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Darthés es el síntoma

Si el problema fuera Juan Darthés, ya estaría casi resuelto a la luz de las denuncias, de medidas que le siguieron y de hechos que ocurrieron en estos días.

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Si el problema fuera Juan Darthés, ya estaría casi resuelto a la luz de las denuncias, de medidas que le siguieron y de hechos que ocurrieron en estos días. Pero nunca una enfermedad se agota en sus síntomas, mucho menos en los más graves. Y el caso Darthés es producto de haber desoído, minimizado o trivializado todos los síntomas previos que la sociedad argentina (machista, aunque lo niegue) y su cultura ofrecieron y ofrecen generosamente. Mientras el colectivo de actrices denunciaba esta violación, las redes se inundaban de memes en donde se celebraba cómo River le “rompió el culo” a Boca, o se “lo cogió”. Como hincha de River encontré motivos más loables y reconfortantes para festejar, ninguno de ellos falto de virilidad y hombría (la hidalguía y entereza de los jugadores, la calidad de Pity Martínez y Quintero, la gallardía moral y el nivel estratégico del técnico, la confirmación de una historia gloriosa). Pero el machismo se respira en el aire. Naturalizado, se mete como la humedad en todos los intersticios de la vida, de las relaciones y de las conversaciones cotidianas. Por ejemplo, las mujeres se tratan entre sí de “boludas” o “hijas de puta”, un logro colonizador del lenguaje machista.

Darthés es el síntoma. Pero hormiguean los Darthés anónimos, los que andan por la calle, están en las tribunas, legislan, escriben, actúan, cantan, compran, venden, ejercen profesiones, ocupan cargos de relevancia en distintos campos. Se reproducen como hongos en un terreno fertilizado por mensajes familiares, publicitarios, mediáticos, políticos. Un violador nunca es solitario. Es un gang-bang, un colectivo de hombres encarnado en él. Un golpeador son miles de puños pegando. Un femicida son otros miles de asesinos paridos por una sociedad que al quedar en evidencia se rasga las vestiduras, pero luego vuelve a sus mensajes y prácticas atávicas, apenas maquillados. Como cuando algunos machistas impresentables, conocidos y con poder, aplaudieron la primera marcha de Ni una Menos.

De la misma manera mucho machista larvado levantará la voz contra Dhartés. Les viene de perillas, sobre todo cuando las aguas están agitadas, como en estos días. La ecuación es sencilla: si fue él no fui yo. A esos, a los conocidos y a los desconocidos, a los evidentes y a los disimulados, somos los varones quienes debemos enfrentarlos, denunciarlos y erradicarlos. Porque no solo humillan, golpean, lastiman y violan a las mujeres. Nos denigran a los hombres. Hay en la masculinidad fuerza creativa, amorosidad profunda, coraje transformador, ternura fecundante. No necesitamos ser feministas para rescatarlas y ejecutarlas, para ponerlas en la vida y en el mundo. Necesitamos romper mandatos, salir de la manada, darle cauce a la testosterona del corazón. Necesitamos reivindicarnos como hombres que nosotros mismos necesitamos ser y como los que esperan y necesitan las mujeres y nuestros hijos e hijas. La sanación masculina es un desafío pospuesto, y nos aguarda.

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Mientras tanto, hay mucho para revisar en todas partes. Las actrices del colectivo podrían pensar antes de actuar en telenovelas que las exhiben como objetos del deseo machista. Frases del tipo “Mirá cómo me ponés” se han repetido hasta el cansancio en esas novelas. Los/las guionistas ayudarían mucho revisando historias y diálogos. También los espectadores, siendo más conscientes de lo que eligen. Abundan los spots y notas periodísticas que publicitan el momento “hot” de una novela, el primer desnudo, la primera encamada de la/los protagonistas. Sus infidelidades. Cultura es el aire que se respira. Y nuestra cultura es machista. Los hombres somos los portadores más evidentes del virus. Pero este no tiene sexo, aunque tenga género. Lo portan también muchas mujeres educando hijos e hijas, actuando en política o en los negocios como machos alfa, exhibiendo un lenguaje importado y tóxico. Darthés es el síntoma. Confundirlo con la enfermedad puede tener consecuencias graves: que al machismo existente se le sume una epidemia de linchamientos arbitrarios y por contagio. Si eso ocurre, la enfermedad seguirá intacta y agravada. Negada una vez más.

*Periodista y escritor.