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Sin credibilidad no hay salida

Las consecuencias de la crisis cambiaria fueron las esperables: presiones inflacionarias, desplome de la actividad y del empleo y empobrecimiento de la población

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Cotización del Dólar | NA: archivo

Hoy se cumplió el primer aniversario del inicio de la mayor crisis cambiaria post- convertibilidad. Nadie pudo pronosticar su timing, su desarrollo y su incompleto final: los límites que supone el programa vigilado por el Fondo Monetario Internacional no han evitado turbulencias financieras, y no es claro que las mismas hayan llegado a su fin.

Las consecuencias de la crisis cambiaria fueron las esperables: presiones inflacionarias, desplome de la actividad y del empleo y empobrecimiento de la población. El origen fue un ajuste de carteras como respuesta inicial al gravamen a la renta de activos financieros en carteras de inversores extranjeros. Pero disparó una profundización de la pérdida de credibilidad en las políticas oficiales, credibilidad fuertemente dañada luego de la conferencia de prensa del 28 de diciembre de 2017.

No pocos inversores esperaban que ese deterioro reputacional de las autoridades se revirtiera con el rescate del FMI. Las visiones más optimistas daban por sentado una reducción de la inflación para este año, una moderación de la volatilidad de precios relativos y un control efectivo de sus impactos negativos sobre la economía real.

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Nada de eso ocurrió, y por factores bien visibles:

  • arriesgarse a un duro programa de ajuste en meses electorales, cuando no se lo quiso hacer al inicio de la gestión
  • imposibilidad de controlar la inflación sólo con el manejo de la base monetaria, dejando amplio margen para la volatilidad cambiaria, junto al compromiso explícito de subir tarifas públicas.
  • reducción prematura de las tasas de interés en enero y febrero, que alentaron compras de dólares y suba del tipo de cambio.
  • suba de las tasas de interés de las LELIQ (desde ayer a más de 70% anual) para tratar de desalentar la demanda de dólares.

A esto se suma un trasfondo inmodificable incoherente con un mínimo de credibilidad en las políticas anunciadas y ejecutadas en los últimos tres años:

  • inexistencia de un genuino programa de estabilización de precios y de recreación de incentivos a la inversión y al crecimiento de largo plazo.
  •  inexistencia de un ministro de Economía, y de un comando único y coordinado para la formulación e implementación de políticas económicas.
  • serios déficit de ejecución y falta de capacidad de respuesta y corrección de errores en tiempo y a tiempo.

La “realpolitik” así ha estado siempre en una actitud reactiva, por detrás de los mercados, y sin capacidad de alinear expectativas del público con las de las autoridades. Algo que ha devaluado los anuncios oficiales, y desde hace bastante tiempo. ¿Quién podía creer en 2015 el errado diagnóstico de que si aumentaban el tipo de cambio y las tarifas públicas no se iba a acelerar la inflación? ¿Quién podía creer en 2017 que un esquema de “inflation targeting” basado en mover una tasa interbancaria de corto plazo sería efectiva para reducir expectativas de inflación en un país poco bancarizado y con una nada despreciable economía informal? ¿Se podía esperar que no caiga la actividad, el empleo y la demanda de dinero con un programa como el del FMI limitado a encarecer el costo del crédito, pulverizar la demanda agregada y aumentar la presión tributaria? ¿Cómo creer en un intento de control de precios oficial, cuando durante años se mostró un visible rechazo a este tipo de instrumentos? Y la lista sigue…

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Con este marco, y encuestas de intención de voto preocupantes para el oficialismo, se reavivaron las dudas (que nunca desaparecieron) sobre la efectiva capacidad y voluntad para pagar los servicios de la deuda externa. Los números de actividad, empleo y consumo interno no auguran un fuerte repunte de la recaudación tributaria. La persistente recesión, agravada por el nivel de las tasas de interés y la presión tributaria tornan difícil pensar en una reversión de la visible baja de la demanda de dinero local y la dolarización de neuronas y ahorros. Bajo estas condiciones, la salida preventiva de deuda argentina, y el salto a la prima de riesgo país a un nivel superior a los 1.000 puntos básicos no era imposible. Que el tipo de cambio se aproxime a $47 tampoco. La pregunta inevitable es si esto puede sostenerse en el tiempo.

La experiencia de escenarios análogos, la de varios episodios de los años ’80 sugiere que no. Y esto probablemente fuerce a reconsiderar con el FMI los fundamentos del programa en curso.

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Un programa que combina libre movilidad de capitales, flotación cambiaria con impacto inflacionario, suba de tarifas, por ahora suspendida, y control de la base monetaria para domesticar la inflación. Algo bastante difícil, y condicionado a los vaivenes de las tasas a pagar en las licitaciones de las Letras de Liquidez del Banco Central. Un pasivo remunerado a siete días que no deja de crecer, y que en definitiva no es más que una promesa de futura emisión monetaria. Una “pequeña” bomba de tiempo que ayer pagó una tasa máxima de 72,99%. Nivel probablemente inefectivo ya para asegurar la estabilidad cambiaria permanente, y que tornará cada vez más difícil volver a contar con tasas activas razonables y accesibles.

En definitiva, un panorama más complicado que lo esperado a fines del año pasado, y que torna más que necesaria la recuperación de un mínimo de credibilidad en las políticas y los anuncios de las autoridades. No sólo para asegurar un resultado electoral razonable, sino para preservar condiciones básicas para retornar a un sendero de estabilidad y crecimiento.

* Economista. Instituto de Investigación en Ciencias Económicas. USAL.