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Caso Venezuela: la falsedad del oportunismo neurótico

Sufrimos el drama ajeno como una miniserie. La política estimula lo peor de nosotros: el fanatismo, la comodidad y la ignorancia. Pochoclo amargo.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.20190125
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. | AFP

¿Vos estas con Maduro o con Guaidó? ¡Ah! ¿Por qué? Seguro ya decidiste si te cabe más Trump que PutinXi Jinping… ¡Ah! O sea: ¿te copa más Bolsonaro o Tabaré? ¡Ah…!

La discusión sobre la espantosa crisis venezolana nos atraviesa en lo peor de nosotros. Pega en el fanatismo. Perfora en la ignorancia. Embarra en la especulación del año electoral.

Usar el drama de otro pueblo para las conveniencias domésticas, de un lado y otro de la supuesta raya, es, en el fondo, puro marketing sin riesgo alguno. Guerra de playstation con sufrimiento ajeno. Discurso jugado sin acción. Ni serias consecuencias. Total, de última, si a los venezolanos no les da el cuero, ya definirán los yanquis.

O los rusos con los chinos.

O Dios (aunque, cuidado: ¿de qué lado estás, Francisco?).

Aquí lo más importante, sino lo único, es ganar este año.
Hay que tener un venezolano amigo (sirviéndonos café, manejando un Uber o sentadito en un programa de TV, por supuesto). Conmoverse por el drama. Brindar por los suyos a la distancia, cómodamente y con champán.

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Del lado de la democracia estamos todos. Más bien. ¡Somo' tan democrático'! ¡Tan republicanos! El problema es que, en Venezuela, hay dos visiones casi equidistantes de legitimidad institucional. De esa dualidad casi exacta se trata, precisamente, una crisis. Razones, sinrazones y culpas de ambos lados. Pueblo de allá y pueblo de acá. Autoritarismo interno con apoyo externo. Conspiración externa con apoyo interno. Nos dividen tanto las fuerzas armadas bolivarianas que bancan a Maduro como las fuerzas armadas brasileñas que sostienen a Bolsonaro, pero al revés. 

Sin paz, la democracia es un concepto hueco. Declamativo. Espuma nomás. Apoyar de modo remoto la democracia en general, optando por un bando en disputa, complica la paz. Le da pasto a la guerra civil de veras.

Democracia sin paz es sangre.

Sangre humana.

Sangre lejos, obvio.

Cosa de ellos, en la práctica.

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¿Desde cuando los estadounidenses, los rusos, los chinos o nosotros mismos hemos garantizado democracias genuinas en otros países? Si apenas podemos con las nuestras...

Oficialmente, la Argentina se ha puesto del lado de Trump. No de Guaidó. Acaba de señalar Tulsi Gabbard, rival demócrata de Mr. T: “Los Estados Unidos deben permanecer fuera de Venezuela. Dejemos que los venezolanos determinen su futuro. No queremos que otros países escojan nuestros líderes. Debemos parar de escoger líderes de otros países”.

Suele decirse que la verdadera política de un Estado es su política exterior. Si ello fuese cierto, nuestra diplomacia se cuenta entre las menos profesionales del mundo. Muta dependiendo quién ocupe la Casa Rosada. Se alinea, hoy como ayer, con quienes arrimen unos pesitos a las quebradas arcas nacionales, aunque sea potencialmente. Somos ventajeros de corto plazo. Nuestras ideologías son fachadas.

Ahora, en la Argentina, es más noticia que un presunto 80% de los venezolanos no quiera que siga Maduro que un supuesto 72% de los argentinos sea pesimista sobre el rumbo económico de nuestro país. Debatir Venezuela es fácil. Conviene. Se toma partido y ya. El terremoto de los otros es zona de confort aquí. Lloramos por Venezuela como con la última serie dramática de Netflix.

¡Pero qué barbaridad!

¿Vemos el próximo capítulo?

Tenso pochoclo.

Echar nafta en la fogata de los fanatismos abroquela los preconceptos hacia atrás. Nos devuelve a las lógicas fracasadas del Siglo XX como un documental en blanco y negro. Finge soluciones allá lejos encerrándonos más en nuestro propio laberinto. Alimenta más obsesiones neuróticas que soluciones políticas.

*Director de Contenidos Digitales y Audiovisuales de Editorial Perfil.