La necesidad del sexo es imperiosa en la mayoría de las especies, constatan los biólogos. De ahí
que
los mamíferos cuenten con un
poderoso instinto sexual que tiene como obejtivo último la
reproducción, es decir, el traspaso de los genes a las siguientes generaciones.
Aunque en el reino animal también hay casos de homosexualidad, infidelidad y cortejos
“románticos”,
la justificación siempre es aumentar las chances de
reproducirse.
Todo es diferente en
Homo sapiens
. Si bien la biología tiene su lugar en la sexualidad
humana, el lenguaje y la estructura grupal de los humanos meten la cola mucho más de lo que se
cree. No existen períodos de celo en la hembra humana. Y los machos (y mujeres, por supuesto) son
bien capaces de tener sexo por placer además de para reproducirse.
Así,
el instinto ciego se transforma en una pulsión sexual, una
libido que se satisface (o no) con diferentes objetos. Los sexólogos tienden a encauzar este caos
sexual en parámetros de normalidad promedio. Sin embargo,
siempre está Freud para recordar que los deseos son inconscientes
y su objeto, inasible.