En esta semana en que su cuerpo político vuelve a ser revisado –se intenta dilucidar si en su
ADN hay gérmenes de la Triple A–, el General Perón pierde a dos aliados históricos. Dos
leales que ya habían quedado fuera del poder, pero cuyos significados históricos formaron parte del
peronismo casi desde su fundación.
Jorge Antonio era inorgánico. Nunca ocupó un cargo en el partido. Lo suyo eran los negocios.
Pero era un hombre de Perón. Y en consecuencia, tuvo la fina sensibilidad para percibir que los
negocios que la política no podía hacer en forma pública, podía hacerlos él. Se trataba de un
acuerdo de caballeros que tenía como horizonte un sueño compartido: industrializar la Argentina.
Antonio empezó importando taxis desde Alemania y los puso al servicio del partido, los
sindicatos y el Estado que estaba organizando Perón. Después vendrían las máquinas, la planta de
Mercedes Benz, y como parte del acuerdo citado, la posibilidad de reinvertir el capital nazi y
brindar una vía de salida para criminales en fuga. Es la Argentina del ’50. La del capital y
del trabajo.
La Argentina del ’73 ya no es para Antonio, pese a su fidelidad a Perón en los años de
exilio. Antonio no es bien visto por Isabel y López Rega. La dupla quiere romper su influencia.
Pero el obstáculo para Antonio también es económico: no hay capital ni mercado interno suficiente
como para recrear las condiciones previas. Antonio tampoco tiene aliados en la nueva Argentina. Y
además, Perón no tiene tiempo.
Es el momento en que emerge Herminio. La Argentina del ’73 no es sólo la de la
izquierda peronista y la del “Tío” Cámpora. También es la de Herminio Iglesias. Es un
peronista de Perón. Se crió en un hogar inmigrante, se forjó en la fábrica Siam Di Tella. Es un
hombre de la Resistencia y de la ribera. Peleó por el regreso de Perón. Y en esa pelea está el
drama ideológico del peronismo: la izquierda también había peleado, y con sangre.
Herminio es orgánico, es ortodoxo, es metalúrgico. Conoce las necesidades del municipio y
también los mecanismos de control político, las “cajas negras”. Tiene sus patotas y un
disparo que le roza la entrepierna. Es querido y elegido intendente de Avellaneda en el ’73.
Herminio también sabe quién es el enemigo interno. Y de qué lado tiene que estar en el
enfrentamiento: del lado de Perón. Como un leal. (Cooke decía que bajo la bandera de la lealtad se
escondían los peores actos de corrupción en el Movimiento). La batalla entre la izquierda y la
derecha del peronismo es feroz: la terminan ganando los militares que dan el golpe en el ‘76.
Herminio tiene su retorno en el ’83. Es un retorno fugaz, como candidato a gobernador
de Buenos Aires. Pero para la clase media pro alfonsinista forma parte de una Argentina que
pretende olvidar. Cuando avizora la posibilidad de la derrota del peronismo, su propia derrota,
Herminio se incendia a sí mismo, o se revela, frente a millones en la avenida 9 de Julio. Y luego
sí, no hay más retorno para Herminio. Hay un lento ocaso municipal.
Esta semana, Antonio y Herminio se mueren. ¿Se muere el peronismo de Perón? Se muere. También
se reproduce.
*Historiador. Autor de
López Rega y
Fuimos soldados.