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Autoconocimiento

La mágica ruta del aprendizaje

No todos aprendemos igual pero hay ciertas condiciones ideales para incentivar el proceso propio y de quienes nos rodean.

Ismael Cala
Ismael Cala | www.ismaelcala.com

Cuando nacemos, comienza un proceso de aprendizaje que se va puliendo y reconstruyendo cada día de nuestro desarrollo. Como todo ciclo de este tipo, la campana de Gauss indica que, en el inicio, la curva es marcada y significativa, luego entramos en una etapa de “meseta” y finalmente, la curva decrece antes de llegar a su final.  
 
Aunque suene obvio, aprender es consecuencia de pensar con consciencia. Esto va más allá de la función biológica de generar ideas, pues eso lo hacemos todos los seres humanos con un mínimo nivel de consciencia. Implica que seamos capaces de superar barreras tales como: los paradigmas, los prejuicios, el fanatismo (político, religioso o de cualquier otro tipo), las supersticiones, creencias propias y ajenas que nos limitan, las ideologías, en fin, todo aquello que nos impida tener consciencia situacional con claridad ya que pueden llegar a ser gríngolas que nos alejan del pensamiento crítico. 
 
Como segunda característica, para aprender hace falta la cualidad de la curiosidad. Un ejemplo de esto es Willow Smith, la hija del actor Will Smith quien desde que tenía seis años de edad escribe sus propios libros debido a que ninguno de los que leía lograba captar su atención. Esto demuestra que somos capaces de incentivar nuestra creatividad y sed de conocimientos cuando hay algo que nos causa curiosidad. Aunque sus padres dieron un paso más al desescolarizar a Willow y a su hermano (se aburrían en la escuela y llegaron a declararse como “infelices” al ir a clases) esta familia no ve el aprendizaje como un proceso que termina en un año específico sino que se mantiene a lo largo de sus existencias. 
 
La necesidad de generar y promover una cultura del error es parte de la ruta mágica del aprendizaje. Ciertamente, el mundo occidental ha presentado un camino duro para poder posicionar la importancia de equivocarnos como condición necesaria para triunfar, aunque poco a poco se han dado tímidos pasos en esa dirección. Cuando algo que te importa no funciona, estás más predispuesto a aprender. No en vano existen eventos como los “Fuckup Nights” (Historias acerca del fracaso) en donde emprendedores realizan presentaciones para explicar sus más estrepitosos fallos, lo que aprendieron de ellos y cómo les sirvieron para un posterior éxito.

Tal y como solía despedir mi programa de entrevistas: así como el secreto del buen hablar es saber escuchar; el secreto de aprender es saber preguntar. En la era de la inteligencia artificial, vale la pena recordar que las máquinas solo son capaces de ofrecer respuestas, pero no formulan preguntas.

Pero ¿cuándo es el mejor momento para aprender? “El aprendizaje ocurre cuando alguien quiere aprender y no cuando alguien quiere enseñar”. Esta frase del científico y educador, experto en inteligencia artificial, Roger Schank da cuenta de la importancia de la motivación para despertar el interés del aprendiz. Sólo así pondremos en marcha esa maquinaria llamada mente que nos permite integrar conocimientos a nuestra vida y repetirlos hasta hacerlos de manera inconsciente, es decir, aprenderlos.

No hay una edad máxima para transitar la mágica ruta del aprendizaje. La ciencia ha demostrado que nuestro cerebro tiene la capacidad innata de la neuroplasticidad, es decir, que mientras hay función cerebral, tenemos la posibilidad de seguir aprendiendo.

La abuela de una colaboradora de nuestro equipo es un vivo ejemplo de esto: estudió para maestra con más de 40 años de edad, luego se graduó de abogado cerca de los 50, a sus 70 estudió locución y obtuvo su título y hace apenas un año (a los 89), hizo un curso de informática pues reconoce que “se había quedado atrás” con esto de la tecnología. Mientras se sigue preparando para su próximo reto, esta abuela ha demostrado que no hay nada más alejado de la realidad que aquello de “loro viejo no aprende a hablar”.

Como he dicho en mis libros y conferencias, la repetición es la madre del aprendizaje. Pero atención, no me refiero aquí a los patrones de planas o caligrafías, o peor aún, a la memorización de conceptos vacíos que están vigentes en nuestro pensamiento hasta que presentamos el examen. El aprendizaje significativo nos habla de la necesidad de aprender haciendo, es decir, incorporar en nuestro actuar lo vivido para aumentar exponencialmente el porcentaje de lo que captamos.

Ahora bien, ¿cómo se aplica todo esto en nuestros equipos de trabajo? Cuando hablamos de conocimiento corporativo, no deja de ser un proceso de aprendizaje que requiere las mismas condiciones que el ciclo de enseñanza personal. 

Aprendemos lo que nos importa, es por ello que, como líderes de empresas nos corresponde estudiar y analizar lo que motiva a nuestros colaboradores. Si necesitas que alguien aprenda, averigua primero qué le apasiona.    

En vista de que el sistema educativo está alejado del amor genuino al aprendizaje, si le preguntáramos a una muestra de 1.000 niños si les gusta la escuela, prepárese para escuchar las más variadas respuestas. La mayoría con connotaciones negativas. 

Ahora imagínese lo que podrían decir los miembros de su equipo, ya adultos y muchos de ellos padres de esos niños que ya están desarrollando una actitud de aversión al estudio.

El reto no es nada sencillo. Para que nuestros colaboradores quieran aprender hace falta motivarlos a pensar, despertar en ellos la curiosidad, incorporar en nuestra organización la cultura del error, enseñar a preguntar, desarrollar experiencias de aprender haciendo. Sólo así lograremos enamorarlos de la mágica ruta del aprendizaje para su beneficio y el de nuestros negocios.

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