OPINIóN

Surcos en el alma

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| Cedoc

Hendiduras. Divisiones. Fraccionamiento. Desintegración en el seno de una sociedad asocial. Anomia espiritual toda vez que pululan los anti-lazos, que se quiebran las confianzas y aún más allá, las expectativas frustradas puestas sobre el otro: la otredad política y la otredad social.

Se cae en lo más bajo de la condición humana cuando se elige racionalmente el sendero de la traición. Se traicionan entre partidos políticos que conforman un frente electoral, se traiciona en las filas de un mismo espacio político que pretende el juego limpio de competir en las PASO, se traiciona entre políticos que pertenecen a un mismo partido. Cuando hay traición, hay venganza. Resulta cómodo bregar por la defensa de la democracia y no atenerse a sus principios. La libertad es uno de ellos. Esa columna vertebral da cuenta del respeto al prójimo, del respeto a mis pares.

Los partidos políticos suelen cristalizar clivajes en tanto desprendimientos de fisuras presentes en nichos sociales. Se sigue de allí cierta afinidad empática con lectura tendencial al voto.

Hoy se han corrido los límites al menos de aquello que claramente resultaba sujeto a categorías y con ello conceptos tangibles.

Las preferencias del electorado hace tiempo que abandonaron los sistemas de partidos tal y como existen.

En parte los diálogos sórdidos, los vínculos desvinculados y la gran grieta social surcada por la indiferencia, horadan las empatías, la preferencias políticas. Un hastío generalizado hacia todo tipo de dirigentes incompetentes al fracasar en su labor de traducir los inputs en tanto demandas sociales en outputs eficientes.

Pero aquí lo que flota en el divorcio entre la política y la sociedad, los políticos y la gente es la condición acorralada del alma comunitaria. Vanidad de vanidades, todo es vanidad (Eclesiastés 1:2).

¿Hasta dónde existe responsabilidad de la política en la recomposición de lazos sociales desmembrados? ¿Responsabilidad o corresponsabilidad? Alícuotas indelegables conciernen a lo mancomunado. El affectio societatis designa esa voluntad común necesaria para dar a luz a la figura de la asociación, la unidad en pos de forjar un interés común mayor al individual de cada una de las partes. Va más allá animus contrahendi societatis como mero consentimiento contractual ya que el affectio societatis se mantiene en el tiempo. Para que perdure en el tiempo se requiere trabajar en vínculos sólidos de solidaridad.

Definir pertenencias, valores, principios que permitan abogar por causas e incluso motivar a la participación en vistas a la defensa de ideales da cuenta de una dimensión supraempírica.

El filósofo francés, Ernest Renan (1823-1892) encuentra en la noción de Nación al alma y principio espiritual signado por la solidaridad que construye con éxito la tan mentada unidad entre los integrantes de una sociedad. En palabras de Renan: “La Nación sería entonces esta conciencia moral que une a un conjunto de hombres en un todo superior a cada uno de ellos pero no por eso eterno ya que debe ser renovado por su consentimiento en un plebiscito de todos los días”.

La Nación situada en una dimensión presente asociada a la voluntad de los miembros de una sociedad para mantenerse integrados.

Una Nación sellada en un sentimiento común forjado por los sacrificios pasados y los que se estén dispuestos a transitar con vocación de servicio irrenunciable tanto para la clase política como para la ciudadanía en su conjunto.

La Nación no se planifica. La Nación no se improvisa. La Nación se vivencia día a día.

 

(*) Analista Política. Magíster en Relaciones Internacionales Europa – América Latina (Università di Bologna). Abogada, Politóloga y Socióloga (UBA). Twitter: @GretelLedo