POLITICA
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La Tablada, el olor a muerte y pólvora

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Pasaron más de dos décadas y aún me persigue el olor a muerte y pólvora de aquel 23 de enero de 1989. Era el movilero de Radio Continental y tuve el raro privilegio de ser testigo presencial de la última batalla de los resabios de la guerrilla de los '70 comandada por Enrique Gorriarán Merlo y los militares que condicionaban el gobierno de Alfonsín con sus planteos carapintadas y que tuvo como escenario el cuartel de La Tablada.

Ya había pasado por el levantamiento de las Felices Pascuas de 1987, el de Aldo Rico en Monte Caseros en 1988 y el de la sublevación de los "Albatros"en diciembre del '88. Cuando en la madrugada del 23 de enero nos dirigimos hacia La Tablada pensabámos que se trataba de otra sublevación militar. Pero no fue así.

La llegada fue vertiginosa desde el microcentro hasta la provincia de Buenos Aires y encontrar un lugar para transmitir fue, tal vez, la situación más peligrosa que me haya tocado vivir como periodista.

No había forma de ubicarse en las cercanìas de cuartel, solo algunos fotógrafos ponían en juego sus vidas para obtener las imágenes que hoy perduran en el tiempo. Con otro periodista logramos ubicarnos en una calle lateral y protegernos de los impactos de bala que surcaban el aire y refugiarnos detrás un viejo Dodge 1500 de color naranja equipado con un radio transmisor que les permitía a los policías captar las conversaciones de los guerrilleros que coparon el cuartel.

Ante la crudeza del tiroteo, decidimos con el colega una retirada táctica. Las balas picaban cerca y para protegernos corrimos al menos cien metros mientras que desde la radio nos pedían que saliéramos al aire.

Así pasamos horas. Corriendo de un lado al otro y con la antena del móvil atravesada por un balazo. Francotiradores, policías totalmente enajenados gritando y persiguiendo por las calles a civiles que por pura curiosidad merodeaban cerca del cuartel.

Todos podíamos ser sospechosos y caer heridos por una bala perdida. Por esa época no existían los celulares y las transmisiones se realizaban vía handy que enlazaba con el movil y desde allí en forma directa a la radio. Al grito "dame aire" salíamos en los distintos programas contando sin filtro lo que pasaba y con los sonidos de los balazos de fondo.

Cuando la noche caía y la zona se tornaba más peligrosa me llegó el relevo. Pero al dìa siguiente ya estaba de vuelta y con las primeras horas de luz llegó la rendición de los guerrileros. Horas después los periodistas que habíamos realizado la cobertura tuvimos la espeluznante oportunidad  de ingresar al cuartel acompañados por un grupo de militares.

El que oficiaba de vocero nos llevó por los distintos rincones para que fuéramos testigos de la sangrienta batalla y con un alto grado de morbosidad nos mostraba los cadáveres repartidos en las intalaciones de la guarnición militar.

Los cuerpos calcinados y retorcidos en la garita de la guardia, un cuero cabelludo sobre la ruta de acceso (por donde un tanque había pasado horas antes por arriba un auto), las zanjas cubiertas por cuerpos despedazados y perforados por balas de altísimo calibre, reflejaban un panorama devastador. Era Vietnam. Entre todos ellos se encontraba el cuerpo sin vida de Jorge Baños, cabeza visible del Movimiento Todos por la Patria (MTP).

Relatar en vivo no fue fácil, tampoco borrar las imágenes de muerte que me conmovieron profundamente. Meses después rechacé una invitación para cubrir para la radio el viaje del canciller Dante Caputo a Nueva York, Madrid y Ginebra para explicar lo sucedido en los foros internacionales. Posteriormente fui citado como testigo en el juicio que se les siguió a los atacantes del cuartel.  Pero esa es otra historia.

(*) Editor de Perfil.com.