POLITICA
Diario Perfil - El reportaje de Fontevecchia

Palito: "Macri-Reutemann sería una buena fórmula 2011"

El ex senador y eterno cantautor habló de política, desde 1999 a la actualidad. Fama, poder, Charly García y hasta Susana Giménez, en una charla a fondo.

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| Juan Obregn

—La última vez que nos encontramos fue hace 25 años. Era el último año de la dictadura militar. Yo estaba exiliado, y usted me visitó en Nueva York para preguntarme qué dificultades tenía un argentino que comenzaba una nueva vida en Estados Unidos, porque quería mudarse con toda su familia a ese país. Llegó la democracia, yo regresé y Ud. mudó a su familia a EE.UU., donde vivió varios años. ¿Qué enseñanza le dejó esa experiencia?

—El viaje a Estados Unidos con toda mi familia fue mucho más dramático que el que hice a los quince años de Tucumán a Buenos Aires, porque ése lo hice solo. Venía de pagar todas las deudas que me habían quedado del ’81 con Sinatra y estaba como los boxeadores en el quinto round: tenía que cambiar el aire. La experiencia fue buena porque se aprende mucho. Me di cuenta de que cuando hay orden y respeto por el trabajo, se hace todo más fácil. Cuando se dice que una reunión es a las 9, es a las 9, y cuando dicen que el cheque va a llegar mañana, llega. Así también exigen. Llegué en agosto de 1985, y en agosto de 1988 me estaba mudando a mi propia casa porque trabajaba muchísimo, y porque los fines de semana agarraba la guitarra y me iba a cantar a todos los países donde había dejado de ir. El banco con el cual yo trabajaba me ofrecía créditos para que me equipara. Les preguntaba para qué lo hacían, y me decían: “Queremos que crezca, porque va a ser un buen cliente nuestro”. Escuchando los noticieros que decían “la administración Reagan”, aprendí que los países subdesarrollados lo son porque se deben administrar y no gobernar.

—Usted se volvió en el ’91 para ser gobernador de Tucumán. Cuando terminó esa experiencia, ¿por qué no regresó a EE.UU.?

—Porque se es siempre extranjero en otro país, y eso se hace notar. Ya tenía en mente que en algún momento iba a volver, y cuando vine me costó volverme. Decidí vender la casa, con lo que compré esta chacra.

—¿Me equivoco o se emociona cuando habla de EE.UU.?

—Sí, por el recuerdo de haberme ido en una situación muy difícil, y de que estaba embarcando a mi familia en una aventura. Los primeros días de colegio los chicos volvían llorando: no sabían el idioma. Y yo tenía que montar rápidamente una empresa, tenía que producir. Evangelina tenía una panza de ocho meses, y fue como una leona que dijo que si esto era lo que había que hacer lo iban a hacer. Todo el mundo puso el hombro y fue una demostración de voluntad, de amor.

—¿Lo volvería a hacer?

—Siempre estoy dispuesto a hacerlo. Hoy pensaba en cuánto tiempo hacía que no daba una nota. Y no lo hacía porque no tenía mucho para decir, pero hoy me levanté con el propósito de hablar de algo que siento: la necesidad de volver a hablar de la esperanza en un momento de desesperanza, de incertidumbre, de angustia, de mucho dolor. Quiero hablar de esperanza porque desde las más profundas miserias siempre surge vida nueva, y es lo que me llevó a mí a subirme a un tren a los 15 años.

—Si un comprovinciano de 15 años le preguntara hoy si le conviene venirse a Buenos Aires o ir a EE. UU., en el caso de que pudiera hacerlo, ¿qué le aconsejaría?

—Debería conocer bien la situación y su voluntad, pero sí le diría que se viniera, que le pelee a la vida porque en los pueblos cada vez están más sentados mirado cómo la vida les pasa por al lado. Es muy difícil que los vayan a ir a buscar ahí.

—Se fue a EE.UU. a recuperarse de la bancarrota en que lo dejó contratar a Frank Sinatra con el dólar fijo de Martínez de Hoz y, tras la fuerte devaluación de 1981, cobrar luego las entradas en pesos devaluados, algo similar a lo que sucedió con la salida de la convertibilidad en 2002. ¿Qué pasó por su mente al ver que se pesificaban todos los compromisos cuando veinte años antes fue a la quiebra por algo parecido?

—No sé si ésta era la manera, pero tenían que buscar la forma de pacificar al país. Ahora han intentado hacer un blanqueo para que la gente traiga el dinero que tiene afuera, y el resultado no ha sido bueno porque sigue temerosa de estas medidas. Hay como una psicosis: que van a abrir las cajas, que van a tomar los ahorros. Son fantasmas que se instalan en los pueblos que tienen grandes inestabilidades en su economía.

—EE.UU. siempre lo atrajo. Se fundió con Sinatra, se fue a probar suerte a Miami, y su primer nombre artístico fue Nery Nelson, porque, según sus biógrafos, aspiraba a ser como Elvis Presley, y un nombre artístico en inglés le parecía más importante que Ramón Ortega a secas.

—Nos atraía a todos los chicos que en esa época queríamos cantar y ser Elvis Presley. Era muy difícil en esa época cantar rock and roll y llamarse Ramón Ortega, o como se llamaba Johnny Tedesco: Alberto Soria. Había que buscar nombres que sonaran a rock and roll. Eso ocurrió en toda Latinoamérica, el grupo más exitoso de rock and roll en español se llamaban los Teen Tops, en Chile el cantante más famoso se llamaba Peter Rock.

—Hoy se mira a EE.UU. con una actitud distinta.

—Gracias a Dios, porque esto significa que hay ganas de recuperar nuestra cultura. En nuestra época las radios pasaban música en inglés. En eso se cambió para bien: en Latinoamérica empezaron a resurgir los cantautores.

—¿Palito Ortega se fue a Miami atraído por la idea de la superioridad norteamericana pero después de vivir años y haber construir allí su propio camino descubrió que EE.UU. era menos de lo que imaginaba?

—No, es un gran país. A mí me hizo muy feliz haber ido a grabar a Nashville con un sonido country que no se encuentra en otro lado, me hizo muy feliz conocer a Sinatra, me hizo muy feliz conocer a Ana Strasberg y en su casa comer con Sofía Loren o Al Pacino. Me hizo muy feliz caminar por las calles de Nueva York y encontrar la guitarra más linda del mundo y comprármela. Sin dejar de reconocer que en una esquina tienen en exposición una joya de 6 millones de dólares, y al lado hay un negrito borracho. Pero no se puede negar que es un gran país.

—Wikipedia cuenta que en el Club del Clan rara vez sonreía. Ese look triste y lo pegadizo de sus canciones pronto lo convirtieron en el favorito del público y se ganó el apodo de “el chico triste de las canciones alegres”. ¿Por qué estaba siempre serio?

—Porque soy serio. El provinciano de por sí es retraído y, además, yo soy tímido. No me olvido nunca cuando me dijeron que iba a debutar. Era en Canal 11, en La Cantina de la Guardia Nueva. El viernes a la tarde recibo un telegrama: mi única hermana mujer había tenido un accidente, y el sábado a la mañana me llega otro que decía que había fallecido. No tenía dinero para irme a verla. Cada vez que iba a Tucumán me pedía que le cantara; entonces, en esa confusión y ese dolor, me fui al canal. No me atreví a contarle a nadie, vi tanta euforia en el lugar. Estaba Hugo Moser en el control y me largaron la música. Canté hasta la mitad y no pude seguir. Me decían: “Este es un programa para la juventud, cambiá la cara”. Y curiosamente, eso me shockeó muy fuerte. Finalmente, no dije nada, me fui al baño, me lavé la cara y a la noche canté. Anduve mucho tiempo muy triste, pero no sé qué me pasó, yo sentía la obligación de hacerlo porque a ella le gustaba. No digo que después no sonreía por eso: era mi forma de ser. Pero además me pasó esto.

—Leí que su seriedad fue más allá que ese día del debut.

—Sí. A veces se enojaba don Ricardo Mejía porque yo no participaba en el final, cuando todos se ponían delante de cámara y se empujaban para saludar. Me daba mucha vergüenza. Son formas de ser.

—Umberto Eco, en su libro “El nombre de la rosa”, desarrolla la historia de un clérigo y bibliotecario de un convento medioeval que mata a todo aquel que se acerca a una apócrifa segunda parte de “Poética” de Aristóteles, donde se elogiaba la risa porque para el clérigo la risa “es antinómica de la fe, es debilidad, es la distracción del campesino y la licencia del borracho, algo inferior y amparo de los simples”. ¿Estaba serio porque su cultura de inmigrante lo impulsaba a concentrar sus esfuerzos en progresar?

—Padecí mucho. Caminaba por cualquier calle del Centro de la ciudad y me decían cabecita. Había mucha discriminación.

—¿Ahora la hay menos?

—Existe de otra manera. La ropa ha ido uniformando más a la gente. Ahora es común que alguien de doble apellido se ponga un jean para ir a bailar.

—¿Ese plus de esfuerzo es la clave del éxito del inmigrante que igualmente dotado supera al que nació en “cuna de oro” y se esfuerza menos?

—La Argentina es un ejemplo claro. Los inmigrantes, los abuelos, los bisabuelos, son los que han hecho de verdad la patria grande. Los nietos y los hijos de esos nietos son los que gastaron los esfuerzos de esos abuelos.

—Para el filósofo Immanuel Kant, la felicidad no era lo más importante. ¿Se podría decir que el chico que cantaba “La felicidad” era kantiano en ese punto?

—Pero era también la necesidad de un grito interno, que la vida es posible. Cuando se me criticó porque cantaba canciones que insistían con la esperanza, con la alegría, yo quería demostrar que es posible.

—Eso se parece más a la voluntad, que es seria y dramática, que a la alegría de la felicidad, Repito: ¿hay una paradoja entre el muchacho que cantaba a la felicidad y que, en realidad, era triste?

—Tal vez yo pertenezca más a la generación de la filosofía premoderna, cuando todavía Aristóteles, o el mismo Espinoza le llamaban ética. El fin de esa filosofía era estudiar el alma humana para hacer mejor al hombre. Me parece que la moderna investiga el alma del ser para convertirlo en más exitoso, y no en mejor persona.

—¿Dónde leyó a Espinoza?

—Leí mucho sobre filosofía, Santo Tomás de Aquino es mi favorito.

—Hace unas semanas escribió una columna en PERFIL sobre la violencia que era hermética; leyendo su “Carta abierta a mi amigo Charly”, encuentro que comienza así: “La hondura de la persona es misteriosa, inefable e inescrutable, incluso para la propia persona, cuando intenta, por introspección, aplicar la autodefinición. Por lo tanto, considero inútil intentar en esta carta dimensionar la hondura de tu persona”. ¿Está Palito Ortega entrando en una etapa mística?

—Puede ser. Me resisto a entrar en la etapa del tedio de la vida. Leo todo lo que me habría gustado leer de joven. Siempre digo que en mi próxima vida voy a ser un médico pediatra, me encanta. Creo en la transmigración de las almas, que venimos de otra vida. Lo que somos en esta vida no es sólo lo que aprendimos en ella, también lo que traemos de otra.

—En “Autorretrato de mi vida” escribió: “Nací un mes de marzo a plena luz, fui la alegría y la inquietud de aquel hogar tan pueblerino. Viví entre el defecto y la virtud, desasosiegos y quietud, viví tristezas y alegrías, si alguna vez me equivoqué, no me arrepiento porque hoy sé que ésa es la escuela de la vida... Pasé de la inocencia al rigor, de la niñez sin transición a ser un hombre, tal vez un día encuentre al niño aquél, llevando a cuestas su vejez quién sabe a dónde... Amé las cosas simples de verdad, fui aprendiendo a valorar cada detalle de la vida, no me arrepiento de mi ayer, lo que sufrí ya lo olvidé, soy el autor de mi alegría”. Usted, que de niño fue lustrabotas y vendedor ambulante, ¿qué piensa al ver a los chicos de la calle de hoy? ¿Todos pueden ser “autores de su alegría” o sólo los afortunados como usted?

—Todos tendrían que ser si se estructurara un sistema que les permita educarse, conocer los valores. No todos somos iguales ni tenemos la misma voluntad, y venimos con un destino marcado. Tengo una etapa que considero como el antes y el después: a los 12 años soñé que me mataban y me veía muerto, pero con una desesperación tan grande que pensaba: “Cómo se puede terminar todo, y ahora qué hago, estoy muerto”. Fue más o menos la edad en la que empecé a sentir un cambio muy grande en mí, y me pregunté muchas veces si no es válido pensar que Dios es capaz de tirar una casa abajo y construir una nueva con los mismos ladrillos. A lo mejor yo me desperté para empezar a ser otra persona, porque no puede ser que haya sido tan fuerte el sueño de mi muerte y que haya sido tan grande el cambio. Empecé a pensar de forma muy potente que iba a ser algo, y cuando llegué con los termos de café a la puerta de una radio y vi que pasaba un artista y la gente aplaudía dije: “Ese soy yo”. Y entonces Dios empezó a hacer su trabajo.

—Al ver la proliferación de chicos de la calle, ¿nunca pensó dedicar sus esfuerzos a crear una institución que los ayude?

—Sí. Lo que pasa es que volveríamos a un tema que ya he vivido y que no es fácil solucionar: la justicia. En Tucumán tenía un par de vehículos que iban a buscar a los chicos por la noche porque estaban con pegamento; terminaban desmayados. Habíamos creado un hogar donde los chicos pasaban la noche, porque a la mañana venían los padres a buscarlos y había que entregarlos, y esos mismos padres los tienen en las esquinas pidiendo y después les sacan lo que han pedido. Me parece que tiene que haber una ley que los proteja, más allá de que vengan los padres a buscarlos porque son sus hijos.

—Pero en aquel Tucumán no existía el paco. A Ud., que le interesa la voluntad, la droga la destruye.

—De algunas drogas se vuelve, de otras es muy difícil rescatarlos. Una es el paco, y no lo encuentran de casualidad: saben dónde ir a comprarlo y hay mucha gente que sabe dónde se vende. Parte el alma ver a un chico desesperado pidiendo ayuda porque ya no puede más, o a una chica menor de edad prostituyéndose porque necesita comprar paco.

—Susana Giménez propuso volver con el servicio militar obligatorio para darles contención a los adolescentes que están sin estudio y sin trabajo. ¿Qué opinión le merece?

—No es la solución. Tiene la figura del rigor, y el rigor se tiene que sentir por voluntad propia: voy a levantarme a las 7 porque tengo que ir a trabajar, a estudiar, pero no porque me levanten de prepo para hacerme correr.

—¿Fue su padre quien le transmitió valores por vía de los buenos ejemplos y no por coerción?

—Sí. Siempre tuve una gran debilidad por mi padre, y me emociona hablar de él porque nos crió. Se levantaba a las 5.30 de la mañana y nos lavaba la ropa, prendía un brasero y la colgaba para que se secara más rápido, nos preparaba el mate cocido y nos despertaba. Alguno que otro familiar decía: “Dejame que me lleve a fulano que te voy a ayudar a criarlo”, y mi padre nunca lo permitió. Era muy clara la voluntad de ese hombre. ¿Cómo defraudarlo? Cuando yo salí, salí armado con la convicción de que ésa era la forma.

—En 1955, cuando decide tomar el tren para probar suerte en Buenos Aires con unos pesos que había ahorrado de su duro trabajo, al llegar a la estación de Retiro lo recibe un desconocido con abrazos confundiéndolo con un pariente, y luego se da cuenta de que le faltaba todo el dinero y que el confundido pariente era un ladrón profesional...

—Sí, me quedaron 20 pesos en otro bolsillo con los que apenas pude desayunar y tomar un tranvía.

—¿Antes se robaba menos que ahora?

—A lo mejor se sabía menos. Lo que sí preocupa ahora es que, tal vez producto de la maldita droga, se mata más fácil.

—Su contemporáneo Sandro salió a apoyar las declaraciones de Susana Giménez pidiendo mano dura contra la delincuencia, y usted no. ¿Cuál es su concreta posición sobre el tema?

—Si hacemos un sondeo en la opinión pública respecto a la credibilidad en la Justicia, creo que pierde 80 a 20, por lo menos. ¿Quién va a determinar un castigo de esa naturaleza? ¿La Justicia en la que no se cree? Ese en un debate inútil. Cuando uno sufre demasiadas agresiones, corre peligro de ponerse a la altura del diablo.

—¿Coincide con la jueza Argibay?

—La justicia sin fuerza es insuficiente, y la fuerza sin justicia es dictadura. Tenemos que encontrar un punto de equilibrio, que se imparta justicia con equilibrio.

—¿Cuál es su propia experiencia con la seguridad en EE. UU.?

—Es diferente porque los que se ocupan de la seguridad tienen un nivel de preparación que les permite cumplir su rol. Está bien remunerado y quien intenta sobornar es detenido. La policía tiene programas donde ellos mismos filman cómo les va a los que ponen en riesgo la vida de los demás. Lo filman y lo muestran: lo ponen en el suelo y lo tratan como a un marginal. Y no aparece nadie para decirles: “Eh, ¿por qué le pusieron la rodilla en la nuca?”. Lo llevan preso y queda preso todo el tiempo que tiene que estar. En una sociedad de 320 millones de habitantes, han llegado a la conclusión de que las normas hay que cumplirlas.

—En EE.UU. cada 100 mil habitantes hay 700 personas presas contra 130 de Argentina.

—No sé hace cuántas décadas escucho que van a construir penitenciarías y cárceles modelo, pero no se ven. Entonces, asignarles un lugar es inhumano. Las comisarías están albergando gente por mucho más tiempo del que deberían.

—¿Cómo era el problema con la adolescencia y la delincuencia en Tucumán cuando usted era gobernador?

—Cuando me entero de que había ciertas brigadas que manejaban juego clandestino, prostitución, drogas, empiezo a meter mano. El hecho que más sobresalió fue el del Malevo Ferreira. Van a buscar a dos chicos, que habían pasado para el lado de Salta, que se habían robado dos bicicletas, se los entregan en la frontera y cuando van volviendo los bajan y los matan. Llamo al ministro de Gobierno y digo: “Echalos”. El Malevo dice que no. Los que habían matado a esos chicos pasan a la clandestinidad y arman una rosca. Parece una película. Tienen la mala suerte de que un cabito al que ellos le disparan para simular un enfrentamiento se escapa a Salta y no vuelve hasta el día del juicio oral y dice: “Estuve en el operativo, él los asesinó”. La policía le pasa una granada, la desactiva y con su famoso sombrero de John Wayne se escapa con la granada en la mano. Ese día me costó pasar a disponibilidad a unos treinta oficiales. Cuando dije que el Malevo se tenía que ir, empezaron a llegar un montón de políticos azorados que me decían: “Gobernador, es una locura, no lo tiene que echar, úselo”. ¿Cómo úselo? “Sí, a todos estos de la oposición que se hacen los vivos usted mándelo al Malevo, que sabe qué hacer”. Ahí empecé a descubrir un poco lo que era la política.

—En la cosa más cotidiana, cuando miraba la droga, el juego, la policía, la prostitución, ¿qué encontraba?

—Cuando el Malevo pasó a la clandestinidad, me iba alrededor de las 12 de la noche como hasta las 4 de la mañana a recorrer comisarías y hablar con los efectivos, porque por radio ellos largaban arengas para que no se dejaran manipular. Encontraba un montón de gente que estaba indignada con lo que había hecho el Malevo. Venían las madres de los secuaces de él a decirme que su hijo no era malo, y yo le decía que les dijeran que se entregaran. “Pero el Malevo los va a…”. “Señora, yo le doy la garantía de que no los van a maltratar”, les contestaba. Venía la madre al despacho alrededor de las 11 de la noche y me decía: “El quiere entregarse, pero que usted le diga dónde”. Entonces, tenía que armar todo un operativo, en general era en la iglesia de algún pueblo, me tenía que ir a las 6 de la mañana y me sentaba solo en la puerta de la parroquia, y escuchaba los pasos y aparecía uno de los tipos.

—Después de las últimas declaraciones de Susana Giménez, Hebe de Bonafini salió a retrucarle diciendo que “se había acostado con los militares”.

—A Hebe de Bonafini, por todo lo que le pasó, se le permiten esos excesos. Muchas madres andan todavía con esa herida abierta y no se expresan así.

—¿Conoció a Susana Giménez durante la dictadura militar?

—Sí.

—¿Se acostó con militares?

—Nunca supe que Susana tuviera relación con militares.Susana trabajó toda la vida, es muy emprendedora, con un gran temperamento, y le costó mucho todo lo que hizo. La respeto mucho. En un momento de dolor dijo algo que no cayó bien, pero un hecho circunstancial no define a una persona.

—Se cumplieron 33 años del golpe militar y Ud. fue acusado de ser funcional a la dictadura haciendo incluso películas militaristas. ¿Qué les diría hoy a aquellos que no vivieron esa época?

—Que fue un drama, una catástrofe. Un gobierno constitucional que firma una represión... La lectura que han hecho es nefasta y pasó todo lo que pasó. Hice una película con Carlitos Balá en un momento que no la tendría que haber hecho, y pido disculpas. Hice otra película, Brigada en acción, que si consideran que está mal, también pido perdón. Pido perdón porque siento que yo había estado del lado del 95 por ciento de los indiferentes. Pero sería bueno que el resto también pidiera disculpas. Entre éstos incluyo a la Iglesia, y si tienen memoria, también a las revistas y los diarios, los medios de comunicación en general, porque si no, no nos vamos a reconciliar nunca.

—Ud. hizo el camino inverso: no se fue del país con la dictadura, sino con la democracia. ¿Su mirada de hoy de lo que pasó en la dictadura es distinta de la que tuvo mientras sucedía?

—Sí, por supuesto. Me doy cuenta de que tal vez sea la mancha más grande que tenemos en la historia del país.

—¿Estaba de acuerdo cuando era gobernador de Tucumán con los indultos que dio Menem?

—No, porque me parecía que era como una lápida pesada, siniestra, que caía sobre miles de cadáveres jóvenes y que iba a quedar ahí tapándolos, y que era injusto. Lo que correspondía era que cada uno pagara su culpa. Todos tenemos que pedir disculpas, porque si miramos para otro lado y seguimos señalando con el dedo acusador no vamos a tener reconciliación, vamos a seguir pensando que hay solamente de un lado buenos, y del otro malos.

—¿Después de haber sido gobernador entre 1991 y 1995, no reformó la Constitución de Tucumán para ser reelecto, como sí hizo el gobernador actual, porque Menem le había prometido ser su candidato a vicepresidente en las elecciones de 1995 y cuando a usted ya no le quedaba más tiempo optó por Ruckauf?

—Reformar la Constitución para alcanzar una reelección no me parecía lógico, y no lo hice. Cuando terminé, un día me llamó Menem y me dijo textual: “Te mandé a medir en todo el país y vas muy bien, quiero que me acompañes en la fórmula en el ’95”. Cuando salíamos, Menem nos acompañó hasta la puerta y se quedó saludándonos, y el ministro de Gobierno, que me había acompañado, me agarra del brazo y me dice: “Reaccioná, te lo dijo, vas a ser el vicepresidente”. Y me acuerdo que le dije: “Si llegás a decir una palabra, mañana no sos más ministro de Gobierno”. Yo empezaba a entender que en política hay que tener mucho cuidado con lo que se escuchaba y se decía.

—Ud. encabezaba las encuestas de esa época. Se las leo. Imagen positiva: usted, 55%; Duhalde, 50%. Imagen negativa: usted, 19%; Duhalde, 29%. Menem tal vez tenía miedo de que se convirtiera en su principal competidor y por eso eligió a Ruckauf.

—Yo quedaba posicionado con un solo mandato como vicepresidente, y la reforma establecía que podía ser candidato. Pero antes de la reforma del ’95, el compromiso del peronismo era con Duhalde, tanto que me viene a ver a Tucumán y me pregunta si lo vamos a apoyar. Por supuesto que le dije que sí. Después, a Menem se le ocurre lo de la reelección, lo convence a Duhalde de reformar la de la provincia también y que todos lo apoyaran a él. La pelea entre Menem y Duhalde obedece a que una vez que Menem gana, empieza a hablar de la re-re. Duhalde le dice: “Cómo, yo renuncié a ser candidato en el ’95 para ayudarte y ahora ya estás hablando de volver a reformar”. Yo no tenía recursos para enfrentar a Duhalde, y terminamos armando una fórmula los dos.

—Si Menem no se hubiera obsesionado con la re-reelección y obligado a Ud. a aceptar ser el candidato a vicepresidente de Duhalde, ¿cree que De la Rúa no hubiera ganado en 1999?

—Yo me le animaba a De la Rúa, pero lo más importante es que si le hubiésemos ganado nosotros, a Duhalde no le pasaba lo que le pasó a De la Rúa. Tenía mucha más experiencia, ya venía hablando de la salida de la convertibilidad, de una política económica gastada, y creo que el país no se le habría ido de las manos.

—Al ver lo que le pasó a usted con Menem, a Menem con Duhalde, y a Duhalde con Kirchner, ¿piensa que el principal problema de la política argentina es la batalla entre el Nº 1 y el Nº 2 por –en sentido metafórico– ver quién asesina a quién?

—El que tiene el poder no se da cuenta de que es prestado. Yo estuve con Duhalde en la casa de Kirchner en Santa Cruz cuando estábamos en campaña, y tenían buena relación. Comimos el corderito patagónico a la parrilla, eran mesas largas de charlas muy amables. No entendí después lo que pasó, pero ya me había retirado.

—¿Ese Kirchner que recuerda de esas etapas es el mismo que ve ahora por televisión o es otra persona?

—Definitivamente, tiene que ser otra persona. Me pareció un hombre más sereno. Tal vez Kirchner pudo haber pensado que no le iba a ser tan fácil gobernar si Duhalde tenía tanto poder político en la provincia de Buenos Aires. Kirchner ha tenido no sé cuántas gobernaciones, ha tenido un trato permanente con el Poder Ejecutivo Nacional, no es un improvisado políticamente, y me llama muchísimo la atención que ahora haya permitido que se armen tantos frentes.

—No hay peor astilla que la del mismo palo: Menem se alegró de que Fernández Meijide le ganase a Duhalde en 1997 porque debilitaba a su adversario, ¿Duhalde hoy se alegraría de que el radicalismo o el PRO le ganasen a Kirchner por la misma causa?

—Si Duhalde se alegra es porque sintió que se cortó esa relación que había con Kirchner.

—Ahora que usted tiene una renovada popularidad, al ver que Reutemann vuelve al ruedo y hasta analiza ser candidato a presidente, ¿pensó en algún momento volver a la política?

—No, nunca. Creo que si Carlos tuviese la oportunidad de volver a la Fórmula 1, no lo estaría analizando. Yo tengo la posibilidad de agarrar una guitarra, subirme a un escenario y cantar…

—Ud. vive en Luján, cerca de los productores agropecuarios, ¿cuál es su opinión sobre el conflicto del Gobierno con ellos?

—El conflicto tiene dos perfiles muy nítidos. Uno es el que se ve por televisión, que molesta en los cortes de ruta, en declaraciones altisonantes de un lado y del otro. El otro perfil aparece al andar con los chacareros, con el tambero. Los veo que sufren. Cuando les tocó esta sequía terrorífica de meses, tenían que comprar fardos de alfalfa, y no tenían plata. Es verdad que tenemos productores poderos que tienen mucho dinero, y es verdad que la mayoría no tienen mucho dinero ni son poderosos. Si tenemos 50 mil productores en el país, por poner una cifra, y tenemos mil poderosos, no podemos generalizar: hay 49 mil que la están pasando mal porque se les ha puesto la cosa muy dura. Hay un montón de cosas que habría que corregir lo antes posible porque, nos guste o no, el potencial económico de la Argentina es el campo.

—Aunque de la generación posterior a Reutemann, Scioli y Macri también llegaron a la política apoyados por la fama obtenida en el deporte. ¿La fama deportiva es más útil para la política que la artística?

—No. Creo que es una casualidad que sean deportistas.

—Pero, como dijo, a los deportistas la carrera se les termina antes, mientras que los artistas tienen una carrera más larga.

—Me parece que es porque no lo han intentado.

—¿El deportista está más entrenado para la competencia y mejor preparado para soportar la presión y el estrés, mientras que el artista, por su personalidad creativa, tiende a ser más sensible y vulnerable?

—Puede ser. El artista, por lo general, es más idealista, piensa más con el corazón; un deportista, tal vez, piensa más con la cabeza.

—Si se dedicara a la política, ¿Tinelli podría ser gobernador y luego presidente?

—Tal vez, porque es empresario, como Macri. Podría empezar con la Ciudad. Es joven, tiene mucha energía, es emprendedor. Eso depende mucho también de las ganas y hasta dónde va a tener paciencia: en la política es muy importante saber cuándo dar un paso adelante, uno atrás, otro al costado. Se actúa siempre sobre arenas muy movedizas.

—El ego es el principal problema en la política y, dado el ego necesario del artista, ¿es un problema para éste?

—Puede ser. No me imagino, como vicepresidente, que el Presidente me tenga dos horas esperando. Más allá del ego, hay una cuestión de respeto. Hay mucha gente que se confunde con el poder. Es cierto que el hombre en general ambiciona el poder, pero no creo que haya un político que tenga más poder que un artista importante.

—¿Lo dice por las declaraciones de Susana Giménez?

—Lo digo en cuanto a la capacidad de influir sobre las personas. Y es curioso ver cómo al político le importa ese poder. Le importa mucho que lo inviten a una fiesta en la que habrá gente de determinado nivel. El artista tiene servido eso todo el tiempo, tiene la aceptación de la gente naturalmente. Y el político se muere por eso.

—¿Tinelli tiene más poder que la Presidenta?

—No para firmar un decreto, pero tiene el poder de entrar todos los días a las casas de las personas. Ese es un poder por el cual los políticos harían cualquier cosa.

—¿Qué otro personaje público, además de Tinelli, cree que podría dedicarse a la política?

—El otro día vi que Vilas estaba en eso. Me parece que tiene buena imagen. No sé dónde lo ubicaría, pero creo que es una persona que tiene un nombre que puede proyectarse en la política.

—Parecería ser un clásico de la política. Duhalde, en 1999, lo eligió a usted como su candidato a vicepresidente. Luego, en 2003, cuando le tocó armar la fórmula que lo sucediera, lo puso a Scioli con Kirchner. O sea que esta idea de acompañar con un famoso se convirtió en parte de la táctica política argentina.

—Sí, pero eso ya viene de Reagan. Lo que se busca es allanar el camino. Buscar la adhesión emocional de la gente. Yo nunca ignoré que fui gobernador porque era Palito Ortega, y no porque tenía fama de estadista ni porque estuviese afiliado al partido. Una buena fórmula para el 2011 sería Macri-Reutemann. Reutemann como vicepresidente, porque además tiene la experiencia del Senado.

 

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