POLITICA
Murió María Julia Alsogaray

La relación de María Julia Alsogaray con el periodista que la condujo a prisión

En su libro "Noticias bajo Fuego", el ex director de la revista Noticias, Gustavo González, cuenta las increíbles presiones judiciales y sus diálogos con la funcionaria preferida de Menem.

María Julia Alsogaray.
María Julia Alsogaray. | Cedoc

El exdirector de revista Noticias, Gustavo González, cuenta en su libro, "Noticias bajo fuego", la relación que la exfuncionaria menemista, María Julia Alsogaray, tuvo con la revista y el periodismo. Cómo fueron las investigaciones que la llevaron a ser la única ministra de Carlos Menem que terminó en la cárcel.


María Julia privada: la cárcel y las vueltas de la vida María Julia Alsogaray siempre demostró una actitud dual con Noticias. Lamentó su recordada tapa con escasa ropa transformada en símbolo de la frivolidad menemista. Pero también se sintió enamorada por esa imagen seductora que recorrió el mundo. «Nunca me vi tan bien, ésa es la verdad, pero cometí un error político», reconoce. Tan bonita se veía que mandó comprar revistas para regalar y, tiempo después, preguntó a la redacción si no quedaba alguna para ella. No, no quedaba ninguna. La tapa la enmarcó y no se cansó de mostrarla a todos los que iban a su casa. Era en el mismo petit hotel de Junín 1435, del barrio porteño de Recoleta, que en noviembre de 2009 fue rematado en 1 millón de dólares para pagar el juicio por enriquecimiento ilícito por el que resultó condenada. Al cierre de este libro, sus nuevos dueños seguían sin poder alquilarlo: nadie quería habitar lo que se había convertido en un altar de la corrupción menemista. La querella contra María Julia había sido iniciada luego de una investigación que me tocó hacer para la revista en 1993, tres años después de la célebre foto. Allí nos preguntábamos cómo hacía para vivir cobrando un sueldo de 1.640 dólares mientras gastaba no menos de 14 mil por mes. Además de haber ahorrado el suficiente dinero para comprar su casa de 1 millón de dólares, más las importantes refacciones que le hizo. 384 385 La instrucción judicial comenzó ocho días después, tras la denuncia de un particular. El juez que llevó adelante la causa fue Juan José Galeano, que en marzo de 2010 sería destituido tras el fallo de la Corte Suprema de Justicia por las irregularidades cometidas en la investigación del atentado a la AMIA. Fue el mismo juez que un día me convocó a declarar por ser el autor de la nota. 

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El poder menemista estaba en su esplendor. Dos secretarios de su juzgado me tomaron una declaración que, por el tono de las preguntas, parecía corresponder más a un acusado que a un testigo. Durante la década menemista me cansé de recorrer juzgados por juicios de la familia presidencial y de sus funcionarios. Nunca sentí la presión judicial como aquella vez. Cada pregunta apuntaba a demostrar la flaqueza de nuestra investigación y cada una de mis respuestas intentaba convencerlos de que quienes debían investigar eran ellos, a partir de las líneas inconclusas que había dejado abierta la nota. Todo terminó mal, cuando me interrogaron así: «Díganos, ¿cuál es su verdadera ideología?» Fue la última pregunta que me hicieron. Les dije que me hacían recordar a los interrogadores de la dictadura militar, con la diferencia de que en democracia yo tenía el derecho de mandarlos a la mierda. Me advirtieron que en ese momento podían ordenar mi detención y, de hecho, los dos secretarios salieron disparados hacia el despacho contiguo en busca del juez Galeano. Al rato regresaron los tres, pero fue el juez el que habló: «Firme la declaración y váyase». Les dije que agregaran la última pregunta y mi respuesta. No lo hicieron. Y yo cometí el error de no insistir. La condena contra María Julia Alsogaray llegó en 2004, once años después de la investigación de Noticias, cuando el menemismo ya había perdido influencia y los jueces pretendían despegarse de su pasado y mostrarse inflexibles con la corrupción política. Antes de comenzar el juicio, un funcionario judicial vinculado con el proceso me habló para hacerme una pregunta insólita: «¿Qué haría la revista si no hubiera elementos suficientes para condenar a la señora Alsogaray?» Sonaba a un pedido de permiso, a un abrir el paraguas ante una eventual falta de pruebas para condenar a la ex funcionaria. Ése era el triste recorrido de la Justicia argentina. Al principio, investigar a un miembro clave del poder menemista podía terminar con la detención de un periodista. Al final, cuando ese poder había desaparecido, se tanteaba al mismo periodista como si su opinión importara algo a la hora de determinar la culpabilidad o la inocencia de una persona. Con pudor, algo así le respondí a aquel llamado absurdo, agregándole que hicieran lo que tenían que hacer y no se preocuparan por lo que los medios luego pudieran pensar. Finalmente, María Julia fue condenada y permaneció presa durante diecinueve meses. 

Un día de mayo de 2005 se me ocurrió llamarla a la cárcel. Dudaba de cómo podría reaccionar ante quien ella podría considerar como el responsable inicial de su condena. En todo caso, no era la primera vez que hablaría con María Julia después de aquella investigación que dio comienzo a la causa judicial en su contra. Pero sí la primera que lo haría con ella en prisión. La vez anterior fue un encuentro en su casa de Recoleta. Era 1996 y nos recibió junto al entonces director de la revista, Héctor D’Amico, y a la editora de la sección Costumbres, Malele Penchavsky. Si bien la causa por enriquecimiento ilícito ya estaba abierta, se movía lentamente, atentos los jueces a que el menemismo todavía estaba bien aferrado al poder. En ese momento María Julia era secretaria de Desarrollo Ambiental y no parecía resentida con Noticias. Por el contrario, se la veía despreocupada frente a una denuncia que, no imaginaba, la llevaría a la cárcel ocho años después. Aquella vez nos invitó, gentil, a tomar el té en su petit hotel de cuatro pisos en Junín y Peña. Mostró la planta baja con sus pisos y escalera de roble, y sus paredes cubiertas de cuadros. Dos de ellos sobresalían por entre los demás: eran del artista Guillermo Roux. En uno se la veía como un ángel que atendía una llamada en un viejo aparato telefónico y se llamaba «La apoteosis de los teléfonos que funcionan». El otro compartía el mismo tono onírico y tam386 387 bién estaba protagonizado por la funcionaria, pero sosteniendo un destornillador gigante entre una escenografía de maquinarias y engranajes. Era en honor a su paso como interventora de la fábrica de acero somisa , que luego privatizaría. Después nos llevó a su jardín con baldosas y fuente, de 8,66 por 18 metros, con un toldo corredizo transparente que, en caso de lluvia, lo podía cubrir en su totalidad con un dispositivo eléctrico. Allí jugaban sus perros chow chow. «Son terribles —se reía ella—. El otro día vino un amigo de mi hijo, con ropa informal, muy desalineado, y no paraban de ladrarle. En la calle hacen lo mismo, no les gustan los que tienen aspecto de pobres.» Fue un reportaje tan cordial como tenso, como era ella. Se regodeaba en que la llamáramos la Thatcher argentina («el rol de mujer dura no me disgusta»); decía que ganaba 8.000 dólares por mes (hasta entonces no reconocía que recibía un sobresueldo de 40.000 dólares más como confesaría en el juicio para justificar su enriquecimiento); se declaraba perdidamente atraída por Carlos Menem («no he escapado a su seducción») y aseguraba que estaba enamorada «de la misma persona que en los últimos años» y que, claro, no era su ex marido. No le parecía contradictorio usar tapados de piel siendo la titular de Medio Ambiente («mientras sean de animales de criadero no me importa»); reconocía que la causa que le seguía el juez Galeano por enriquecimiento ilícito estaba paralizada («espero confiada»); que conocía a Yabrán («que use testaferros me parece un tema irrelevante») y sobre la corrupción menemista se excusó con un atenuante: «Los argentinos hemos vivido con la corrupción desde que yo recuerdo». 

Cuando en mayo de 2005 me disponía a marcar el número del celular que le permitían usar en la prisión, no tenía presente el encuentro de nueve años atrás. Ella estaba presa después de que el juez Galeano acelerara la causa y concluyera en su condena. La excusa del llamado era para pedirle una entrevista. Pero además la llamaba por otra cosa. Me atendió el teléfono en su celda. La prisión en la que estaba alojada no era una cárcel de presos comunes. Se trataba de la División de Delitos Complejos de la Policía Federal. Desde una ventana cercana a su celda, la ex funcionaria podía ver el shopping Paseo Alcorta, de Cavia y avenida del Libertador. Por esa época, compartía prisión con el cura Christian von Vernich, condenado años después por varias causas de asesinatos y tormentos durante la dictadura. Von Vernich daba misa todos los domingos y María Julia no faltaba nunca para rezar y pedir perdón por sus pecados. Hablamos un buen rato. Me contó cómo vivía en prisión y su esperanza de recuperar pronto la libertad. Se refirió al atardecer como el peor momento del día, el que la ponía más melancólica. Disfrutaba con la notebook que le habían permitido ingresar y decía que se lo pasaba chateando con sus familiares y amigos. Estudiaba ruso, porque su hijo mayor, que vivía en los Estados Unidos, se había puesto de novio con una rusa. Leía en inglés La Rebelión de Atlas (la novela de Ayn Rand, de más de mil páginas), y tenía en espera otro libro en francés, para alternar los idiomas a modo de ejercicio intelectual. Y compartía retrete con su vecina de celda, una mujer detenida por narcotráfico. Al final, me aseguró que en su interior era la misma de siempre y que se sentía más orgullosa que nunca por la fortaleza de sus hijos. Parecía que no le disgustaba hablar conmigo a pesar de haber sido el «culpable» de su situación. Antes de cortar, le pregunté si estaba dispuesta a concedernos una entrevista. Sin pensarlo mucho dijo que sí. Me sorprendió su rápida respuesta y me quedé en silencio unos segundos: «No se sorprenda —me apuró—. Tiene que ver con la actitud que la revista mantuvo conmigo a través del tiempo. Nadie podrá decir que ustedes me trataron en forma complaciente, ¿no? Pero de esa difícil relación, rescato la coherencia editorial y que cada vez que hablaban de mí se preocupaban en llamarme para que tuviera el derecho de opinar, con independencia de si yo tenía algún cargo o ya no. Ese interés me indica a mí una inquietud genuina por conocer mi pensamiento y no por mi circunstancia». 

Quizá la ex funcionaria estaba sensibilizada porque hacía un mes la revista le había pedido una columna a modo de despedida, tras el fallecimiento de su padre Álvaro Alsogaray. María Julia escribió desde la cárcel un perfil de ese hombre que había sido ministro de Economía de los presidentes Arturo Frondizi y José María Guido, ministro de Industria de la dictadura conocida como Revolución Libertadora y asesor de Carlos Menem. Tras alentar golpes de Estado, ser embajador del dictador Juan Carlos Onganía y dejar para siempre en la historia la frase «Hay que pasar el invierno » (cuando era ministro de Economía, en medio de una de las tantas crisis argentinas), había muerto a los 91 años. Su hija debió presentar un recurso de hábeas corpus para que le permitieran asistir a la inhumación de sus restos. 

Un mes después de la muerte de su padre, finalizábamos la charla telefónica acordando una entrevista que le iba a realizar Darío Gallo por mail, porque ella no quería que la vieran en su estado actual. Le corté deseándole suerte, sin atreverme a decirle lo que quería, pero anticipándole que iba a escribir un editorial sobre ella. Lo hice esa misma semana. Allí expliqué por qué María Julia Alsogaray era una suerte de chivo expiatorio. No porque no hubiera cometido un delito, sino por ser la única persona que había terminado presa de lo que se llamó la corrupción menemista. Fue ella la elegida, una mujer no peronista que perdió la protección del Partido Justicialista. El partido que había designado a una porción importante de los jueces argentinos y que sabía proteger de ellos a sus principales dirigentes. Pero no a sus aliados circunstanciales. Al peronismo no le molestó demasiado verla presa, casi como una ofrenda hacia una sociedad que necesitaba al menos una señal de justicia. Cuando hablaba de chivo expiatorio no me refería sólo a los políticos que la habían ofrendado a la sociedad. También hablaba de la sociedad misma, o de una parte importante de ella. El ritual del sacrificio parece una necesidad social para quemar pecados propios y ajenos. Se sacrifica a alguien para liquidar con él todas las culpas colectivas, y resurgir de allí con la ropa limpia y la conciencia ilesa. Los jóvenes universitarios comenzaron a tomar las armas en los 60 ante la mirada casi simpática de amplios sectores sociales. Entonces, el mal estuvo encarnado por figuras emblemáticas de la dictadura posperonista, como las de Pedro Eugenio Aramburu o Krieger Vasena. No había Dios ni Justicia que los salvara del veredicto público. Durante los inviernos de Jorge Rafael Videla, el mal estuvo representado por jefes guerrilleros como Mario Firmenich o Roberto Santucho y, detrás de ellos, se asesinó a jóvenes simpáticos, antipáticos y apáticos. No fueron muchos los que gritaron en contra. Malvinas llenó las plazas de fervor patriótico, pero fue Galtieri el «general borracho» que tuvo la culpa de la guerra y la derrota. Con el radicalismo en el poder, el mal tomó cuerpo de ley, y fueron dos: Obediencia Debida y Punto Final. Verdaderos engendros jurídicos, sirvieron para frenar nuevos levantamientos militares en medio de un sistema político aún débil. Pero al único a quien se responsabilizó de la debilidad de un sistema inmaduro fue a Raúl Alfonsín. Menem terminó con una pesadilla nacional: la inflación. A cambio se le concedió un amplio indulto social durante la mayor parte de su gestión, que benefició entre otros a funcionarios corruptos, yabranes y malditos policías. Cuando el menemismo se fue, hacía falta un nuevo sacrificio. Por un momento se creyó que iba a ser el propio ex presidente Carlos Menem, pero la fantasía duró poco. La elegida con la que el peronismo y esa parte de la sociedad que necesitaba corporizar el Mal coincidieron, se llamó María Julia Alsogaray. Es una suerte que la ceremonia nunca falle. Porque, si no, tendríamos la terrible sensación de ser partícipes necesarios de todo lo que nos ha tocado. Para su pesar, la causa judicial demostró que su enriquecimiento personal hubiera sido imposible en el marco de la ley. En su afán por probar lo contrario, María Julia había reconocido recibir 40.000 dólares mensuales provenientes de fondos reservados que estaban «destinados a complementar la remuneración de los funcionarios de nivel político». Lo que Noticias y otros medios habían denunciado tantas veces, que los ministros de Menem recibían so390 391 bresueldos, ahora era aceptado por una ex funcionaria desesperada por escaparle a la prisión. Aseguró que, en el caso de los ministros, ese complemento salarial llegaba a los 100.000 dólares por mes. Y que el titular de la cartera económica, Domingo Cavallo, les había recomendado incluirlo en la declaración jurada ante la DGI. Antes de la entrevista entre Darío Gallo y la funcionaria, ya se había producido un encuentro entre ellos, aunque María Julia nunca se enteró. Había sido semanas antes, cuando el periodista visitó a otra celebridad detenida en el mismo lugar, el ex titular de la DAIA, Rubén Beraja. Gallo estaba en el comedor de la División de Delitos Complejos esperando a que Beraja terminara de batir un café Dolca para dos, cuando vio pasar a la que había sido una de las mujeres más poderosas del país. Cargaba un balde rojo en una mano y un trapo de piso en la otra. La siguió de reojo durante todo el tiempo que duró su entrevista con Beraja. María Julia baldeó su celda y, cuando terminó, se metió adentro de ese pequeño cuarto sin ventanas. Para que la puerta metálica no se cerrara por completo, dispuso una franela enrollada sobre el piso. Otros presos, para evitar la sensación de encierro, trababan las puertas de sus celdas con sillas o, directamente, las dejaban abiertas de par en par. María Julia era más pudorosa, sólo una hendija permitía que corriera un poco de aire y hacía difícil que alguien espiara en su interior. Lo que sigue es un extracto del diálogo, vía mail, que la única presa del menemismo tuvo con la revista durante el invierno de 2005.

Noticias: ¿Por qué esperó tanto tiempo para contar sobre este sistema corrupto de sobresueldos? 
María Julia: La pregunta así planteada no tiene respuesta. Yo no denuncié ningún sistema corrupto. Me limité a describir la modalidad de remuneración en vigencia, que constaba de dos partes; una visible, que figuraba en las planillas respectivas, y otra que no se explicitaba públicamente, pero que sí debía incluirse en las declaraciones impositivas y en las declaraciones juradas que anualmente presentábamos los funcionarios ante el escribano mayor de gobierno. 

Noticias: ¿Y a usted no le generaba dudas ese sistema? 
María Julia: Se me dijo, y no tenía por qué dudar al respecto, que la operatoria estaba enmarcada en un decreto ley secreto cuyo texto no podía conocer, que estaba vigente desde mucho tiempo atrás, que había sido utilizado en el pasado y que se aplicaba a partidas específicamente votadas en la ley de presupuesto. Viniendo esa información del secretario general de la Presidencia —Eduardo Bauzá— y habiendo instrucciones explícitas de la oficina del doctor Carlos Tacchi (jefe de la DGI) sobre cómo debían ser declarados esos ingresos, nadie tenía por qué dudar de la legalidad de los mismos. Por eso resulta también incorrecto hablar de «sobresueldos en negro». ¿Cómo podrían estar «en negro» ingresos que se declaran ante la DGI? 

Noticias: ¿Cómo justifica su incremento en su estilo de vida durante los 90, coincidiendo con su paso por el poder y con el período investigado por la Justicia? 
María Julia:Mi estilo de vida no sufrió demasiados cambios. Cuando me inicié en la política la acusación que se me hacía era ser demasiado rica y demasiado paqueta. Lo que cambió fue la atención de los medios sobre el tema. Todavía recuerdo una nota de ustedes donde pretendían conocer los precios de mi guardarropa. En algunos casos los errores eran desopilantes.

Noticias: ¿De dónde vinieron en realidad los 500.000 dólares que usted dijo haber incorporado a su patrimonio por un trabajo para Astilleros Alianza? En el juicio no se comprobó la existencia de tal pago. 
María Julia: Vinieron de Astilleros Alianza. A lo largo del juicio, el fiscal jamás consiguió probar que el contrato no había existido. Yo presenté el contrato, el dueño de Alianza lo ratificó, su contadora lo confirmó, pagué impuestos por ese dinero, nunca objetados por la DGI. Pero, como en el caso 392 393 de la imputación de enriquecimiento ilícito está invertida la carga de la prueba, lo cual es inconstitucional, los jueces se limitaron a dudar de esas pruebas que presenté y, también inconstitucionalmente, en lugar de aplicar esa duda a favor mío, la aplicaron en contra. 

Noticias: Pero su contador la responsabiliza por distintas irregularidades en la confección de sus declaraciones juradas para eludir impuestos… 
María Julia: ¿Cuál contador? ¿El que fue condenado por estafarme? Ernesto Mario Furlone, su ex contador, había sido condenado a tres años de prisión en suspenso por «defraudación por administración infiel» en perjuicio de la ex funcionaria y fue inhabilitado durante siete años para ejercer la profesión. Furlone, quien declaró como testigo en la causa en la que María Julia resultó condenada por un tribunal oral federal a tres años de prisión por enriquecimiento, llegó a juicio imputado por el desvío «en provecho propio de importantes sumas de dinero». Durante las audiencias, María Julia cuantificó esa suma en más de 150 mil pesos, en tanto que el contador se autodefinió como un «chivo expiatorio» para ocultar una presunta evasión fiscal de la ex funcionaria. 

Noticias: En una publicación se tituló que usted estaba presa «por la famosa tapa de Noticias», más que por cualquier otra causa. Algo así como la abanderada de la ostentación… 
María Julia: Leí la nota. Mi interpretación es que se quiso decir que el exceso de exposición mediática actuó en mi contra. La tapa de Noticias, de la que reivindico la estética y la buena onda que transmitía, constituyó al mismo tiempo un pico y una verdadera aceleración de esa mediatización. Siempre me asombró el desorbitado interés de los medios, no ya por mis acciones sino por los más mínimos detalles de mi vida personal, y a veces me preguntaba si eso no estaría fogoneado por alguno de mis «compañeros» de ruta que, al mismo tiempo que envidiaban el centimetraje que se me dedicaba, estaban también felices de que el mismo se aplicara a temas intrascendentes. 

Noticias: Usted habló sólo de sobresueldos, ¿puede decir algo sobre el resto de la llamada corrupción menemista? ¿Vio alguna vez algo irregular? ¿Escuchó hablar de las comisiones que las empresas debían pagarle a funcionarios y legisladores para agilizar trámites, como, por ejemplo, el llamado Swiftgate, el caso que denunció el frigorífico Swift en 1990? 
María Julia: Rumores de corrupción corrieron siempre y en todos los gobiernos. Desde Alfonsín y Loma de La Lata (N. del A.: el gasoducto neuquino cuya construcción mereció alguna denuncia por corrupción) a las recientes acusaciones al ministro Julio De Vido. No se pueden tratar estos temas en forma liviana. Merecen una investigación y un análisis profundo que permita llegar a conclusiones que sirvan para modificar el sistema. Solamente en ese marco mis dichos podrían constituir un aporte.

El reportaje fue publicado el 7 de mayo de 2005 y fue tapa: «Habla María Julia (con Noticias, la revista por la cual terminó presa)». Las palabras con las que dio por terminada la entrevista no dejaban de ser inquietantes, en especial para los funcionarios o ex funcionarios que se pudieran sentir aludidos. Alsogaray decía que no se debía tratar en forma liviana la corrupción instalada casi institucionalmente en el Estado, y parecía instar a «una investigación y un análisis profundo». En ese marco, sí, sus posibles dichos «podrían constituir un aporte». ¿Qué información amenazaba con ventilar y a quiénes podría afectar? De forma imprevista, apenas cinco días después de aquella tapa, María Julia fue liberada. En ese momento, todas las miradas estuvieron dirigidas hacia el Gobierno, habitual operador (como otros gobiernos antes) de las decisiones más importantes y mediáticas de la Justicia. Como un analista independiente, el entonces 394 395 jefe de Gabinete, Alberto Fernández, se limitó a opinar: «Siempre queda la sensación espantosa de que en la Argentina impera cierto sistema de impunidad perversa». No era sencillo el lugar desde el que hablaba Fernández. No sólo por su rol de ese entonces, sino por haber sido funcionario del Ministerio de Economía durante la gestión de Domingo Cavallo, en momentos en los que, según María Julia Alsogaray, se repartían los sobresueldos. En mayo de 2011, el juez federal Marcelo Martínez de Giorgi envió a juicio oral al ex presidente Menem y a los ex ministros Domingo Cavallo, Raúl Granillo Ocampo y Oscar Camilión. Y, además, a María Julia Alsogaray. Todos ellos comenzaron a ser juzgados después de las revelaciones de María Julia sobre el cobro de esos sobresueldos, bajo el cargo de peculado. Un delito que se castiga con prisión de dos a diez años y la inhabilitación para ejercer cargos públicos, un inconveniente menor a esa altura de sus carreras. Según el juez, durante el gobierno de Menem se destinaron 2.100 millones de pesos para financiar «un sistema ilícito de pago a funcionarios de más alta jerarquía». En mayo de 2005 ése era un problema lejanísimo para María Julia. Acababa de salir de prisión y estaba disfrutando el momento. Ya en la intimidad de su hogar, en su primera reunión entre amigas, la ex preferida de Menem se regocijaba: «No me imagino cómo Alberto Fernández, ni cualquiera de los funcionarios de aquel tiempo, podían desconocer esa situación. Además, no creo que los ministros de Kirchner puedan vivir con 6.000 pesos por mes». Sabía por qué lo decía. Según un informe del Centro de Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica (cipce), la corrupción les costó a los argentinos 13.000 millones de dólares. Desde la recuperación de la democracia en 1983 se iniciaron 750 causas por corrupción, con un promedio de duración de 14 años cada una. En 2011, sobrevivían 35 causas judiciales contra funcionarios kirchneristas. Decir que tanto dinero robado, tantos políticos corruptos y tantos jueces ineptos son producto de un castigo divino sobre nuestra sociedad, es decir que somos estúpidos. Porque sería estúpido creer que todo eso se pudo hacer sin una dosis de consentimiento social. El mismo consentimiento que se requiere para que no existan castigos ni culpables. Hasta finales de 2011, sólo se había producido una condena entre políticos poderosos. La de María Julia Alsogaray.