POLITICA
HABL DESDE SU CAMPO

Mr. Tompkins, el terrateniente de la discordia

Después de las controversias lideradas por el piquetero oficial Luis D'Elía, el magnate norteamericano abrió para el Diario Perfil las tranqueras de sus campos en Corrientes. Desmiente las acusaciones en su contra. Qué hará si lo expropian. Luces y sombras de un lugar y de un personaje peculiares. Los argumentos de sus críticos. Una historia con final abierto.

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Hasta hace unos pocos meses, Douglas Tompkins era casi un perfecto desconocido para la mayoría de los argentinos. Y seguramente, si se lo cruzaban caminando por la calle, tranquilamente podrían haberlo confundido con uno de los tantos jubilados norteamericanos que viene a disfrutar de la Argentina. Las cosas cambiaron a partir del 10 de agosto, cuando el subsecretario de Tierras para el Hábitat Social, Luis D’Elía, cortó las tranqueras de una de las propiedades que este magnate norteamericano tiene en los Esteros del Iberá, acusándolo entre otras cosas de “responder a la inteligencia norteamericana y querer quedarse con los recursos estratégicos de la Argentina”.

A partir de ese momento, se oyeron los comentarios más variados acerca de este hombre que, con parte de su fortuna de más de 200 millones de dólares, compró más de 800 mil hectáreas en Chile y Argentina. Los ecologistas que trabajan con él, muchos de ellos ex miembros de Parques Nacionales y ONG ecologistas, aseguran que es “un filántropo raro, que en lugar de donar arte decide invertir en tierras para proteger los ecosistemas naturales”. Sus detractores, en cambio, lo acusan de ser uno de los tantos extranjeros que con su dinero quiere apropiarse de valiosos recursos naturales de nuestro país.
 
PERFIL pasó un día entero con Tompkins y su mujer, Kristine Mc Divitt, en su estancia Rincón del Socorro, en Corrientes, para conocer a este hombre misterioso y polémico. “Algunos dicen que soy un gringo loco, un ecoterrorista. Otros llegan a acusarme de ser agente de la CIA o testaferro de la asociación judía. Hay muchos factores que explican todas estas locuras que dicen de mí. Mala información, la desconfianza de los argentinos de la Justicia, una visión errónea de los terratenientes como todopoderosos que hacen lo que quieren. También siento que muchos me prejuzgan por ser extranjero y millonario”, analiza Tompkins.

“El señor Chamuyo”. Mientras D’Elía abría la tranquera de su estancia El Tránsito, Tompkins estaba en Africa, piloteando una avioneta con un amigo que estudia a los elefantes. Dice que se enteró de la noticia por mail y no se sorprendió con este hecho. “Yo de Argentina ya puedo creer cualquier cosa. Los propios argentinos me enseñaron eso”, confiesa. “Lo de D’Elía son aberraciones, locuras. Pero sé que se va a caer por el peso de sus propias falencias. Todo lo que dice es puro ‘chamuyo’”, comenta Tompkins, con un lunfardo que luce extraño en su tonada anglosajona.

Se lo nota cansado, porque acaba de llegar a Corrientes después de viajar ocho horas en un micro semicama junto a su mujer, desde Buenos Aires. Uno podría imaginar que alguien como él se maneja todo el tiempo en aviones privados, pero ésa es una de las primeras sorpresas de Tompkins. Su casa, su ropa, su estilo de vida, son austeros y no se condicen con la imagen del tradicional megamillonario.
 
A pesar de que se le ofrece responder en inglés, elige hacerlo en castellano. Se muestra impasible y sólo cuando se refiere a D’Elía alza la voz.

—¿Desde el Gobierno le dieron alguna respuesta por lo hecho por D’Elía y su proyecto de expropiación?
—Tuve conversaciones con el Gobierno, aunque no quiero comentar con quién hablé y qué me respondieron. Todo el país sabe que el Gobierno está en una posición difícil, porque es un hecho que contrataron a D’Elía para no tenerlo del otro lado. D’Elía es un hombre complicado, que tiene el hábito de crear escándalos, y a veces se pasa del límite de la tolerancia del Gobierno. Igual, no vale la pena ampliar esta polémica que sólo crea más agitación. No quiero ser responsable de esto.

—¿Usted insinúa que hay una campaña de desprestigio en su contra?
—Cada día hay un nuevo mito, un nuevo invento. Todas cosas ridículas, irrisorias. Muchos de los de mi equipo están indignados. Pero yo les explico que siempre aparecen chantas y chuecos. Es una condición de este mundo imperfecto y la acepto. Además, ya aprendí de la experiencia chilena. Si uno hace las cosas bien, con el tiempo los resultados hablan por sí solos. Hoy cualquier taxista de Santiago me reconoce y habla conmigo de los bosques nativos. Eso mismo vamos a hacer acá. Llevará tiempo, porque Argentina está más atrasada en cuestiones medioambientales que Chile. También creo que costará más porque Chile tiene otra historia, otra personalidad como país. Los argentinos tienen mucha sangre italiana y a veces creo que necesitarían un poco de sangre alemana, para ser más ordenados.

—Pero, a pesar de eso, decidió comprar e instalarse aquí.
—Yo no digo que Argentina no sea un gran país. Hoy el centro de mi vida está acá. Ya no volvería a vivir en los Estados Unidos. Entre otros motivos porque estoy en contra de la política de Bush. No creo en su agresión imperialista, y en la manera en que usa el miedo para manipular al pueblo.

Secretos y mentiras. Douglas Tompkins es un hombre difícil de entender, y de descifrar. Pocos entienden por qué abandonón su negocio de ropa deportiva millonarios para dedicar su vida a la lucha por la ecología profunda. “No es que fue un renacimiento, ni se me apareció un Dios (risas). Fue un largo proceso. Antes era un tipo verde claro y después el verde se hizo más oscuro. En un principio me dedicaba a las dos cosas a la vez. Pero me cansé y decidí dedicarme de lleno a la conservación. Afortunadamente la gente cambia”, comenta.

—Uno de los argumentos que exponen quienes quieren expropiarle los campos es que usted no tiene la autorización de la Legislatura local necesaria cuando se adquieren grandes extensiones de tierras fiscales.
—¿Quién está comprando tierras fiscales? Nosotros sólo hemos comprado tierras privadas. Es más, en el año 1996 fue el propio gobierno argentino, a través de la Secretaría de Medio Ambiente, que dirigía María Julia Alsogaray, nos invitó a comprar tierras en la Patagonia para crear un corredor verde. Pero el proyecto era demasiado grande y no estaba bien organizado, y decidimos no participar. Hay que hablar sobre los hechos.

—Muchos cuestionan que las condiciones que ustedes estipulan para las donaciones son imposibles de cumplir.
—En todo el mundo las donaciones tienen condiciones. Los que me acusan de esto no donaron nada en su vida. Cuando uno decide darle cinco pesos a un pobre en la calle, le pide que los use para comprar alimentos, no cigarrillos. Hasta en este nivel de donaciones se ponen condiciones. Para mí también sería más fácil donar tierras en Estados Unidos, por la confianza de que van a cumplir.

—¿Entonces, por qué no realiza tareas de preservación de medio ambiente en EE.UU., un país que también tiene problemas de contaminación?
—Eso sería como preguntarse por qué Picasso, que era español, se fue a pintar a París. Nosotros no estamos sólo en Argentina y Chile. Nuestra fundación brinda ayuda a 30 países. Se trata de hacer un aporte a las zonas que más lo necesitan.

—¿Qué opina de los otros empresarios que están comprando tierras en la Patagonia?
—Lamentablemente, no están haciendo mucho en términos de la conservación. La mayoría está construyendo castillos para ellos mismos, sin preocuparse por la ecología.

—¿Está en contacto con ellos? ¿Por qué no trata de sumarlos a su lucha?
—Estoy en contacto. Pero cada persona debe llegar a sus propias conclusiones sobre qué hacer con su vida. Lamentablemente, el empresariado del mundo es bastante patético en términos de su filantropía. Si bien hay ejemplos increíbles, el porcentaje no es deslumbrante. En Argentina soy el único extranjero que compra campos para nacionalizarlos.

—Sin embargo, muchos consideran que compró grandes extensiones en el Iberá para apropiarse de una de las reservas de agua dulce más importantes del mundo
—El agua no es propiedad privada. Para poder comercializarla es necesario tener permisos, concesiones, que nosotros no tenemos. En todo esto hay mucha paranoia, y prejuicios, pero no puedo gastar un millón de dólares en campañas de prensa para convencer al país de que no quiero el agua. Yo mismo le pregunté a una persona que andaba divulgando esto cómo creía que yo podía sacar el agua sin permiso de este país ¿En barcos, con grandes tanques, construyendo acueductos? El me respondió que podía llevármela vía satélite. Se dará cuenta de que hay mucha fantasía y no puedo perder tiempo contestando inventos.