El presidente norteamericano
Jimmy Carter se consagró como un
experto en negociaciones complejas tras los acuerdos de paz de Camp David entre
Israel y Egipto, en 1978. Al abandonar la presidencia se preocupó por sistematizar las técnicas de
negociación que luego aplicó en numerosas mediaciones. Una de sus reglas
predilectas es que los acuerdos exitosos exigen tener en cuenta
los elementos personales y emotivos que se ven envueltos en un conflicto al
momento de buscar salidas creativas. Evidentemente, Carter debe esforzarse por ampliar sus lectores
en la Argentina.
Las partes enfrentadas en el conflicto agropecuario, el gobierno y los productores rurales,
se esforzaron por actuar precisamente en contra de las lecciones de negociación. Los impulsores del
paro conminaron a la presidenta
Cristina Fernández de Kirchner a responder a sus exigencias sin dar un paso atrás
en su protesta. El gobierno de Néstor Kirchner primero y de Cristina Fernández ahora construyeron
su poder
a través de señales de fortaleza unilateral y, por lo tanto, se alejan como si
fuera de la peste frente a gestos que puedan ser interpretados como indicios de debilidad. Los
dirigentes rurales, a la vez, escaparon hacia delante al ritmo de una dinámica impuesta desde
abajo.
Con los focos sobre su cabeza, la presidenta también reaccionó
a contrapelo del manual de instrucciones. En el salón sur de la Casa Rosada,
rodeada de dirigentes de aplauso fácil, Fernández de Kirchner reprodujo la retórica que la destacó
durante su paso por el Parlamento y que suele intercalar argumentos sólidos con estocadas
caprichosas. Sin embargo existe un abismo de diferencia entre la lógica de los cruces
parlamentarios, que se terminan por resolver con una votación electrónica, y la realidad de un
conflicto latente, crítico, con rutas cortadas y amenaza de desabastecimiento.
La psicología del productor rural se solidifica durante meses de aislamiento, pocas palabras
y largas jornadas de trabajo. Nada peor que responder a sus reclamos con una arenga desde Buenos
Aires, por televisión y con una presidenta rodeada de intendentes que
festejaron como si se tratara de un torneo deportivo.
El modelo económico actual es
insostenible sin las retenciones a las exportaciones. Aportan
20 mil millones de dólares que explican gran parte de los engranajes del
funcionamiento estatal. Pero los circuitos por los cuales los fondos transitan desde los organismos
de recaudación hasta la inversión pública siguen por momentos cursos opacos y arbitrarios. La falta
de transparencia también alimentó el enojo.
Las muestras indican que nadie pensó en el otro. Una comprensión que exigía,
también, entender las diferencias entre un gerente de un grupo sojero que maneja cientos de miles
de hectáreas y un productor pequeño, que abandonó su tierra para dormir en la ruta. Luego, cuando
la razón ya se había tirado por la ventana, aparecieron los oportunistas de siempre, que buscan
retomar por la fuerza aquello que la política les tiene vedado por vía del diálogo. Y por último se
sumaron a la protesta amplios sectores sociales de clase media y alta que alimentaron durante los
últimos cinco años su enemistad contra el gobierno.
El peligro de la fractura social se mantiene implícito. Y los caminos de salida exigen
repensar al otro desde nuevos puntos de encuentro.
Cuando las negociaciones de Camp David por la situación en Medio Oriente amenazaban con
transformarse en ruinas, el presidente ministro israelí Menajem Begin anunció que se retiraría pero
antes le pidió a Carter que le autografiara ocho fotos para sus nietos. El norteamericano resolvió
tomarlas en el momento e intencionadamente reunió en la imagen a Begin con el presidente egipcio,
Anwar el-Sadat, la contraparte del conflicto. Luego se las dedicó personalmente a cada uno de los
nietos del primer ministro. Tras recibirlas en sus manos, Begin las miró impactado y aceptó
continuar con las conversaciones de paz.
Este conflicto no parece más complejo que aquel.
Las lecciones, en definitiva, fueron escritas para ser aprendidas.