OPINIóN
Columna de la UB

La felicidad depende de nuestros genes y nuestra actividad intencional

El “camino a la felicidad” no es algo que se encuentra, sino que se construye y se crea. Depende de nosotros mismos.

Felicidad
La felicidad, un cuestión de actitud y genética | Pixnio

Martín Seligman, el precursor de la Psicología positiva, acuñó el término en 1998 e impulsó este cuerpo científico. La Psicología positiva es una área activa de la ciencia que investiga los aspectos positivos a sumarle a nuestras vidas para hacerlas más satisfactorias.

Para acceder al bienestar no es suficiente con aliviar el sufrimiento. Es necesaria una mirada complementaria que nos permita focalizar en nuestras fortalezas, en lo que nos hace sentir plenos, en paz y armonía con los otros.

A diferencia de las psicoterapias tradicionales, que se enfoca en aquello que “funciona mal” en las personas, en cómo arreglarlo o solucionarlo, la psicoterapia que integra Psicología positiva se focaliza también en aquello que “funciona bien”, en cómo optimizarlo o acrecentarlo. Por lo tanto, desde esta mirada, es crucial prestar atención a ambos procesos: cultivar lo positivo y disminuir lo negativo.

¿Pero cómo puede definirse el bienestar? El bienestar es una evaluación retrospectiva y positiva sobre el nivel de satisfacción que tenemos con nuestra vida. Implica un balance en el que predomina el afecto positivo frente al negativo y tiene que estar acompañado de un buen funcionamiento psicológico y buenas adaptaciones en los ambientes donde nos movemos.

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¿Qué nos hace felices? Sonja Lyubomirsky, en su libro “La ciencia de la felicidad” (2008), concluye que el rango en que experimentamos felicidad depende en un 50% de nuestros genes, y que el impacto que tienen las circunstancias que nos tocan vivir (dinero, pareja, tipo de trabajo, etc.) sólo da cuenta del 10% de nuestra experiencia de felicidad, en tanto nuestras necesidades básicas estén cubiertas.

¿Qué pasa entonces con el 40% restante? Ésa es la clave: nuestra manera de experimentar felicidad depende en un 40% de nuestra actividad intencional, es decir de lo que hagamos y pensemos. La buena noticia es que podemos guiar nuestra actividad en forma intencional para producirnos mejores estados de ánimo, o mayor bienestar. Aumentar este estado es un trabajo consciente que requiere de cierta disciplina.

¿Qué tengo que hacer para sentirme mejor? Muchas cosas son posibles. En principio, aceptar mi condición, mi momento vital, y saber que, para experimentar mayor bienestar, me tengo que ocupar de eso como lo hago de comer, trabajar y estudiar. Ocuparse significa poner atención en eso, dedicarme y esforzarme.

El “camino a la felicidad” no es algo que se encuentra, sino que se construye y se crea. Depende de nosotros mismos. Está comprobado que la gente que se siente más feliz es “activa” en la búsqueda de su bienestar y lo hace de manera sistemática y sostenida. Puede ser que algunos sientan que les sale de manera “natural o menos esforzada”, pero no percibir el esfuerzo no quiere decir que no estén haciendo activa y exactamente aquello que les promueve experiencias de bienestar.

La inclusión en nuestra vida cotidiana de pequeñas transformaciones nos permite adquirir nuevos hábitos de pensamiento o comportamiento, y aumentar nuestra percepción de felicidad o bienestar Queda claro que tenemos que salir a la búsqueda de la felicidad. ¿Pero por dónde hay que empezar?

La investigación de Sonia Lyubomirsky, llevada a cabo sobre una muestra de 225.000 personas, pone luz sobre este tema. Al indagar sobre qué actividades realizan las personas que se perciben a sí mismas con altos niveles de bienestar subjetivo, concluyó que las más felices le dedican tiempo a nutrir sus vínculos, se involucran en actividades en las que se pone en juego la creatividad, poseen un estilo optimista, son amables, agradecidas, perdonan, saborean con atención plena las cosas de la vida cotidiana.

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Además, conocen sus fortalezas y las ponen en juego para experimentar flow (fluir), se comprometen con los objetivos y, entonces, aumentan su percepción de autoeficacia, aman y son amados (esto no se circunscribe a la relación de pareja), tienen sentido del humor, cuidan su cuerpo haciendo actividad física, desarrollan habilidades nuevas como meditar, y cultivan una mirada espiritual.

Son muchas las actividades que aumentan las emociones positivas y, con esto, mejoran el estado de ánimo. La clave reside, como diría Lyubomirsky, en elegir adecuadamente cuál es la que me resulta más valiosa (en tanto y en cuanto sintoniza con mis valores o creencias), la que me resulta más natural y la que me divierte más. Si elijo teniendo en cuenta estas tres variables, es más factible perseverar en el tiempo con la actividad y obtener los beneficios que me propuse. No es buen consejero elegir las actividades porque me obligan a hacerlas o porque otros consideran que son útiles ni porque sentiría culpa al no hacerlas.

Hace ya varios años que se están estudiando de manera rigurosa y científica los factores que inciden en el bienestar. Se conocen algunas variables de esta ecuación, no todas. Sabemos la complejidad que implica vivir vidas más felices. Tenemos mucho para hacer si queremos generarnos vidas más plenas.

*Profesora adjunta de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Belgrano.