SOCIEDAD
bienestar compartido

Furor por el 'doga': perros y sus dueños practican yoga juntos a la orilla del mar

En un balneario marplatense, instructores dan clases a turistas y sus mascotas. Dicen que la técnica permite “fortalecer vínculos y relajarse”.

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Saludo al sol. Una de las “asanas” con la que comienza la práctica, es el “agradecimiento frente al universo”. Luego, los participantes deben acariciar a sus mascotas y ayudarlas a elongar y tranquilizarse. | Carlos Manzino

En un silencio atípico, lejos del wifi y cerca de los acantilados, los ladridos se transforman lentamente en relajación; algunos más peludos que otros, de tamaños, edades y colores variados, están practicando doga –una combinación en inglés entre dog (perro) y yoga–. Es una disciplina similar al yoga que realizan los dueños con sus caninos, que surgió con fuerza en 2001 en los Estados Unidos.

En la Costa Atlántica, la disciplina encontró lugar este verano en el balneario marplatense Yes! Playa Canina, el primero dedicado 100% a las mascotas. A las actividades que ofrecen desde hace varias temporadas –clases de surf y pádel surf, entre otras–, este año incorporaron las clases de doga, que se dan los domingos y están incluidas en la estadía diaria, que cuesta $ 1.500 en enero para cuatro personas.   

Su creador, Gabriel Sapienza, es adiestrador y viaja por el mundo con su mujer para buscar estas actividades. “De las nuevas, el doga está haciendo furor, porque uno piensa que es algo exclusivo para las personas y automáticamente cuando nosotros bajamos la frecuencia, el tono de voz, y nos vamos mimetizando con el entorno de relajación, ellos van haciendo lo mismo”, dice.

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La propuesta inicial fue de Miriam Lorenzo, una profesora de yoga que adaptó su clase al contexto canino. Lorenzo asegura que “en este tipo de yoga la idea es ejercitarnos y a la vez hacer un contacto permanente con ellos para que vayan incorporando la relajación, respiración y puedan alcanzar un estado de tranquilidad. Van adoptando nuestros estados”.

Esta práctica a pesar de los prejuicios y las reacciones graciosas, “ya fue implementada con buenos resultados en otros lugares como Barcelona, Miami, California, el Reino Unido, por eso decidimos intentarlo acá” explica Miriam.

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Cómo es. Cuerpo a cuerpo, situados entre los médanos, acompañados por el sonido de las olas y el aire fresco del mar, un grupo reducido de siete u ocho personas –cada uno con sus perros– inician con un saludo que manifiesta su actitud de agradecimiento frente al universo; colocan sus manos en posición y comienzan a masajearlos, relajar la respiración, acariciándolos y elongando sus patitas, además de trabajar sobre las articulaciones. Al final, el objetivo se logra. “La clave está en establecer contacto físico y emocional con la mascota durante media hora; así el canino logrará un estado de confort y relajación”, dicen los instructores. Para Lorenzo, fue “un desafío personal y profesional animarse a dar clases de doga”, pero logró descubrir esta nueva faceta de la técnica milenaria original. “El animal adopta una rutina y repite conductas, una cuestión de entrenamiento”, cuenta.

El atractivo –aseguran– es la búsqueda permanente del vínculo con el perro, pero también es un modo de abstraerse de la vorágine de la rutina, del estrés de la ciudad, sin cuestionamientos. “Se coloca la atención plena en eso, se detiene el tiempo para vivir ese momento específico”, comenta Sapienza.

Gustavo Barrera Seco también es parte de esta movida. Hace dos años que comparten sus veranos con su pareja y su perro salchicha Isidro. El último domingo participaron de la clase de yoga y la sensación superó sus expectativas. “Nos ubicamos entre las dunas y empezamos a hacer una serie de ejercicios interesantes junto con el perro. Como Isidro es chiquito y apegado, se sumó a la actividad. Había posturas que implican acostarse, manejar la respiración y le hacíamos masajes”, asegura. “La clase nos encantó porque nos permitió conectarnos desde otro lugar”. Paola Amioti ya probó los beneficios de practicar yoga con su labradora de 9 años. “Es una experiencia nueva tanto para mí como para mi perra; hay algunos que son bastante hiperactivos y después de las clases de yoga quedaron más tranquilos”, cuenta.

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En sintonía. Según Lorenzo, “los perros no solo se parecen a sus dueños sino que también captan la energía, absorben todo”. El adiestrador Sapienza agrega que “cuando detectamos que el perrito está un poco nervioso, lo llevamos a caminar, le hacemos mimos y caricias, le damos premios como estímulo positivo”.

En el doga, se modifican algunas posiciones tradicionales que permitan el contacto del dueño o acompañante con su perro. Sobre su propia experiencia, Sapienza dice que “yo no hacía yoga previamente y empecé con la profesora, mientras yo la acariciaba y masajeaba ella se iba relajando y me besaba la frente, y vi los cambios positivos”.

Las clases, que duran hasta el último domingo de marzo, son según quienes las practican “emocionantes y conmovedoras, los perros disfrutan esa media hora que dura la clase más allá del entorno”, aseguran.

Una práctica que crece en el mundo

El doga crece en todo el mundo, como el furor por las mascotas; pero surgió con fuerza en Estados Unidos con el nuevo siglo. En 2001, su creadora fue la instructora norteamericana Suzi Teitelman.

Los perros tienen una vida diaria muy activa y practicar doga favorece su agilidad y mejora sus articulaciones con el paso de los años.

El programa de práctica tradicional del doga incluye técnicas y ejercicios que los ayuda a disminuir el estrés, y mejora la salud cardíaca, la digestión y el estado de ánimo. En otras versiones de la práctica, especialmente en Canadá, las técnicas que se utilizan en las asanas se realizan no como una causa y una consecuencia en la que el can imita al dueño, sino en una especie de “coreografía sincronizada”, algo que le permite al perro adoptar mejores conductas sociales.