“Me hicieron pasar un papelón, es algo que no te lo voy a perdonar. Va a ser mejor que te
pongas a trabajar y te dejes de pelotudear.” Esas habrían sido las palabras de Cristina de
Kirchner
luego del bluff de la visita del dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang.
Al recibir al presidente de la nación africana, cuestionado por las sistemáticas violaciones
a los derechos humanos que el genocida cometía en su país,
llovieron las críticas.
Pero este no fue el hecho clave, si no la gota que derramó el vaso: los ya famosos autos
truchos, la oficina de pasajes aéreos paralela, y las irregularidades de la mafia china en la
Embajada argentina en Pekín.
En pocos meses, “La Casa”, como se conoce a la Cancillería, se convirtió en una
caja de resonancia negativa para el kirchnerismo.
Ahora la cancillería se encuentra virtualmente intervenida por Alberto Fernández
decidió esta semana intervenir el Palacio San Martín, y en un mismo golpe palaciego obligó al
canciller a entregar la cabeza de Roberto García Moritán y aceptar al embajador en Roma, Victorio
Taccetti, como vicecanciller. Empezó el principio del fin para Taiana, una cuenta regresiva
irrefrenable.
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