OPINIóN
Consumo

Hay que bajar los precios de los alimentos y garantizar que cada argentino tenga comida

Empeoró la economía, la educación, la salud, el cuidado ambiental, el bienestar subjetivo de la población, la situación habitacional, todo.

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El consumo en shoppings registró la segunda caída consecutiva, tras once meses de crecimiento en la comparación interanual. | NA / DANIEL VIDES

Una persona muy querida me invitó a un recital. Fui con mi familia. Entre las entradas y algo para tomar gasté un cuarto de mi salario docente. Salí tarde, al día siguiente tenía que llevar a los chicos a la escuela. Sin tiempo para cocinar en casa, pedí una pizza para llevar en un boliche vacío. La moza también estaba a cargo de la caja. La pizza costó 300 pesos. Me senté a esperar. Miré los locales cercanos. Todo está bastante vacío. En la calle hay gente. La clase media no desaparece con la crisis, sigue ahí, pero deja de disfrutar la vida. No hay cine, ni restaurante, ni recitales, ni libros. Sigo mirando.

Empiezo a contar las víctimas humanas de la tracción a sangre. Pienso en los insultos que recibimos por defender el derecho a trabajar de los carreros. Me pregunto dónde están las señoras indignadas a la hora de defender esta explotación del homo sapiens. En pocos minutos, cuento una treintena de jóvenes de ambos sexos cargando en su espalda un gran cubo fluorescente y en la mano un dispositivo que les dice a donde ir. Ninguno lleva casco ni tienen luces. La ciencia estadística indica que alguno se va a caer, se va a lastimar, alguno va a morir y no le van a cubrir ni el velorio. Veinte años tenía Ramiro cuando murió pedalenado el pasado domingo 14 de abril. Dos días antes, un juez probo había ordenado a las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires que suspendieran la actividad de estas empresas hasta que se garanticen condiciones elementales de seguridad para los trabajadores. El macrismo, tan republicano como siempre, no cumplió la medida.

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Miro bien la fisonomía del cicloproletariado. Son hijos de la clase media empobrecida. También migrantes colombianos y venezolanos. No son autónomos ni entrepreneurs como reza el relato macrista. No se inventaron su propio trabajo colectivamente como los trabajadores de la economía popular. Son empleados en relación de dependencia. Hay fraude laboral manifiesto. Son explotados por empresas multinacionales que están económica, jurídica y técnicamente subordinados a ellas. Grandes empresas sin rostro que evaden impuestos, reniegan de su responsabilidad laboral, exponen la salud de miles de jóvenes y amasan fortunas.

Vuelvo a pensar que son los hijos e hijas de la clase media. Dejaron la universidad o no la van a terminar nunca. No van a ser médicos ni abogados ni arquitectos ni ingenieros. Son mano de obra barata para las multinacionales de la precariedad. No se van a poder comprar un departamento porque no hay créditos, no van a poder disfrutar del mar durante las vacaciones porque no tienen licencias laborales, no van a poder asistir a un recital sin sentir que están dejando medio sueldo en una noche, con suerte van a poder pagar el alquiler y comprar una pizza.

Los hijos de la próspera Buenos Aires están dejando su salud en un trabajo precario y peligroso ¿será un castigo del cielo por la indiferencia hacia los excluidos? En 2001 en esa misma esquina hubiese contado treinta cartoneros con sus hijos a cuestas. Tal vez el padre de alguno de los modernos rappitenderos lo miró con desprecio o se quejó de la mugre. No creo en la trasmisión intergeneracional de las maldiciones, pero siento que de alguna manera nuestro Pueblo está pagando sus culpas colectivas, su hipocresía, su indiferencia, su doble moral, con el sufrimiento de sus hijos.

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Y después pienso en Macri. Confieso, me da bronca. Me da bronca su soberbia, su insensibilidad y su cinismo. Macri no inventó el nuevo orden mundial excluyente, flexibilizado, desigual pero se cobijó bajo las alas del halcón globalizante y entregó el pueblo a su programa predatorio. A veces pienso que Macri no fracasó, que tuvo un éxito considerable, que éste era su proyecto y simplemente mintió. Logró resultados asombrosos. En pocos años convirtió a la Argentina en un país netamente agroexportador, de salarios bajísimos, precios y tarifas dolarizadas, flexibilización laboral de facto, endeudamiento rampante, mercado interno ultraconcentrado, recursos naturales a disposición de las multinacionales y política exterior de subordinación incondicional a los Estados Unidos. Los ciclistas-ciervos y el precio de la leche son una caras de la moneda macrista. Las ganancias extraordinarias de los sectores financieros, agroexportadores, rentistas y monopolistas son la otra.

Los trabajadores que zafaron de la uberización y todavía pueden comprar leche verdadera perdieron un 17,8% de su poder adquisitivo desde que asumió el gobierno. Les robaron un quinto del sueldo y siguen pagando el impuesto a la ganancia que Macri prometió eliminar. Los discapacitados y los jubilados sufrieron un robo similar, con un plus de crueldad, porque para deshacerse de algunos gastos les ponen requisitos administrativos incumplibles para demostrar su condición. Paradójicamente, gracias a la actividad permanente de los movimientos populares que se pararon de manos cuando vinieron a tocarles el bolsillo, la asignación universal por hijo y los programas de empleo perdieron menos que el resto de la clase trabajadora. El gobierno tiene la virtud de jugar al límite con la paciencia social y conoce la fuerza del pueblo pobre organizado, por eso se aprovecha de la vulnerabilidad que provoca el aislamiento y la desorganización social.

Nuestro país se encuentra sufriendo una crisis integral que se refleja en todos los indicadores de bienestar. Todos. Empeoró la economía, la educación, la salud, el cuidado ambiental, el bienestar subjetivo de la población, la situación habitacional, todo. Macri “se calienta” porque no lo entendemos. Tal vez sea el calor del infierno al que finalmente nos llevó ese mismo señor que nos prometió un paraíso sin pobreza, narcotráfico ni grieta. La pobreza alcanza a más de un tercio de los argentinos y se incrementó 6,3% desde el pacto infame con el FMI. Fue la suba más acelerada desde la gran crisis de 2002. Nos endeudamos en 60 mil millones de pesos. A cambio obtuvimos 530 mil nuevos “indigentes” y una inflación rampante. Son medio millón de personas que no comen ¡No comen! Y les aseguro que la comida que llega a los comedores comunitarios no es comida. Es horrible, no nutre y además no alcanza.

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La causa fundamental de este cuadro es la maldita inflación. Tampoco Macri inventó la inflación pero mintió cuando dijo que iba a terminar con ella. Levantó “el cepo”. Cepo llamaban en la edad media a un elemento de tortura. El macrismo es más hábil con la semiología que con la economía. Sabe demonizar instrumentos. La Argentina perdió la capacidad de administrar sus divisas y los resultados están a la vista: una inflación del 51,3% interanual. Es mucho. No fue una tormenta. El valor del dólar se duplicó porque ellos quisieron. Permitieron una masiva fuga de capitales que dejó al país con el endeudamiento más acelerado de su historia y la devaluación e inflación más elevada desde la crisis de 2001-2002. El stock de deuda pública total del Estado nacional se incrementó en USD 91.500 millones entre 2015 y 2018, lo que significó un salto de 53% a 86% del PIB en ese período. El aumento del endeudamiento incrementó nuestra fragilidad externa y la fuga, junto a una pésima administración por parte del Banco Central de la demanda de divisas, detonó la devaluación (el año pasado se registró un récord de fuga de capitales de 27.230 millones de dólares).

Por si fuera poco, Macri decidió garantizar las ganancias de sus amigos personales Midlin-Calcaterra (Edenor) y Caputo (Edesur) a costa de los malditos tarifazos que alimentan la inflación a través de dos canales: directamente en el precio de los servicios que afrontan los hogares e indirectamente en los costos de producción de todos los bienes y servicios que utilizan energía como insumo básico. Estos aumentos que golpearon el bolsillo no alimentaron mayores inversiones productivas, sino que las empresas aprovecharon este dinero extra para incrementar sus inversiones financieras. Hace unos días, un banquero cooperativo me contó que los depósitos crecen por las inmensas tasas de interés locales. Como demuestran Midlin y Caputo, sólo gana el que especula, el que invierte es un gil.

Para colmo de males, Macri puso a un supermercadista a controlar a los supermercados. Crease o no, el dueño de La Anónima controla a La Anónima y sus amigos del cartel de los supermercados. Juntos, desmantelaron el programa de Precios Cuidados. Permitieron la concentración de industrias alimentarias básicas y la exportación indiscriminada de los alimentos que necesitamos en el país. En el país de las vacas, no podés comer carne ni tomar leche. En el granero del mundo, no podés comer pan. Molinos se convirtió en un monopolio comprando y cerrando deliberadamente cuatro fábricas de alimentos que le hacían competencia.

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En este contexto, medidas importantes como la Ley de Góndolas y la Emergencia Alimentaria toman carácter de urgencia. Hay que bajar los precios de los alimentos ya y garantizar que cada argentino pueda tener un plato de comida en la mesa. Ninguna de estas medidas per- se podrán resolver los problemas económicos actuales pero al menos reducirán los daños permanentes que el hambre deja en una sociedad. En cualquier caso, es imprescindible cambiar el modelo económico. Necesitamos pasar de un modelo financiero, de endeudamiento y en servicio de los monopolios, a un modelo basado en el trabajo y la protección de los ingresos, que respete la producción nacional, el agregado de valor de la producción primaria, el desarrollo científico-tecnológico, las industrias creativas y el despliegue masivo de la economía popular.