OPINIóN
Internacional

Un macabro pacto de silencio

El autor habla sobre la desaparición del dirigente y activista político y social Alcedo Mora Marqués y el rol del Estado.

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PDVSA | Bloomberg

Nadie hubiera podido acusar a Alcedo Mora Marqués de ser un agente de la “derecha” o del “imperialismo”. Militante histórico de la izquierda venezolana, incluso compañero de Hugo Chávez, fue secuestrado por las fuerzas estatales en 1992 y luego liberado por la movilización. Apoyó el ascenso del chavismo y su notable trabajo lo llevó a la Contraloría Social del Estado de Mérida.

Desde su puesto, Alcedo realizó varias denuncias, pero el asunto tomó otro color cuando comenzó a ver una trama demasiado oscura: la red de tráfico clandestino de combustible proveniente de PDVSA hacia Colombia, con las ramificaciones de corrupción en la cúpula del gobierno estadual y nacional. Luego de recibir varias amenazas del Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN), fue convocado a una reunión para “tomarle la denuncia”. Alcedo decidió asistir y nunca más se supo nada de él.

Este caso no es un episodio aislado. Desde 2009, en Venezuela hay más de 25 dirigentes sociales desaparecidos y 262 asesinados (cuyos cuerpos sí fueron encontrados). En todos los casos, se trata de representantes sindicales, barriales o de alguna lucha específica. A eso se suma la represión diaria a las manifestaciones de la población por las condiciones elementales de vida (como el agua, la luz, la comida, los remedios), que deja tendales de muertos.

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Las calles de cada ciudad venezolana son asoladas por fuerzas militares y grupos paraestatales a la caza de “descontentos”. Lo más escandaloso del asunto es la existencia de una formación especial para reprimir las manifestaciones docentes: las Unidades de Batalla Hugo Chávez (UBECH), que incluso utilizan delincuentes comunes. Todo esto, en medio de una población que se está muriendo de hambre, sed y de cualquier enfermedad curable. Y todavía hay gente que dice que eso es el Socialismo…

Todo lo que aquí se relata puede realizarse impunemente porque el gobierno venezolano cuenta con un amplísimo abanico de complicidades. Todo el mundo está preocupado porque estas cosas no trasciendan (o no demasiado): liberales, kirchneristas, progresistas y la izquierda.

Los liberales son los cómplices más consecuentes y abiertos. Se trata de una corriente de opinión que no tuvo empacho en apoyar sangrientas dictaduras. Para el caso, Guaidó y la Asamblea Nacional, con apoyo de Trump, no solo no dijeron una sola palabra sobre este problema, sino que incluso convocan diariamente a los responsables directos de la represión a ser el sostén de su proyecto, ofreciéndoles una amnistía completa. Toda una confesión sobre cómo, con quiénes y contra quiénes pretenden gobernar.

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Los kirchneristas tampoco tienen empacho a la hora de apoyar una fuerte represión a la clase obrera. Recordemos que, bajo Néstor y Cristina, 45 trabajadores fueron asesinados en ocasión de protesta. Recordemos, también, a Julio López y a Milani. Junto a los intelectuales progresistas (Atilio Borón, TariqAlí), son fervientemente chavistas y, por lo tanto, prefieren que ninguno de estos crímenes salga a la luz. Cualquiera que los denuncie, va a ser acusado de “hacerle el juego a la derecha”. Como si matar, secuestrar y torturar dirigentes obreros fuera de izquierda…

Junto a los kirchneristas, y con los mismos argumentos, encontramos a la izquierda. Dicen defender los derechos humanos y, en varios casos, han denunciado en el pasado algún hecho de la represión chavista, aunque muy tímidamente. Pero en estos momentos, con la excusa de una probable invasión norteamericana (que nunca llega), apoyan abierta o tácitamente al régimen de Maduro. Y otra vez, denunciar sus crímenes es para ellos también “hacerle el juego a la derecha/imperialismo”.

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Es grave, doloroso y alarmante que organizaciones que llevan candidatas que dicen defender los derechos humanos (PTS), coordinadoras “contra la represión” y partidos que lograron proyectar a una valiosa dirigente de la lucha docente (PO) se hayan negado a una campaña activa y sistemática para detener estos crímenes aberrantes contra los trabajadores y sus organizaciones. Hay quienes denuncian allí, pero aquí aceptan el mandato de pasividad (Izquierda Socialista).

Todos ellos forman, lo sepan o no, un pacto de silencio.

Ese cerco comenzó a romperse este miércoles 3 de abril, cuando en Buenos Aires y San Pablo, una serie de manifestantes nos congregamos ante las embajadas de Venezuela a exigir la aparición con vida de los desaparecidos y el esclarecimiento de los crímenes del estado. Multiplicar y extender estas demandas es una tarea urgente.

 

* Docente de la UBA y UNSL. Miembro del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales - CEICS.