OPINIóN
Política

Masacre de José León Suárez: un brutal escarmiento

El 9 de junio de 1956 estalla una rebelión armada peronista y se producen los fusilamientos relatados en la obra cumbre de Rodolfo Walsh, “Operación Masacre”.

Isaac Rojas y Pedro Eugenio Aramburu
Isaac Rojas y Pedro Eugenio Aramburu. | cedoc

El sábado 9 de junio de 1956, en varios puntos del país estalla una rebelión armada peronista, en la que participan civiles y militares. Convencido de que el movimiento contrarrevolucionario es poderoso, el gobierno militar implanta la ley marcial mediante el decreto N°10.362/56 que expresa: “Todo oficial de las Fuerzas Armadas en actividad y cumpliendo actos de servicio podrá ordenar juicios sumarísimos con atribuciones de aplicar o no la pena de muerte por fusilamiento a todo perturbador del orden público”.

La rebelión armada –que no cuenta con el beneplácito de Perón– se lleva a cabo en un contexto de huelgas, sabotajes a la producción y desobediencia cívica contra los militares golpistas por razones vinculadas con la proscripción del movimiento peronista y el uso de sus símbolos, distintivos, lemas y canciones, el exilio de Perón y el secuestro del cadáver de Evita, el encarcelamiento y expulsión de sus trabajos de dirigentes y militantes peronistas, la redistribución de los ingresos que nuevamente perjudica a los asalariados.

En un departamento del partido de Vicente López un grupo de vecinos se habían juntado la noche del 9 de junio para esperar la revuelta; mientras, jugaban a las cartas y escuchaban por radio una pelea de box. De repente les cae la policía y se los llevan presos a la comisaría de San Martín. Ahí se enteran de la revuelta frustrada y de la ley marcial que no los alcanza porque es posterior a su detención. Sin embargo, los sacan de la comisaría y al llegar a los basurales de José León Suárez los hacen bajar de la camioneta policial. De siete, fusilan a cinco: Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Carlos Alberto Lizaso, Mario Brión y Vicente Damián Rodríguez. Dos se salvan: Juan Carlos Livraga y  Horacio Di Chiano. Un año después, el escritor y periodista Rodolfo Walsh con base en lo que le contaron los sobrevivientes, relata  en su libro “Operación Masacre” lo que sucedió en esa noche siniestra.

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Un proyecto "resucita" al gran Rodolfo Walsh en Twitter

“¿Puedo volver al ajedrez? Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela “seria” que planeo para dentro de algunos años y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo aunque no es periodismo. La violencia me ha salpicado las paredes, en las ventanas hay agujero de balas, he visto un coche agujereado y adentro un hombre con los sesos al aire, pero es solamente el azar lo que me ha puesto eso ante los ojos. Pudo ocurrir a cien kilómetros, pudo ocurrir cuando yo no estaba.”

A pesar de que el levantamiento había sido aplastado, el gobierno militar aplica la ley marcial.18 Militares y 9 civiles son fusilados: el jefe del movimiento, el general de división Juan José Valle – retirado desde la caída de Perón y condiscípulo de Aramburu en el Colegio Militar–  en la penitenciaría de la avenida Las Heras, y los demás en José León Suárez, La Plata, en Santa Rosa, provincia de La Pampa, en la Escuela de Mecánica del Ejército, en la Penitenciaría Nacional y en Campo de Mayo.

En cuanto al general Valle, con la promesa de que se respetará su vida dado que los fusilamientos se iban a interrumpir, en la mañana del martes 12 se entrega a las autoridades y queda recluido en el Regimiento de Palermo. Pero desgraciadamente, eso no ocurre. El general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Francisco Rojas deciden aplicar la ley marcial y asumen públicamente la responsabilidad de esta decisión, que justifican como indispensable para evitar reacciones similares.

Aramburu sigue la lógica de que si habían fusilado a suboficiales y a civiles, con qué argumentos se le puede perdonar la vida a quien había sido el cabecilla del movimiento, un general de la Nación; la ley es pareja para todos, se crea un pésimo antecedente. Por su parte, Rojas no está “de acuerdo con que se fusile a dos o tres subalternos más y que el general Valle escape a la sentencia máxima. Si ustedes disponen ahora el levantamiento de la ley marcial entonces salvan sus vidas todos los sediciosos, pero si continúa la ley marcial entiendo que el primero que debe ser pasado por las armas es el general Valle.”

“Más que un estilo, Rodolfo Walsh era una escuela”

A todo esto, miles de anti-peronistas se auto-convocan en Plaza de Mayo para apoyar al Presidente y Vicepresidente de la Nación y pedirles tolerancia cero para los rebeldes.

Después de enterarse de que iban a fusilarlo horas después de su detención, el general Valle escribe varias cartas, de las que transcribo algunos párrafos:

A su esposa: "Querida mía. Con más sangre se ahogan los gritos de libertad. He sacrificado toda mi vida para el país y el ejército, y hoy la cierran, con una alevosa injusticia. Sé serena y fuerte. No te avergüences nunca de la muerte de tu esposo, pues la causa por la que he luchado es la más humana y justa: la del Pueblo de la Patria…"

A su madre: "He honrado el apellido que heredé de mi padre, puedes estar satisfecha. Camina ahora más que nunca con la frente alta, sos la madre de un argentino que cumplió con su deber".

A su hija: “Algún día a tus hijos cuéntales del abuelo que no vieron y supo defender una noble causa. No muero como un cualquiera, muero como un hombre de honor”.

Y al general Aramburu: “Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado (…) Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años, sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones. La palabra “monstruos” brota incontenida de cada argentino a cada paso que da. Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones y templos y personas (…).

Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como cristiano me presento ante Dios que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos, no sólo de minorías privilegiadas.

Espero que el pueblo conocerá un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así como nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la Patria”.

Se dijo que Aramburu rechazó un pedido de misericordia del Papa, el que había sido notificado por monseñor Manuel Tato, vía Susana, la hija del general, de dieciocho años de edad. También se dijo que la esposa del general Valle acudió a la residencia de Olivos para rogar a Aramburu por la vida de su esposo y que el edecán, luego de consultar, le respondió que el presidente se encontraba durmiendo.

Como había sido el gobierno peronista el que había promulgado el Código de Justicia Militar luego de derrotar la rebelión encabezada en 1951 por el general Benjamín Menéndez, la Revolución Libertadora decide eliminarlo…hasta que decide aplicarlo con el general Valle, por primera vez en el siglo XX.

Luche, luche, luche,

no deje de luchar,

que a todos los gorilas

los vamos a colgar.

La rebelión armada cívico-militar peronista contra los militares golpistas, y el brutal escarmiento “desperonizador” de la autollamada Revolución Libertadora, hacía recordar a las guerras civiles del siglo XIX, cuando la violencia se imponía a la tolerancia con los derrotados.