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El nuevo debate: ¿Argentina tiene con qué crecer 10%?

La Presidenta tenía el dato en un papelito que le había acercado el ministro de Economía, Martín Lousteau. Quizás la emoción de estar en un ambiente productivo en franco crecimiento le jugó una mala pasada.

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La Presidenta tenía el dato en un papelito que le había acercado el ministro de Economía, Martín Lousteau, y quizás la emoción de estar en un ambiente productivo en franco crecimiento le jugó el viernes una mala pasada. Con una proyección del Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) en su poder, Cristina Fernández estaba dispuesta a jugarse y a insuflar ánimo, en medio de las amenazas que podrían provocar una lentificación mundial del crecimiento, proclamando desde Concepción del Uruguay, que ella espera que la economía argentina en su conjunto crezca este año nada menos que 10 por ciento. Toda una bomba.

Sin embargo, el discurso se le empastó y en el textual la expresión de deseos quedó como la pretensión de un aumento acotado únicamente a la producción avícola. Así lo dijo la Presidenta: "quiero decirles que vamos a hacer todo lo posible y lo imposible también para que ese sueño de crecer todos los años 10 por ciento en la actividad se nos dé, porque Entre Ríos está para más, pero Argentina también -como Entre Ríos- está para más y vamos a ir por más".

Presurosos, voceros de la Casa Rosada salieron a aclarar oficialmente que Cristina no había querido decir lo que dijo acotado solamente a la faena de pollos, sino que "la actividad" era toda la actividad económica y que la mención de la Argentina y el "vamos a ir por más" era la prueba de que se refería al país en su conjunto, aún a riesgo de que el año se desbarajuste y que alguien se acuerde a fin de 2008 de esa mención y le pase alguna factura. Lo concreto es que tan arriesgado porcentaje no explotó en los titulares, del modo en que se esperaba, aunque ése era el plan.

La emoción que obnubiló a la Presidenta seguramente tuvo que ver con las anécdotas que contó sobre el dueño del frigorífico avícola, el principal exportador de la Argentina, quien de chico repartía pollos en bicicleta, pero también con el autoconvencimiento de que el modelo de tipo de cambio alto, agregado de valor, articulación estatal-privada (subsidios incluidos), creación de puestos de trabajo y justa distribución de los ingresos funciona cada vez mejor.

En el mismo discurso, Cristina pidió mirar a los países desarrollados para encontrar los por qué de ese desarrollo y volvió a subestimar a los servicios, ya que su corriente de pensamiento los opone sistemáticamente a la industria, como si el mundo no los integrara. En este aspecto, bien vale poner como ejemplo la monumental oferta de compra que acaba de hacer el gigante industrial Microsoft sobre Yahoo, una típica compañía de servicios, a la que Bill Gates ha valuado en la quinta parte del PIB argentino o un año de sus importaciones, sin importarle la categoría que ostenta.

En este punto, la cerrada tesis oficial del modelo único y excluyente ("la clave es entender cómo funciona", dijo la Presidenta) no deja de parecerse al criterio casi autista de muchos funcionarios de los 90 sobre la convertibilidad y sus potenciales beneficios, lo que impedía las discusiones para adentro y para afuera de los equipos de gobierno, mientras que se crucificaba a quienes pensaban diferente.

A la hora de trazar una línea sobre los buenos y los malos, también Cristina la emprendió contra la especulación financiera, como contracara de la "cultura del trabajo", también en un mal momento, ya que lo hizo justo en la semana en que se pudo medir el importante beneficio que tuvieron quienes colocaron en la Argentina, en enero, sus ahorros en títulos públicos.

Estos inversores, ávidos muchos de ellos todavía de recuperar las divisas que les llevó el corralón, lograron durante ese mes más de 10 por ciento en dólares, producto del anclaje del tipo de cambio, precisamente lo que algunos economistas definen por estas horas con cierto aire de revancha, aunque con superávit fiscal y endeudamiento acotado, como una fase superadora de aquella convertibilidad.

En relación al barniz económico que está adquiriendo la ex Primera Dama -su esposo siempre fue el hombre práctico de los números y le dejó a ella las cuestiones ideológicas- mucho tiene que ver la presencia de Lousteau en su entorno quien, aunque apichonado por un entorno al que todavía le cuesta interpretar, está haciendo un trabajo silencioso al respecto para moderar la ortodoxia heterodoxa de Cristina, la que no logra sintonizar la frecuencia de la seducción de las inversiones, para que sean sustento del crecimiento pretendido.

Una de cal y una de arena. Lousteau hizo punta en estos días para insistir ante los bancos con una vieja obsesión de los Kirchner, una baja en las tasas de los créditos y, en segundo lugar, se impuso hasta ahora por “no contest” en una pulseada técnica -un dato no menor- frente al secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. En el primer ítem, hasta dio directivas, probablemente sopladas al oído por el poder político, ya que al día siguiente el Jefe de Gabinete, Alberto Fernández salió con los tapones de punta contra los bancos.

"(Querríamos) que haya préstamos a cinco años de plazo, con una tasa por debajo del siete por ciento para los sectores exportadores y de poco más del 10 por ciento para los que trabajan con el mercado interno" ha dicho el ministro, aunque él sabe como ex banquero que tasas tan negativas para los deudores y de quebranto para las entidades (pagan 11 por ciento a plazo fijo) sólo podrían sostenerse con subsidios estatales y en eso está trabajando, sin considerar los descalces de plazos que podría tener una operatoria de este tipo.

En la semana, el referente económíco de la Coalición Cívica, Alfonso de Prat-Gay, señaló que, por haber coloborado alguna vez con él, valora como muy alta la capacidad técnica del ministro, pero que hasta ahora no le ha visto tomar ninguna medida propia, salvo administrar lo que venía.

Sin embargo, Lousteau acaba de imponer su perspectiva en materia de liberación de exportaciones de trigo y maíz, pese a que debió confrontar con Moreno, quien, aunque movió todas sus influencias dentro del Gobierno, no pudo contrarrestar el argumento del titular de Economía: Brasil acaba de autorizar la compra de un millón de toneladas de trigo fuera del Mercosur, ya que sus molineros no recibían provisión desde la Argentina.

Una asignatura pendiente para Lousteau es volver a darle credibilidad al INDEC, algo sobre lo que se trabaja desde lo técnico, en relación a una parte del sistema de medición de precios que se emplea en los Estados Unidos, pero que aún no se pone en marcha pese a las promesas, ya que no podría hacerse un empalme de las series sin blanquear la manipulación de un año, mientras diseña con el titular del BCRA algunos diques monetarios y fiscales que no contradigan la política expansiva del Gobierno que, como se ha visto, tiene ganas de impulsar la economía a una velocidad crucero de 10 por ciento al año.

Ante el problema de los aumentos cotidianos de precios y tarifas, tal como lo percibe el bolsillo, la sociedad argentina está dividida entre mucha gente que ha padecido las hiperinflaciones y jóvenes de 20 años que no saben bien de qué se trata. El primer grupo, el grueso de la población, no necesita que nadie le diga si debe comprar o no un tomate perita, ya que está bastante entrenada en no poner la cabeza donde haya precios desbocados (la pálida temporada en Mar del Plata ha sido un ejemplo). Pero, sobre todo, tiene memoria de reacción y cobertura instantánea ante el fenómeno, que hoy percibe en sus bolsillos con gran preocupación.

Por eso, en materia de expectativas que aceleren esos reflejos, resulta tan irresponsable menear la soga en la casa del ahorcado, como ha hecho Elisa Carrió al hablar de una inflación espiralizada hacia tasas de 40 %, cuanto barrer debajo de la alfombra, tal como le gusta a Moreno.

Más cómoda que con los temas de la economía, se la ha visto a la Presidenta en cuanto a la vuelta al cauce de las relaciones con los Estados Unidos. En 50 días de gobierno, Cristina Fernández ha retornado a las fuentes, en relación a lo que siempre se propuso hacer en materia de política exterior y tendrá pronto embajador en el país del Norte para encauzar negocios y buscar inversiones, el verdadero Talón de Aquiles de la economía. La Presidenta ha superado, por ahora, un escollo que le bajaba mucho la legitimidad de origen a su gobierno: haber recibido financiación para la campaña, nada menos que de Hugo Chávez.

No obstante, el Gobierno se ha quedado con algunos magullones, pese a que le han explicado hasta el cansancio que el juicio en Miami no tiene móviles políticos y mucho menos para saber adónde iba el dinero, sino de dónde provenía. Si todo fue una operación de inteligencia de los Estados Unidos para tensar la cuerda y aflojar, nada indica que el procedimiento no se vuelva a repetir. Siempre puede haber un arrepentido que amenace con decir a quien debía entregarle la valija el portador, haya sido Antonini Wilson u otro pasajero, si la Argentina no le baja algo los decibeles a la alianza estratégica con Venezuela.

Un párrafo de la declaración unilateral del embajador Earl Anthony Wayne, tras la entrevista con la Presidenta (hay que avisarle a los difusores del Gobierno que hablaban de un "documento conjunto" para mostrar la vuelta al romance, que es decoroso para un Jefe de Estado firmar a la par de un embajador) ha merecido la atención de los analistas: "Entendemos que el gobierno de (la) Argentina también está llevando a cabo una investigación centrada en posibles violaciones en (la) Argentina al ingreso de divisas y actividades de lavado de dinero".

Para muchos, esta mínima referencia y el verbo "entender", en lenguaje diplomático, significa que esperan que se haga algo aquí de verdad, un juicio que tiene pedida por ahora la extradición de Antonini y al que se ha citado al hijo del ex vicepresidente de PDVSA, pasajero del avión, y a su padre, pero a nadie de los locales, ni a Claudio Uberti (desplazado de su tarea de control de peajes) ni a Exequiel Espinosa, presidente de Enarsa, al menos por haber sido quien alquiló el avión.