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Metamorfosis del poder

El gran desafío: pasar de la servidumbre al servicio para modificar la esencia corrupta de un poder que flagela cuerpos y mentes sigilosamente.

Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo.
Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo. | cedoc

“Cada cual encerrado en su jaula, cada cual asomándose a su ventana, respondiendo al ser nombrado y mostrándose cuando se le llama, es la gran revista de los vivos y de los muertos”
Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión
Michel Foucault

La inspección se alardea sin cesar. La mirada del vigilante perfora todo lo que encuentra en su camino. La lógica de intimidación psicológica se materializa en cada cuadrícula del sistema de control.

El filósofo y sociólogo Michel Foucault (1926-1984) tomó el modelo de Jeremy Bentham diseñado en 1791 para comprender el modus operandi de la vigilancia en la prisión. El Panóptico es una figura arquitectónica que esboza un modelo de cárcel. En la periferia, una construcción en forma de anillo. En el centro se ubica una torre con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo.  Describe Foucault: “La construcción periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atraviesa toda la anchura de la construcción. Tienen dos ventanas, una que da al interior, correspondiente a las ventanas de la torre, y la otra, que da al exterior, permite que la luz atraviese la celda de una parte a la otra”.

La plena luz y la mirada constante de un vigilante crean las condiciones necesarias para que la trampa de la visibilidad se desenvuelva cómodamente: el prisionero es visto pero él no ve. Es objeto de la información pero jamás sujeto de la comunicación. Aquí está la garantía del orden, no hay peligro de complot. El mayor efecto es llevar al detenido a un estado consciente y permanente de visibilidad garantizando así el funcionamiento cuasi instantáneo del poder.

El Panóptico permite la disociación entre el “ver” y el “ser” visto. Totalmente visto en el anillo periférico, sin ver jamás; en tanto quien se ubica en la torre central ve todo, sin ser jamás visto.

Distribución de los cuerpos, de las luces, de las miradas. Dispositivo que automatiza y desindividualiza el poder. Maquinaria que garantiza esta asimetría, en tanto desequilibrio. La reproducción de una lógica en la que los mismos prisioneros resultan funcionales a un sistema que define las relaciones del poder con la vida cotidiana de los hombres.

La consecuencia directa es la parálisis generada por el temor automático de verse mirado por el hegemón. La hegemonía en tanto ejercicio de supremacía sobre el otro tiene la virtud de pauperizar la capacidad de reacción. Mentes cuadriculadas funcionales a un statu quo que crece indefinidamente alimentado por la resignación al cambio.

La gesta de corrupción que históricamente ha caracterizado a los gobiernos argentinos logró perpetrarse en la esencia de la política nacional.

¿Estuvimos enjaulados de manera consciente los argentinos? ¿En qué momento prestamos el consentimiento y la disponibilidad de nuestros cuerpos para ser “vigilados” a plena luz del día? Pareciésemos seres disfuncionales al progreso de una Nación o quizás, lo que es peor, asistimos al atentado de nuestra propia existencia.

Hablamos de la inoperancia de una clase dirigente que se montó a los hombros de una ciudadanía expectante. Hablamos además, de una sociedad que debe replantear su capacidad de reacción a tiempo y fuera de tiempo.

La moral no concierne al orden jurídico, sino al fuero interno y personal del individuo. No está regulada; escapa de connotaciones positivistas.

Al decir del filósofo alemán Emmanuel Kant (1724-1804), en su Crítica de la razón práctica (1788), con la moral, el hombre debe actuar como si fuese libre, aunque no sea posible demostrar teóricamente la existencia de esa libertad. El fundamento último de la moral procede de la tendencia humana hacia ella. Cada uno debe actuar de manera tal que su conducta sea digna imitación por el resto. Así, nuestras acciones serán regidas por imperativos categóricos morales compuestos de principios o leyes prácticas.

El poder no corrompe. Son las personas. El dinero no corrompe. Son las personas.  La política no es corrupta. Son las personas.

¿Hasta cuándo vamos a seguir indagando en un sinfín de responsables puertas afuera de nuestro fuero íntimo?¿Podremos convertir los paradigmas morales en reglas consuetudinarias?

Jean Jacques Rousseau (1712-1778) habló del pacto social como aquél en que cada uno se dispone bajo la suprema dirección de la voluntad general. Cada miembro es considerado parte indivisible del todo. Agregaríamos pacto social de servicio. En este acuerdo mancomunado de voluntades individuales se rehúsa a la naturaleza egocéntrica cediéndose espacios de logros unidimensionales para alcanzar beneficios colectivos. Así se abandona el estado mísero de servidumbre hacia uno mismo y las acciones se tornan en servicio hacia el prójimo. ¿Y la realización individual? Se perfecciona en comunidad. Fuera del esquema hedonista y narcisista.

Cuando priman los intereses particulares por sobre los generales se llega a la ruina del cuerpo político. Servirse a uno mismo es ser esclavo de la propia individualidad.

Cuando quien sirva sea más importante que quien se siente a la mesa, el espíritu de la política habrá cambiado por completo. El gran desafío: pasar de la servidumbre al servicio para modificar la esencia corrupta de un poder que hoy todavía flagela cuerpos y mentes sigilosamente.

GRETEL LEDO
Analista Política. Magister en Relaciones Internacionales Europa – América Latina (Università di Bologna). Abogada, Politóloga y Socióloga (UBA).
Twitter: @GretelLedo | www.gretel-ledo.com