al nacer fue un nombre: Rolihlahla", escribió el propio Mandela. En Xhosa, una de las lenguas sudafricanas, este nombre es sinónimo de "alborotador", pero en la escuela la maestra inglesa empezó a llamarlo “Nelson”.

El nivel de vida era bueno, según los estándares de su tiempo y lugar: cada hijo y cada esposa de Mphakanyiswa tenía su propio “kraal”, una especie de finca que producía lo suficiente como para abastecer a la familia, con sus propios campos, animales y trabajadores. Las hermanas de Mandela, Mabel y Leabie, siempre recordaron con agrado la sencilla vida en el campo de su infancia en Qunu, que giraba en torno a tres chozas redondas con techos de paja y catres.

Mientras los hombres pasaban el día pastoreando el ganado, las niñas y las mujeres preparaban mataban animales, molían el maíz y cocinaban en ollas de metal para luego comer todos juntos sentados en el suelo. En sus cartas y memorias Mandela a menudo se remonta a su niñez en el campo, recordando el esplendor de las colinas y arroyos, de cuando nadaba en el río o bebía leche directamente de las ubres de las vacas.

Parte de su educación consistió en aprender la historia de sus antepasados y las sagradas tradiciones tribales. Su padre era el nieto de Ngubengcuka, el gran rey de los Thembu, fallecido antes de que los británicos dominaran Thembuland, su reino.

Por entonces, la dinastía Thembu conservaba la lealtad y el respeto de las tribus de la región y, aunque siempre insistió en que nunca fue uno de los herederos del trono, Mandela era hijo de un gran amigo y confidente del rey Dalindyebo, lo que le daba prestigio a la familia. Mphakanyiswa, de hecho, era una especie de primer ministro, y el joven Mandela imponía respeto en su comunidad.

Mphakanyiswa fue durante años el poderoso jefe tradicional de la aldea de Mvezo antes de ser destituido por el gobierno de la flamante Unión Sudafricana, bajo el cargo de insubordinación, perdiendo todo: parte de su ganado, la tierra y los ingresos. Tuvieron que mudarse al cercano pueblo de Qunu, donde, según su hermana, Mabel, la vida fue muy dura para todos: “No nos faltaba qué comer, pero no teníamos posesiones. Cuando mi padre estaba a punto de morir, le dio sus ropas a mi hermano, para que pudiera ir al colegio".

En 1927, Mphakanyiswa murió de tuberculosis. La madre de Mandela, Nonqaphi Nosekeni Fanny, una de las cuatro viudas, apenas pudo hacerse cargo de su familia, por lo que el niño -a los 9 años- fue enviado a la cercana aldea de Mqhekezweni, adonde llegó con sólo una valija, que llevaba una camisa vieja y pantalones cortos de color caqui heredados de su padre, con un trozo de cuerda como cinturón. Su primo Ntombizodwa lo recuerda como un niño tímido, solitario y muy silencioso.

Allí Mandela quedó al cuidado del regente de los Thembu, el jefe David Jongintaba Dalindyebo, un aristócrata de buena posición que se sentía obligado a gratificar póstumamente a Mphakanyiswa por los servicios prestados a sus intereses dinásticos. Mandela pastoreaba ovejas y becerros y fue educado en una escuela wesleyana (metodista) cercana al palacio de su familia adoptiva, en el Clarkebury Boarding Institute de Engcobo, y la secundaria en la Healdtown Methodist Boarding School de Fort Beaufort.

En 1939, tras completar la instrucción escolar, propia de un descendiente de la nobleza Xhosa, que parecía encaminada a convertirle en el funcionario y cortesano que había sido su padre, Mandela viajó a la ciudad de Alice para estudiar Derecho en el Fort Hare University College, una institución académica reservada a estudiantes no blancos. Por esa época se enteró que lo querían casar con la hija de un jefe tribal, por lo que robó algunas vacas y, con el dinero obtenido de su venta, se fugó a Alexandra, uno de los suburbios negros de Johannesburgo.

En su etapa de estudiante conoció entre otros a Oliver Tambo, que se convirtió en un estrecho amigo y con el que participó en una huelga estudiantil, en 1940, que supuso su expulsión del colegio Fort Hare. “Comenzaba a comprender que un hombre negro no tenía por qué tolerar las docenas de pequeñas indignidades a las que se ve sometido día tras día”, dijo Mandela, recordando el momento en que su historia, y la del mundo, empezaba a cambiar para siempre.

(*) Especial para Perfil.com. En Twitter: @DariusBaires.