Las personas públicas no viven en la intimidad sino en un escenario, y ahí no puede no desarrollarse un drama. Y los hijos aparecen como personajes. No hay otro modo de concebir al personaje público. Si se revisa el staff de famosos más notorios, es raro que no conozcamos a sus hijos, sus casas, sus autos, sus mascotas... Estos forman parte del “drama” del espectáculo, casi como una manifestación orgánica de la fama. Por tanto, es una perversión naturalizada por el medio, aunque éste no les exige nada. Se trata de gente con una gran cuota de narcisismo y que no sabe decir que no. Si quisieran, podrían plantarse y decir: “En el escenario voy a estar yo solo”. Raramente sucede. Y eso da cuenta de cierta debilidad de carácter, se dejan arrastrar por la fuerza del personaje que encarnan. No tienen la fuerza de voluntad para establecer límites. Esto aplica, incluso, a personas públicas que despotrican contra eso. Cuando uno decide ser famoso, decide subirse al escenario con todo ese mundo que lo rodea. Es decir que la causa que origina el descontrol tiene que ver con una decisión personal. Muchas de las personas públicas se la pasan hablando en tevé de sus hijos y gustan de exponer su intimidad. Cuando dicen “no se metan con mis hijos”, se equivocan, son ellos quienes los metieron. Eso no es gratuito, y después se quejan. Lo que se produce es un desdibujamiento del rol paterno, se borran las funciones porque arrastran a sus hijos a un lugar donde se sabe que van a sufrir. Si ya de por sí padecen en la casa, por qué llevarlos también a la tele. Todo esto se potencia por las redes sociales, aunque el escándalo sólo existe gracias a la dimensión que le da la tevé. Y ahí es cuando se amplifica y se suben todos: abogados, primos, peluqueros... Estos personajes secundarios generan el efecto comedia y se monta la novela de la realidad, donde impera el factor sorpresa, que hace que se esté siempre al borde del descontrol. Y eso atrae y apasiona.
