MEDIOS
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Un amor no correspondido

El desafío de un diario que quiso cambiar la historia de los medios en la Argentina. Fracaso y aprendizaje.

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Especial Perfil 20 años | Cedoc

Ese día llovió. Algunos dicen que la lluvia trae suerte, al menos en los casamientos. Y si bien lo nuestro no era el comienzo de un matrimonio, aquel 5 de enero de 1998, cuando cortamos la cinta en el edificio de la calle Chacabuco 271, teníamos la sensación de que estábamos empezando un renovado romance con el periodismo. Jorge Fontevecchia nos había convocado para lanzar un diario que estaba destinado a cambiar la historia de los medios en la Argentina. Pluralismo sin restricciones, información veraz sin importar a qué intereses afectara, opiniones variadas y de todos los colores ideológicos. Y un diseño gráfico de una modernidad desconocida. Era un sueño, un gran sueño.

Por entonces yo venía de una brevísima experiencia en Página/12. La propuesta de PERFIL era irresistible. “Vas a ser el canciller del diario”, me dijo Daniel Pliner, quien sería mi jefe en esa breve pero inolvidable aventura, cuando tuvimos la primera conversación. Aquella definición no podía ser más exacta.Me nombraron editor de la sección Ideas, que, al estilo de El País de España, abría el periódico con columnistas de todo el espectro cultural argentino. “No hay restricciones en la convocatoria”, me indicó luego Fontevecchia. Y así fue. Beatriz Sarlo, José Nun, Ricardo López Murphy, Martín Caparrós, Nicolás Casullo, Oscar Steimberg, Pepe Eliaschev, Carlos Ulanovsky, Silvio Waisbord, Alejandro Horowicz, Tomás Abraham, Mempo Giardinelli, y decenas de ensayistas, escritores y periodistas desfilaban por esa gran vidriera que funcionaba como un copetín al paso donde cada cual podía servirse todo o elegir el producto que deseara. Pero, además, yo tenía que garantizar una gigantesca entrevista diaria a una personalidad relevante de la política, la cultura, el arte o el deporte. ¡Todos los días, de lunes a domingo, dos páginas (y cuatro los fines de semana) abigarradas de texto! Y, como cierre… la contratapa, que debía ser una columna de opinión medular seleccionada entre los mejores colaboradores externos o las plumas más destacadas de la redacción. Una proeza. Dos editores de lujo garantizaban que, como en las cadenas industriales de Tiempos Modernos, la máquina no dejara de funcionar: Cynthia Lejbowicz y Pablo Rosendo González.

A poco de andar descubrí, quizá como un presagio de final del sueño, que estábamos ante una misión casi imposible: no había en Argentina tanta gente que pudiera decir cosas interesantes, con pensamiento propio y original, como nuestra fábrica demandaba. PERFIL pretendió estar por arriba de sus propias posibilidades, acorde a la Argentina que se perfilaba por esos días: convertibilidad sin corrupción, la trágica utopía que prometió la Alianza y enamoró al 52 por ciento de los votantes.

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Me viene a la memoria un episodio que pinta como ninguno nuestra sed por cambiar la Historia. Fue un desencuentro con Pepe Eliaschev, querido y admirado amigo. El creador de Esto que pasa escribía todas las semanas en la Sección Medios, que también integraba las páginas a mi cargo. Pepe estaba indignado por una investigación sobre los hijos de De la Rúa que el diario venía entregando como marca de su identidad: no había elegidos, aunque la sociedad transitara su idilio con esa esperanza que encarnaba la coalición entre la UCR y el Frepaso.

El título que Eliaschev eligió para condenar aquella investigación especial, que fue tapa de PERFIL durante varios días, lo decía todo: “Periodismo capucha”. Comparaba esa denuncia periodística sobre los hijos del poder con los peores métodos utilizados por la dictadura militar: escuchas ilegales, archivos secretos, informantes anónimos. Era un texto que pulverizaba el trabajo de un equipo de profesionales incuestionables del propio diario.  

Recuerdo ese filoso texto y cómo galopaba mi corazón al leerlo. Me sentía atrapado en mis contradicciones. Tenía que publicarlo porque así lo establecía nuestro código ético: éramos el periodismo libre; cualquier atisbo de censura nos producía una enorme repulsión. Pero, al mismo tiempo, el instinto me llevaba hacia la dirección contraria. El diario era frágil, ya se sentían los primeros síntomas del rechazo social a “tanta verdad” y la circulación no era la esperada. El barco se estaba hundiendo.

Tomé el teléfono y llamé a Fontevecchia.

—Jorge, no podemos publicar la nota de Eliaschev, nos destruye –le dije.

El presidente de PERFIL me pidió unos minutos para leerla y luego me dio una instrucción precisa: “La columna es injusta con nosotros pero tenemos un compromiso que no vamos a eludir: la publicamos”.

La nota salió tal cual, incluso con el hiriente título que había elegido su autor. Pepe continuó escribiendo con absoluta libertad durante el tiempo que PERFIL estuvo en la calle. Y nuestra amistad no sufrió daño alguno.

Muchas veces me he preguntado si aquella decisión fue acertada. No estoy seguro, pero creo que en ese contexto no había alternativa. El diario había nacido para ser lo que fue, un extraño de pelo largo en un mundo que no quería ver pelilargos. Fue una ilusión a contramano de la ilusión general. Y estaba condenado al éxito o a morir con dignidad.

No siempre la lluvia trae suerte. Sin embargo, aquel romance no fue en vano. PERFIL marcó una época y se reencarnó. Y a nosotros nos cambió la vida.

 

(*) Periodista, ex editor de la Sección Ideas, Perfil 1998.