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La Presidenta, entre dos mundos

En siete años los Kirchner mantuvieron una estrategia que les dio excelentes resultados: hablan de la realidad como si les fuera ajena, como si los males fueran responsabilidad de otros, y las escasas bondades propias.

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La imagen no podía resultar más contradictoria: por un lado, se vio a la presidenta Cristina Kirchner, engalanada en ropa de princesa, haciendo esperar a los reyes de España para intentar una entrada triunfal en el mundo de la aristocracia europea con todos sus lujos; por el otro, se la observó ya en ropa de mujer común, con expresión de aguda preocupación en su rostro, abrazando a los niños de la mano del Estado, el que ella misma maneja. Es como si la Presidenta se sintiera gobierno en un mundo y oposición en el otro. Cómo, si no, podría entenderse que haya revelado al país la forma en que se le "hiela la sangre" cuando los poderosos piden más y se olvidan de los más humildes, como si ella no tuviera nada que ver con la realidad argentina.

Esa fue la primera visita que Cristina Kirchner hizo a los sufridos pobladores de Tartagal. En el 2006, ya en la gestión de su marido, esa misma gente había sido castigada por un fenómeno natural que puso al desnudo la pobreza extrema, el abandono más absoluto de gobierno provincial y nacional y la total falta de previsión. Aunque afirman que las obras para evitar nuevos derrumbes en Tartagal ya están completadas en un "70 por ciento", lo cierto es que desde aquel aluvión ocurrido ya en la era kirchnerista nada cambió no sólo en esa ciudad, sino en todas las regiones del país donde la pobreza, como justifica el gobernador salteño, es "estructural". Pero si tantos años en el poder absoluto del kirchnerismo -ya suman siete, nada menos- nada se hizo para modificar esa situación, ¿con qué audacia la Presidenta acusó una vez más a "los otros" por las desgracias nacionales? En siete años los Kirchner mantuvieron una estrategia que, increíblemente, hasta ahora les dio excelentes resultados: hablan de la realidad como si les fuera totalmente ajena, como si todos los males fueran responsabilidad y causa de los otros, y las escasas bondades fueran de su exclusiva autoría.

Es que esa hipótesis se basa en la convicción casi fanática de que el mundo está en contra de ellos: todos los que eviten manifestar una sujeción obsecuente e incondicional quedan expulsados del mundo áureo del poder. Como si faltara algo para aumentar la crispación de los Kirchner, dirigentes de la oposición están intentando bocetos de posibles alianzas futuras con la mira puesta en octubre próximo y la esperanza de arrancar algún sitial al oficialismo. Para este gobierno, los partidos de la oposición no existen. Ese factor básico de la vida democrática, no figura entre los planes, ideas, propósitos de la actual administración. Nunca ninguno de los dos consortes se allanó a dialogar con dirigentes de la oposición, por más propaganda que haya hecho en su campaña electoral la presidenta anunciando una concertación que jamás se concretó y nunca se verificará.

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Hasta el propio vicepresidente de la Nación, Julio Cobos, es considerado como un enemigo a combatir hasta el final. Al punto que, una vez más, Cobos fue víctima del capricho kirchnerista cuando se le negó un avión para ir a Tartagal a visitar a los damnificados. El escenario de Tartagal destruido y con sus habitantes en el límite de la supervivencia tenía que ser exclusivo para la primera mandataria: ni siquiera quiso viajar con los ministros que podrían haber tomado cartas técnicas en los asuntos más urgentes a resolver: no estaba ni la ministra de Salud, Graciela Ocaña -siempre en la cuerda floja- ni su propia cuñada, la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner. Después de mezclarse con los pobladores que perdieron todo por un nuevo aluvión de barro en el norte del país, la Presidenta convocó a cientos de militantes a la residencia de Olivos para manifestar entre ovaciones, repiques de bombos y halagos interminables, que los pobres son pobres por culpa de los ricos, y no por culpa de los gobiernos que nunca se han ocupado de superar esa situación de humillación en la que están sumergidos millones de argentinos.

Para colmo, la escena tiene como telón de fondo la promesa de una crisis que llegará indefectiblemente como coletazo del tsunami que está haciendo derrumbar el mundo capitalista. Sin embargo, ese telón no es visto por quienes hoy sostienen las riendas del poder, lo que revela que su mirada es tan estrecha como lo es la hendija por la que en octubre próximo los ciudadanos colocarán sus boletas para llenar las urnas. Esa parece ser la única preocupación real del matrimonio en el poder; lo demás, según esa postura, deben resolverlo los otros.

(*) Agencia DYN