POLITICA

Verosímiles argentinos

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A muchos críticos de televisión no les convenció la ya lejana primera temporada de la serie House of Cards por lo poco creíble de uno de sus momentos clave. En él, un político es asesinado por otro de mayor rango, el protagonista de la serie, quien consigue hacer creer a los demás de que se trató de un suicidio. El espectador ve cómo Frank Underwood (el personaje de Kevin Spacey) altera la “escena del crimen” y cómo todo el resto del mundo -de la serie-, termina por creerse que, finalmente, se trató de una decisión desesperada de alguien que no tenía sólidos argumentos a su favor.

Al ver ese asesinato “reconvertido” en suicidio, al mundo de afuera, a nosotros los espectadores y a los críticos, nos pasó todo lo contrario de lo que nos sucedió hoy a la mañana, al encontrarnos con la noticia de la muerte del fiscal Alberto Nisman: mientras que lo que vemos en la serie nos resultaba si no inconcebible, un poco burdo, aquí en la Argentina, nos parece factible que lo que parece un suicido haya sido un asesinato.

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Es más: mientras escribimos estas líneas, cualquier explicación del hecho resulta verosímil: la hipótesis del suicidio, la del suicidio inducido, la del asesinato (y con más de un sospechoso del crimen) -o sea, lo que escuchamos en los medios desde que sucedió el hecho-, todas, en nuestro imaginario, pueden resultar creíbles. Y esto habla de la sociedad en la que vivimos.

Hace unos años, empezó a instaurarse en cierto vox populi, que afirmaba que un funcionario de altísimo rango del país (con el mismo cargo que Frank Underwood) tenía vínculos estrechísimos con el narcotráfico. Lo notable es que la afirmación -obviamente nunca comprobada- fuera algo que se escuchaba tanto cuando te subías a un taxi, como cuando ibas a la verdulería o cuando hablabas con un amigo. ¿Qué país era ese, este, en el que un vicepresidente pudiera ser narco y mucha gente lo aceptara como si nada (incluso sin investigar realmente el hecho)?

Y más aún: ¿qué país es ese, este, en el que se puede pensar en que el hijo de un presidente fue asesinado por un grupo terrorista y pase como un accidente de un helicóptero? ¿o que un empresario acusado de un gravísimo asesinato de un colega pudiera estar vivo en vez de haberse suicidado justo antes de que llegara la policia?

Obviamente, sería más que gravísimo que un Eduardo Duhalde sea narco, que Carlos Menem Jr. haya sido asesinado, que Yabrán esté vivo o que realmente el fiscal Nisman haya sido asesinado. Cosas que no sabemos, ni sabemos si se sabrán.

Los dichos del secretario de seguridad, Sergio Berni, apenas conocido el hecho de la muerte del fiscal que acusó a la presidente, harían las delicias de un psicoanalista, si todo esto no tuviera la gravedad que sabemos. A lo largo de su intervención tuvo el lapsus de empezar a hablar de “homicid..., perdón, suicidio” y se refirió al lugar de la muerte “como la escena del crimen”. Como para pensar que Berni supone o conoce algo que nosotros aún no.

No sabemos a estas horas realmente qué pasó en el edificio Le Parc. Si realmente hubo algún Underwood (o algún secuaz suyo), un espía, o si simplemente fue la desesperación la que llevó a Nisman a tomar una decisión extrema.

De lo que sí podemos estar seguros es que vivimos en un país en que aquello que nos resulta inverosímil o burdo cuando lo vemos en ficciones, aquí resulta creíble.

Y eso es, cuanto menos, un severo problema político.

 

(*) Editor Diario Perfil.