OPINIóN

El 9 de julio de 1816, la política y la primacía de lo internacional

Quienes polemizan alrededor de la conveniencia o no del acuerdo Mercosur-Unión Europea deben tener presente el principio que constituye el ABC de la política.

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Acuerdo | Imagen de TeroVesalainen en Pixabay.

Una de las enseñanzas políticas más interesantes de la modernidad sostiene que todo estrategia de poder debe incluir un conocimiento y una perspectiva acerca del escenario internacional, las relaciones de fuerza, la gravitación de los liderazgos y las posibilidades reales para intervenir o para ganar posiciones. Quienes hoy polemizamos alrededor de la conveniencia o no del acuerdo Mercosur-Unión Europea debemos tener presente este principio que constituye el ABC de la política.

El conocimiento acerca de lo que ocurre en el mundo es indispensable para todo estadista y para toda estrategia de poder. Saber lo que ocurre más allá de nuestra fronteras no provoca resultados mágicos, en más de un caso el ciudadano común no percibe los efectos de estas decisiones pero la historia se ocupa en enseñar que muchas veces las políticas internas dependen de la lucidez de la clase dirigente. En términos prácticos esto quiere decir que los escenarios internacionales no solo deben ser reconocidos sino que sus oscilaciones, tendencias y rupturas condicionan y a veces desbordan o arrasan el orden interno de los países que lo integran.

La celebración del 9 de Julio permite iluminar estas consideraciones. Una “anécdota” puede ser un buen punto de partida. El 5 de julio de 1816 llega a Tucumán el general Manuel Belgrano. No fue una llegada victoriosa. Las escaramuzas políticas de las Provincias Unidas lo contaban a él como protagonista y, en más de un caso, víctima.

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Las vicisitudes militares en Santa Fe y el litoral gravitaban en el ánimo de un Belgrano que en las más deplorables condiciones de su vida pública y privada mantenía una fe asombrosa en el destino de esta revolución.

En los últimos meses había estado en Europa junto con Bernardino Rivadavia y Manuel Sarratea para “olfatear” lo que allí ocurría, cuáles eran las posibilidades que se le abrían (o se le cerraban) a la revolución iniciada en mayo de 1810 y qué soluciones se podían pensar.

Tucumán representaba para Belgrano la ciudad testigo de una de sus grandes victorias militares; bajo esos cielos conoció los encantos del amor cuyas pasiones e infortunios aún no se habían expresado con sus trazos más dolorosos. Pero también Tucumán representaba la esperanza de elevar a un nuevo nivel político el proceso revolucionario abierto hacia seis años en el Cabildo de Buenos Aires.

No nos consta que Belgrano haya sido recibido por multitudes entusiastas o con bombos y platillos. Su llegada a Tucumán de todos modos no fue indiferente al poder político, porque el sábado 6 de julio se organiza una reunión secreta. ¿Qué quieren saber los congresales? Muy sencillo: qué pasa en el mundo, en ese mundo que hasta hacía unos meses Belgrano había recorrido visitando cortes reales, ministerios,despachos políticos, atendido a veces con indiferencia, a veces con curiosidad, por políticos y aristócratas.

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El valor de Belgrano en Tucumán entonces es ese saber adquirido en Europa. Los congresales antes de tomar una decisión quieren saber qué pasa al otro lado del Atlántico. La declaración de la independencia no se hará exclusivamente por este motivo, pero está claro que sin ese conocimiento y esa conciencia acerca del mundo en el que estamos viviendo, esta independencia no se habría declarado con tanta seguridad y entusiasmo.

Belgrano dirá en esa reunión que se prolongará hasta la caída de la tarde que la derrota de Napoleón en Waterloo, la constitución de la Santa Alianza, el retorno al trono de Fernando VII, los alarmantes rumores sobre la preparación de una flota para invadir el Río de la Plata, dan cuenta no solo de que la revolución atraviesa por uno de sus momentos más complicado, todo ello agravado por condiciones internas confusas y deplorables. La conclusión de Belgrano es que son estos escenarios ruinosos para nuestros intereses los que nos exigen a tomar decisiones audaces, es decir, declarar la independencia de una buena vez.

En Tucumán, el martes 9 de julio, es decir, tres días después de la reunión secreta, se declara la independencia en la casa de la señora Bazán. Y para confirmar una vez más las condiciones que imponen las relaciones con el mundo, la declaración de la independencia incorpora una frase decisiva y sugestiva: “Independencia de España y de toda otra dominación extranjera”.

En Historia, comparar los hechos de tiempos diferentes suele ser una tarea riesgosa y en muchos casos, manipuladora. La realidad de 1816 en las Provincias Unidas no tiene nada que ver con los problemas que nos agobian en 2019. Sin embargo, desde una mirada atenta, ciertos recursos relacionados con el ejercicio del poder o la manera de situarse para entender el mundo contemporáneo pueden ser similares.

La moraleja, por lo tanto, puede ser instructiva. La pregunta a responder en este caso es la siguiente: si en 1816, doscientos años atrás, tomar decisiones políticas trascendentales reclamaba de un conocimiento y una conciencia acerca de lo que pasaba en un mundo cuyas tendencias a la globalización empezaba a manifestarse, ¿qué pensar en el 2019 cuando la globalización es una realidad que ha venido a quedarse y, por lo tanto, la primacía de lo internacional a la hora de pensar estrategias nacionales es necesaria e indispensable?

CP