La ex presidenta dejó nuestro país el jueves 9 de julio de 1981 y se alojó a partir del viernes 10
en el Hotel Ritz de Madrid. El encuentro se produjo a las cuatro de la tarde, hora madrileña, del
día sábado 11, cuando la señora de Perón me recibió en la suite 430 del Ritz, con la sola presencia
de su abogado Julio Arriola y del joven dirigente Ricardo Fabris, para concederme, como enviado
especial de
Clarín, la primera entrevista exclusiva a un medio
periodístico desde su salida del país y en rigor de verdad, desde siempre. Durante la entrevista me
manifestó estar muy contenta y disfrutando de su llegada a Madrid. Me dijo que ya había caminado
mucho la tarde anterior y esa misma mañana, saludando a mucha gente amiga, a dueños de los negocios
donde hacía compras con el general en los años compartidos en Madrid. Que muchas veces desde
nuestro país había extrañado a España, por haber pasado en ella muchos años, echando verdaderas
raíces. También señaló con alborozo que esas personas le manifestaron su alegría por volver a verla
y saber que podría quedarse a vivir en Madrid.
Como se había establecido –
sine qua non– el compromiso previo de que no le
haría preguntas sobre temas de política nacional que pudieran comprometer la actual situación de la
señora, en principio los obvié, pero en cambio comencé por preguntarle –a simple modo de
acercamiento inofensivo a la política– quiénes habían sido los estadistas no argentinos que
más la habían impresionado. Y me dijo que habían sido Nasser y De Gaulle. Le pregunté entonces si
había tenido oportunidad de conversar con ellos; pero aunque su respuesta fue negativa, me dijo que
había seguido sus trayectorias a través de la amistad y contactos que habían existido entre ellos y
el general Perón.
Ante una repregunta mía, agregó que en la situación actual del mundo, tan convulsionada, era
muy difícil encontrar hombres a la altura de la crisis, pero saliendo del ámbito político, la
personalidad que más la impactaba era la de Su Santidad Juan Pablo II, con la salvedad de que ella
también había admirado a sus antecesores pero que en Juan Pablo II, destacaba su amor y su espíritu
de sacrificio, su gran poder de aglutinación, su fortaleza y dulzura, que era lo que atraía a las
masas en todo el mundo. Y me señaló que yo no debía olvidar que, por otra parte, ella era una hija
de la Iglesia, y que ya por ello respetaba a Su Santidad pero que además Juan Pablo II era
realmente un hombre extraordinario y que lo sentía como un padre.
Le pregunté si pensaba visitarlo y me contestó que lo haría cuando el Papa pudiera recibirla,
para lo cual ya se habían hecho las conexiones necesarias con el Vaticano. Y que por otra parte,
aquí en Madrid, también cumpliría ella con la formalidad de saludar y ver al nuncio apostólico.
No pude evitar, pese a las restricciones establecidas para el reportaje, preguntarle cómo
recordaba ahora, a través del tiempo transcurrido, su gestión presidencial. Al respecto me dijo que
muchas veces pensaba que le hubiera gustado hacer muchas cosas que no había podido realizar, no
porque no hubiese querido sino porque realmente no contó con la ayuda necesaria en aquellos
momentos.
Le requerí entonces que tratara de precisarme algo más sobre el tema, y entonces agregó que
habían ocurrido muchas cosas; en primer lugar, el fallecimiento de su esposo, algo muy duro para
ella, como era natural. Pero agregó que seguramente yo tenía experiencia como para saber que muchas
veces la gente no estaba a la altura de las circunstancias. Y que con el poder político ocurría lo
mismo que cuando alguien que no ha tenido nunca poder adquisitivo, se ganaba la lotería. Es decir,
que no sabía asimilar debidamente la situación de esa índole, por no estar preparado para ella. Y
que por eso me decía que había habido gente que no estuvo a la altura de las circunstancias. Esa
era la gente que no la había ayudado, por pensar más en sí misma que en el país.
Dicha respuesta me animó a intentar llevarla a la fantasía o suposición de poder retroceder
en el tiempo, con ella volviendo a ocupar el mismo lugar que había ocupado, para preguntarle
entonces si actuaría del mismo modo. Y me dijo que no, que lo haría de una manera totalmente
diferente, pero que esperaba que eso no ocurriera. Ante ello, le recordé que sólo le había
presentado una fantasía del retroceso del tiempo, una simple suposición, pero que veía, por la
última parte de su respuesta, que ella estaba renunciando al futuro.
Entonces me aclaró que no se trataba de una renuncia, pero que sí creía que había gente mejor
preparada que ella, con mucha capacidad: hombres y mujeres probos que podían llegar a la primera
magistratura para trabajar por todos los argentinos, sin partidismos de ninguna naturaleza. Que ésa
era su idea y que en esos momentos no había que pensar en partidos y sí, en cambio, pensar
globalmente en lo que podía beneficiar a la República. Agregando que ella, desde cualquier lugar
–como todo argentino– trataría siempre de hacer el bien y de trabajar por el país, aun
de lejos, sin molestar, sin dañar a nadie. Y que me repetía que no se trataba de una renuncia, pero
que si supiera que su renunciamiento fuera para el bien del país, lo haría. En cambio no se
prestaría a hacerlo, de ninguna manera, si dicho renunciamiento fuese pedido para beneficiar a
determinados grupos o personas con intereses inadecuados. Que al margen de todo eso, ella creía
haber cumplido una etapa y haberse ganado un descanso. Y que además, como ya me lo había dicho,
eran muchos los que podrían desempeñar la presidencia mejor que ella.
Cuando le pregunté si tenía algún resentimiento por estos cinco últimos años en prisión, me
contestó que de ninguna manera. Que no tenía resentimientos ni rencor contra nadie. Que si bien su
cautiverio había sido injusto, le había permitido madurar, pensar mucho; le había dado mucha
experiencia y le había permitido ver todo desde otra perspectiva. Y todo eso era para ella muy
importante. Por lo cual podía asegurarme no tener resentimientos y que, como en la misa, deseaba
darles a todos los argentinos su mano de paz. A pesar de la restricción temática, le pregunté si
durante los tiempos finales de su gobierno había previsto la posibilidad del golpe de Estado. Y me
contestó afirmativamente, porque –agregó– estaba muy sola, se sentía muy sola. Que si
algunos hubiesen ayudado, todo habría sido diferente porque ella sabía escuchar. Pero ocurre que
para valorar las cosas, a veces hay que pasar vicisitudes y quizás el país grande, próspero, que
era la Argentina, con su riqueza y calidad humana, tuvo necesidad de pasar por esa prueba para
tomar conciencia de lo que tenía. Añadió que yo seguramente sabía –suposición recurrente
durante la entrevista– que a veces se daba la prueba de Dios, y que siendo ella muy cristiana
sabía que a veces los pueblos necesitan pasar las pruebas para valorar lo que tienen. Como los que
recién valoran a la madre cuando la pierden.
También le pregunté si la había sorprendido el mal trato de parte de la prensa española como,
por ejemplo, la nota crítica del columnista Emilio Romero, vinculando su llegada a España a una
estrecha relación con la señora Pilar Franco y con otras personas. Al respecto me dijo que le había
extrañado mucho esa actitud de Emilio Romero, porque él había sido siempre muy amigo del general y
de ella. Que incluso en Puerta de Hierro, había una gran fotografía suya pintada de una manera muy
especial. Que realmente no sabía qué es lo que pasaba, pero que yo seguramente sabía que a veces
los hombres cambiaban.
Para darle un pequeño respiro le pregunté entonces cuánto tiempo hacía que no gozaba de
libertad, no solo material, sino también interna, de ir y venir, de pensar sin mayores compromisos.
Y me dijo que en verdad hacía muchos años pero que ahora sentía, con alivio, que podía hablar,
hacer sus propias cosas por sí misma.
De inmediato y en base a la mencionada libertad, mi pregunta recayó sobre la posibilidad de
volver a instalarse en nuestro país. Y me respondíó que sí. Claro estaba que Dios mediante, aunque
se sentía –lo dijo sonriendo– ciudadana del mundo, porque le gustaba mucho viajar,
especialmente a partir de esa libertad. Porque además, tenía todavía muchos compromisos amistosos
que cumplir con personas que la habían invitado y que se habían portado muy solidariamente con
ella. Como por ejemplo, debía viajar a Panamá para visitar al general Omar Torrijos, tan amigo del
general desde hacía muchos años. También debía ir a Roma, como ya había dicho, para ver a Su
Santidad. Quería igualmente visitar los lugares santos en Jerusalén, donde iría a orar por la paz
de los argentinos, en cumplimiento de una promesa que había hecho hacía dos años.
Cuando le pregunté acerca de cómo había sido un día tipo mientras estaba recluida en San
Vicente, me contó que los días eran muy rutinarios porque ella era una mujer muy metódica. Que se
levantaba a las seis de la mañana, aunque últimamente estaba un poco remolona. Hacía ejercicios,
desayunaba y se ponía a escribir. Luego hacía los trabajos normales de la casa con la señora que la
ayudaba: el almuerzo, a veces la siesta. Tejer, ver televisión, leer diarios, revistas y libros,
recibir alguna visita, repasar el idioma francés que le gustaba mucho. Por supuesto le pregunté
sobre qué temas escribía. Y me dijo que ella no sabía escribir pero que de todos modos escribía
mucho, y siempre. Que trataba de expresar su alma, “pensamientos del alma”. Que siempre
había cultivado su parte espiritual, como cristiana, como católica, apostólica y romana. Que
escribía sobre sus estados espirituales, por eso los llamaba “pensamientos del alma”. A
veces eran poemas, porque también era muy romántica. Escribía sobre temas religiosos, y que
Monseñor Tortolo le dijo un día que había leído un escrito suyo religioso, que para él era una
oración con mucho contenido teológico, y que no dejara de escribir porque era muy interesante lo
que hacía.
A continuación se imponía que le preguntase si no había pensado en publicar, y me dijo que
no; que le había dado sus cosas a leer a muy pocas personas y aunque le habían ofrecido publicar
algunas de ellas, ella prefería esperar y que ya vería más adelante. Como me dijo que una vez había
estado tentada de mandar algo a Clarín, le pregunté qué esperaba para hacerlo ya mismo, pero su
respuesta fue que no había traído nada consigo, aunque me prometió entonces enviarme algo a ese
fin. Volvimos pues a la escritura y agregó que todo lo que escribía iba fechado, a modo de un
diario espiritual. En ese momento intervino el doctor Arriola que dijo ser uno de sus pocos
lectores, y que tenía una oración hecha por ella a Santa Catalina de Siena, que según su opinión
era fantástica, y otra al Sagrado Corazón de Jesús. Pasando de la escritura a la lectura, le
pregunté qué libro estaba leyendo en ese momento o cuál había sido el último libro leído por ella,
y me dijo que había sido
Los bufones de Dios de Morris West.
La señora de Perón prosiguió contándome que cuando estaba en la Base de Azul, hacía trabajos
de jardinería que le costaban mucho porque físicamente estaba muy delgada. Pesaba apenas 41 kilos
en esa época, y asociaba el trabajo con la escritura dedicando sus escritos a los instrumentos de
trabajo y a las flores que cultivaba y cuidaba. También utilizaba la metáfora de las malezas del
jardín que ella arrancaba para aludir a las malezas de la vida. Pero que en Azul, además de la
jardinería hizo otras cosas, como pintar toda la casa y encuadernar los ochocientos libros que allí
había en la biblioteca y que estaban en muy mal estado. Le pregunté por qué había trabajado tan
intensamente y me respondió que estaba muy aburrida allí, como material de rezago, por lo cual lo
mejor que podía hacer era dedicarse a trabajar, aunque los medios que tenía eran muy precarios y
algunos se los tuvo que fabricar ella misma. Cuando volví sobre el tema de los poemas y del
romanticismo, me dijo que ella era una enamorada del amor, por lo cual sus poemas no estaban
dedicados a ninguna circunstancia o persona en especial sino al amor mismo.
También le pregunté por su autor preferido y me dijo que era Graham Greene, pero que su libro
de cabecera era la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Luego le pregunté por sus programa de
televisión preferidos y me aseguró que si bien no le gustaban las telenovelas, sin embargo había
visto y gustado
Rosa de lejos, porque la había entretenido. Que también
veía
Polémica en el bar.
Operación ja-ja, y las películas de Canal 13, mientras no
se trataran de westerns porque ya los había agotado todos cuando vivía el general. Agregó que
también veía
Video Show.
Cuando le hice una referencia o más bien un comentario sobre su soledad en San Vicente, me
dijo que como tenía mucha vida espiritual jamás se había sentido sola, con excepción del tiempo en
que había gobernado, porque la soledad del poder era tremenda. Agregó que Santa Teresa le había
enseñado que quien tiene a Dios lo tiene todo. Y que si ella tuviera que dar la vida por Dios, lo
haría con mucho gusto. Porque ella tenía una fe muy profunda y que no era ni quería ser instrumento
de nadie, de ningún hombre y de ninguna mujer. Salvo de Dios.
Le pregunté si en San Vicente recibía correspondencia y me dijo que mucha, pero que no
contestaba las cartas para no crearle problemas a nadie, por simple prudencia.
Me quedaba por preguntarle, dada la hora, y dentro de las limitaciones establecidas para el
reportaje, sobre su relación con la música. Al respecto me contestó que le gustaba toda la música,
la clásica y la popular. Que sus compositores preferidos eran, como buena romántica, Chopin y
también Beethoven y Brahms y que tocaba el piano, mal, pero lo tocaba y que al general le gustaba
que lo hiciera, pidiéndole siempre el Claro de Luna de Beethoven. Pero que eso era antes de que se
fueran para la Argentina, porque después ya no tuvieron más tiempo de darse esos lujos. Para cerrar
el reportaje le pregunté cuál de las tres etapas de su detención había sido la más dura. Si el
Messidor, Azul o San Vicente. Y me dijo que las tres ya estaban olvidadas.
El domingo 12 de julio se publicaba con foto en tapa la entrevista. La primera que había
otorgado la señora de Perón desde que había asumido la presidencia, pero ya como ex presidenta,
tras cinco años de prisión, y en Madrid, 48 horas después de su liberación.
* El autor es escritor, periodista y diplomático de
carrera