POLITICA

Del Che a Boudou jugando al Sudoku

La foto del vicepresidente con su tablet tiene un fuerte valor simbólico: el derrumbe del relato kirchnerista.

El relato: del Che a Boudou
| Cedoc

La foto del vicepresidente Amado Boudou jugando al Sudoku en su tablet mientras Jorge Capitanich respondía ante los senadores, tiene un fuerte valor simbólico en cuanto a lo que significa respecto del derrumbe del relato kirchnerista.

Boudou ha dado siempre muestras de despreocupación y frivolidad, una par de características impropias para quien se encuentra en el primer lugar de la sucesión presidencial para el caso (¡Dios no permita!) de falencia de la primera mandataria.

Un caprichito de Cristina

Boudou llegó a la vicepresidencia por un capricho presidencial. No se trata de alguien que haya logrado escalar a esas empinadas cumbres a fuerza de una labor política esforzada y trabajosa. No. Boudou no es mucho más que las fotos que tenemos de él: subido a motos de alta cilindrada o guitarra en mano cantando rock con La Mancha de Rolando o entrando a tribunales para demostrar que él no tuvo nada que ver con el intento de compra fraudulenta y extorsiva de la empresa Ciccone Calcográfica, con la pretensión de ser adjudicatario de la impresión de billetes de circulación nacional.

Por eso, la foto donde se lo ve ajeno al debate sobre importantes asuntos nacionales que se desenvolvía a su alrededor, no es algo que pueda extrañar a nadie. Se trata de un Boudou auténtico. Es el vicepresidente de la Nación que tenemos. Es el elegido de Cristina. Y es, también, una muestra de la naturaleza frívola e insustancial de todo el gobierno.

Boudou es uno de los personajes que surgen y se posicionan porque el sistema de partidos políticos no funciona apropiadamente. En una democracia consolidada no habría espacio para caprichos como éste. Ni Menem, con todo el poder que había concentrado tras su primer período exitoso, pudo elegir su vicepresidente para el segundo tramo de su gobierno. La provincia de Buenos Aires le impuso a Carlos Ruckauf. Cristina, tras la experiencia con Cleto Cobos, puso a alguien sin poder propio, sin predicamento. Como todos cuanto la rodean. Es una concepción del poder. Pero no es sólo eso. Es también una muestra de la holgura de estos años perdidos.

En efecto, el torrente de recursos que el país recibió por el contexto internacional favorable hizo posible gobernar sin mayores esfuerzos, sin necesidad de aguzar el ingenio y sin mayor colaboración de mentes brillantes. El país podía permitirse, incluso, un Boudou. La sola presencia de los recursos permitió impulsar el consumo y generar el crecimiento que de ahí se deriva sin problemas. Además, toda la estrategia (por llamarla de algún modo) quedaba ratificada y certificada por un voto popular, naturalmente agradecido por la mejora de las condiciones generales.

La épica en el tobogán

En condiciones tan favorables no se necesita un vicepresidente que ayude a gobernar al estilo y con los peligros de un Francis Underwood. Como tampoco se ha necesitado –desde Lavagna en adelante- un ministro de economía. Todo el mecanismo funcionó suficientemente lubricado con el la abundancia de recursos. Y cuando esto ocurre, nadie reprocha nada. Eran los tiempos en que al filósofo Ricardo Forster no le provocaba rechazo el juez Oyarbide. Todos los intendentes se alineaban detrás de Cristina y los fondos públicos. Boudou cantaba rock en los escenarios del país, a dónde solía acudir en alguno de los aviones presidenciales. Pero todo estaba bien. El dinero tapa todo.

Incluso esta misma escena, la de un Boudou empecinado en llenar la cuadrícula del Sudoku mientras los senadores interrogan al Jefe de Gabinete, hubiera pasado desapercibida en aquellas circunstancias prósperas y gloriosas. Pero las cosas han cambiado. Estamos en pleno ajuste “neoliberal”. El malhumor de la gente va in crescendo. Cosas que antes caían bien o resultaban indiferentes, hoy empiezan a irritar. Así son los ciclos políticos. Al principio uno es Gardel; tiempo después, el Conde Drácula.

Con los años, la épica K se ha derrumbado. Al final del camino no había una Argentina Potencia sino un ajuste clásico, como el que siempre viene después de un desborde populista. Tanto lío para terminar donde terminan todos los gobiernos. Como dice el poeta: "Tanto correr pa’ llegar a ningún lado".

Para colmo de males ahí está, a la vista de todos, un espejo que muestra el futuro: Venezuela. Maduro ya mató a 25 estudiantes. Entre ellos, a una nena de 6 años. Todos golpistas, claro. Todos de derecha. Todos reaccionarios. Y desde acá (y otros países de América Latina) los revolucionarios se callan la boca “para no hacerle el juego a la derecha".

El arduo camino épico diseñado por los publicistas del gobierno recorría las montoneras federales, Juana Azurduy, Yrigoyen, Perón, Evita (¡sobre todo, Evita!), los “jóvenes idealistas” de los años setenta, el Che Guevara. Todo eso desembocó en Amado Boudou jugando al Sudoku mientras los senadores interrogaban a Capitanich sobre importantes problemas del país.

Claro que estamos tentados de decir que cada gobierno tiene el vice que se merece. Lo haríamos si no se vislumbrara la respuesta obvia: que cada pueblo también tiene el vicepresidente que supo conseguir. Desde aquel Perón sonriente montado en su caballo blanco con pintas negras a este Boudou distraído, jugando al Sudoku en su tableta, en plena sesión del Senado ha pasado mucha agua debajo del puente.

La suficiente como para arrastrar al populismo.

(*) Especial para Perfil.com