POLITICA

¡A la flauta!

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Cada día me afirmo mas en la idea de que nuestro atraso social se debe a un grave error instrumental: el habernos inclinado por el bombo sin medir las consecuencias. Un seminario dedicado a dilucidarlo aportaría sorpresas varias. Los argentinos no queremos oirnos ni oir. Por eso el bombo tiene aqui diploma y carnet. Y hasta raigambre. En sus proximidades siempre se huele a tufo mazorquero.

Entre nosotros se da el bombo suelto, sin música, y por razones técnicas, sin letra. El carnaval cuajó en Brasil, el candombe en Uruguay, y aquí, de Africa, solo heredamos el bombo a secas. Como arma mas que como instrumento. Con ellos, bien se sabe, solo es posible celebrar discordias. ¿O acaso existe algún concierto para bombo y orquesta? Lo cierto es que se trata de un impresentable de marca mayor. Y el Tula, su concesionario a perpetuidad. Ganó su licitación a golpes de picaresca y hasta llegó a meter un bombo en el mismo Vaticano donde la guardia suiza pudo al fin impedir que lo hiciera sonar con peligro para el santísimo oído y el estuco del salón consistorial.

Su forma es simple pero no resulta fácil convertir percusion en mensaje. Quien lo dude, tome un bombo y desde alli intente distribuir musica, solidaridad, protestas. Ningun golpe significa otra cosa que golpe, lo cual hace de él el instrumento especifico de la estupidez. El desproposito por excelencia. El mas demoníaco aparato inventado jamas para desgarrar de modo más imbécil el tejido social de un país. Tanto, que basta un bombo por cada 100 habitantes para que no se pueda armar si siquiera una sociedad de fomento. Hay quienes sostienen que deberá concluirse en que fueron agentes del imperialismo quienes incentivaron su uso como forma de frenar la liberación nacional.

A cada paso que se de por el mapa del país uno se topa con el bombo. En la puerta de un convento, en el Congreso, en una boda, en actos recordatorios de la Chacarita y hasta en medio de una marcha de silencio (sic) Es prepotente. Representa un supuesto ser nacional. Quien se le oponga puede verse obligado a saltar para no ser confundido con un extranjero a secas, esto es, un traidor.

No es ejercicio de maldad éste, el mío, de caer sobre el bombo así de repente "para hacerlo sonar". Mi intención es sanitaria. La de dar aviso y prevenir pues se debe tener mucho cuidado con él. Su peligrosidad no le viene por vocinglero. Este objeto de madera y cuero tatuado al que le da por aturdir la paz de las palabras y las plazas, como más daño hace es a través de su institucionalizacion, que casi ya logró.

He visto seres intachables que en su cercanía se encandilan imaginando que al compás de sus cañonazos pueden arribar a la consagración social. Ni siquiera Telerman (de tan musical nombre) pudo escapar a las sirenas de su estruendo. Ni el mismísimo Terragno, él, que en algún momento pareció atrevérsele sugiriendo un revolucionario violín de recambio. Pero no. Ya está enquistado en nuestros genes. Es él o él.

Cada tanto alguna frase busca frenar su monopolio. "No te des bombo"-. O "Le están dando bombo". Pero no alcanza. El ya ganó su espacio y es indestructible; no hay quien lo silencie. Cualquiera con mínima notoriedad va, saca su bombo y le da sin asco. Los hay a pedal, portátiles, cosidos a mano, desplegables. Hasta en compact disc vienen.

Sueño suceda el único milagro pragmático que necesitamos. Que un inspirado santo juan de los palotes salga una mañana de su casa dispuesto a encabezar una marcha tocando una flauta. O un breve piccolo. Su efecto entre nosotros sería sensacional. Mucho, mucho más decisivo que una revolución. El bombo entraría a museo y el país de Hamelin a otra época. Durante semanas una alfombra de ratas, rateros y ratones cubriría el río más playo del mundo. Entre tanto, la flauta no dejaría de sonar. Por prevención, claro.

(*) Especial para Perfil.com