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Cristina y las burbujas: por inflación "verdadera" no devalúa y quiere pacto "confirmatorio" de modelo

Los discursos que Cristina Fernández de Kirchner hizo durante la semana dejaron mucha tela para cortar, porque han mostrado una buena dosis de preocupación genuina por la situación económica local.

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Los discursos que Cristina Fernández de Kirchner hizo durante la semana dejaron mucha tela para cortar, porque han mostrado de parte de la Presidenta una buena dosis de preocupación genuina por la situación económica local, aunque se observe cierta ambigüedad entre dichos y acciones, y otra de burlona malicia dirigida hacia los Estados Unidos o hacia el capitalismo global, nunca se sabrá, para darle marco a la crisis internacional. Entre todas esas piezas oratorias de los últimos días, que bien vale analizar en conjunto, hay que prestar atención a un término clave, dicho una sola vez frente a los empresarios de la Unión Industrial Argentina (UIA), sentencia que representa el eje dominante y obsesivo del pensamiento presidencial: la palabra "confirmatorio".

"Tenemos que tener un acuerdo global, confirmatorio de este modelo de acumulación de matriz diversificada, como me gusta decir, con inclusión social, con incorporación al mundo a través de una agresiva política de exportación", les dijo el jueves Cristina a los industriales, después de que estos se habían negado a seguir ese mismo rumbo en marzo para no comprometerse hasta ese extremo, ya que no todos piensan igual en la UIA, con la excusa de que el campo había sido excluido por entonces de los salones de tertulia.

Los Kirchner quieren pasar a la historia como los hacedores de un modelo diferente, al que siguen defendiendo de la boca para afuera a capa y espada, y no han abandonado nunca la idea de la firma de un Acuerdo o Pacto Social del Bicentenario que sea aceptado como la panacea por buena parte de los actores sociales que piensan como ellos. El matrimonio ahora ha visto, detrás de la situación internacional, una nueva oportunidad para encarar esa ratificación y allí se ha lanzado.

Más allá del supremo blooper dialéctico de las burbujas que se "derrumban", un verdadero oxímoron de raíz ideológica al que apeló la Presidenta en uno de sus discursos para limar al neoliberalismo estadounidense por el salvataje estatal a entidades de crédito, hubo otras referencias bien jugosas en esos discursos para entrever el futuro, tal como se visualiza desde Olivos. En relación a las referencias a la crisis, ahora habrá que comprobar si Cristina se anima a repetir ese tipo de críticas en Nueva York, la capital de "ese primer mundo que nos habían pintado en algún momento como la meca a la que debíamos llegar", durante esta semana. Los que están cerca de la Presidenta dicen que bien podría sostener la tesis del paisito modesto que le gana la batalla a los poderosos en el discurso ante las Naciones Unidas, aunque quizás se modere algo en los encuentros que tendrá con los privados, poco deseosos esta vez, en medio de sus propias tribulaciones casi de supervivencia, de encontrarse con alguien que no ha parado de ridiculizarlos. Aunque también se podría pensar que los chuceos internacionales han sido dedicados aquí al público interno, ya que la Argentina se caracteriza por ser el país que más critica a los Estados Unidos en Latinoamérica, los mismos le pueden venir bien al Gobierno para justificar sus propias ambigüedades.

Una de ellas, la más tangible, es que o bien el modelo heterodoxo argentino ha salido victorioso frente a esa defección de los campeones de la ortodoxia, como han dicho los Kirchner en público y en privado y como han repetido en estos días sus propios loros y gurúes, fieles intérpretes del "relato" que se cocina en la quinta presidencial o bien hay que hacerle un service a la máquina, que ya no funciona con tanto resto como antes, apelando a recetas que hasta hace poco eran mala palabra para el Gobierno, como el achicamiento del gasto y la suba de las tasas de interés, por ejemplo. Y todo eso sin que se note, por supuesto y, en todo caso, si las cosas no salen bien o si se crece menos, como es previsible, siempre se le podrá echar la culpa al resto del mundo. Los pilares básicos del modelo ya estaban severamente cuestionados, aun antes de la caída del banco Lehman Brothers: los superávits se estaban achicando, la aceleración inflacionaria le había hecho perder competitividad al tipo de cambio y la falta de financiamiento era una realidad que costaba 16 por ciento anual, pagado casi por debajo de la mesa a Venezuela. Todos estos condicionantes habían provocado estruendosas caídas en los títulos argentinos y los habían puesto a precios de default, derrumbe que ni siquiera el desprolijo anuncio del pago al Club de París pudo detener. En la balanza de los mercados pesaban más, por entonces, la manipulación de las cifras del INDEC, el amor al proyecto del Tren Bala y a la reestatización de empresas, el divorcio con el mundo, las secuelas irresueltas del conflicto con el campo y la valija de Antonini Wilson.

Una vez producida la crisis externa, la evaluación de daños que ha hecho el Gobierno es mínima, ya que sigue sosteniendo que el impacto vendrá por la Bolsa y no por la caída en el nivel de empleo, mientras que asegura que la economía está sólida, que el superávit de balanza de pagos es aún significativo, que el sistema bancario está sólido y líquido, que la programación financiera para el año próximo no tendrá sobresaltos y sostiene que aún están como resguardo las reservas en el BCRA. Para Aldo Ferrer, uno de los economistas que más escucha el matrimonio presidencial y uno de los cultores del "vivir con lo nuestro", hoy hay "una tormenta afuera y el país sigue de pie, parado en sus propios recursos, ya que el ahorro llega a 30 del PIB". Según él, hoy se está viviendo "un cambio de época y la Argentina tiene que consolidar esta situación" ya que "los problemas que tenemos dependen de nosotros y no de lo que pase en el exterior".

Para el ex ministro de Economía, quien evidentemente le ha bajado líneas al actual, Carlos Fernández, ya que ha repetido el mismo concepto en el Congreso, "hoy estamos más fuertes de lo que estuvimos en la década del '90". Sin el orgullo que siente Ferrer, lo que pasa es también posible describirlo desde la carencia: como nadie le presta un centavo a la Argentina, no hay modo de que salga un centavo. De allí que la fortaleza por debilidad que tanto se magnifica, suene parecido -en otro oxímoron- a aquel viejo dicho que alude a ser los más ricos del cementerio. También ha dicho el economista que, en la década pasada "toda la política económica consistía en transmitir señales amistosas al mercado para captar nuevos créditos y así el país se paralizó y vendimos el patrimonio nacional, nos endeudamos al límite de la insolvencia y eso es fundamentalismo del mercado". En igual línea que la Presidenta, quien sugirió lo mismo en términos políticos algo más mordaces, Ferrer piensa que "tal como acá, ese sistema colapsó en 2001, ahora está colapsando en el sistema internacional".

Donde sí se han notado divergencias con el asesor es en la cuestión de la paridad cambiaria, ya que éste ha señalado que "si el tipo de cambio real se sigue apreciando se alienta el déficit en el comercio de manufacturas de origen industrial", una línea idéntica a la de la UIA, mientras que Cristina le ha dicho a los industriales con cierto tono de crítica, después de sugerir que hay que sentarse "a discutir en serio, en serio, empresarios y trabajadores sobre estas cosas", entre ellas la cuestión salarial que fogonea la CGT en primer término, que hay que hacer "planteos que sean consistentes económicamente… (ya que) si nosotros tenemos un tipo de cambio demasiado alto (eso) es inconsistente con una verdadera lucha contra la inflación", ya que el valor del dólar sigue siendo en la Argentina uno de los principales motores de las expectativas inflacionarias. Esta frase de la Presidenta no dejó de llamar la atención, no sólo porque repitió dos veces la palabra maldita (inflación), algo que nunca había sucedido en su mandato, sino porque la referenció al adjetivo "verdadera", como si todo lo que se hubiera hecho hasta ahora, acto fallido de por medio, hubiese sido falsificado. Con esta cuestión queda aún más en claro la cuestión de la ambigüedad, ya que se han puesto en marcha, todavía de modo incipiente, algunos de los remedios ortodoxos que se detestan y que, según algunos economistas, han contribuido a detener algo, desde la suba de las tasas, la inercia de los precios, aunque no se haya desactivado, por ahora, la manipulación orquestada dentro del INDEC. Hay que tomar en cuenta también que las encuestas están marcando que la gente cree que si se resuelve el problema de la inflación subiría mucho la consideración hacia la Presidenta, lo que la ayudaría a recuperar imagen. Si hay algo que los Kirchner mantienen intacto es el sentido de la supervivencia, pero habrá que ver hasta dónde prosperará el uso de las recetas más tradicionales, aunque en este punto tampoco hay que dejar de lado los condicionamientos que pueden llegar desde el exterior.

Si bien Ferrer, y con él el matrimonio Kirchner, creen que la crisis financiera global probablemente "quedará encerrada en la zona financiera" y que "puede haber una desaceleración, pero ningún cambio de contexto", ya que "no es previsible un derrumbe de los precios de las commodities", porque Asia sigue con mucho impulso y este continente es "el que mueve el mercado de la soja", la mayor parte de los economistas del otro palo piensan que el viento ya no soplará de cola y que las cosas se pondrían muy feas para las cuentas públicas, si el precio de la oleaginosa en Chicago cae por debajo de los 400 dólares la tonelada.

Por un lado, porque el superávit comercial registraría menores ingresos de divisas (con U$S 430, el sacrificio sería de unos U$S 5 mil millones), pero también porque el Tesoro debería resignar unos U$S 1.500 millones en retenciones. Y si bajan los precios, especulan, quedarían dos variables a corregir para ayudar a las cuentas, sin apelar a mayor presión impositiva, algo inviable desde lo político. O crece la superficie sembrada, imposible de pensar después de lo sucedido con el campo, el aumento de los insumos y la demonización del "yuyo" o sube el tipo de cambio nominal, con lo cual se "derrumbaría" otra burbuja.