SOCIEDAD

La doble vida del psicólogo acusado por seis violaciones

<p>Marcelo González Calderón se había casado con una colega que trabaja en Ayuda a las Víctimas.<strong> </strong></p>

Identikit. Los ojos son el rasgo más destacado entre el dibujo pericial y el rostro del sospechoso.
| Cedoc

“Trabajo en el Ministerio de Justicia”, dijo el psicólogo Marcelo González Calderón (54) cuando lo detuvieron el domingo pasado, en la puerta del boliche Azúcar, del barrio porteño de Palermo. No mentía: había trabajado más de diez años en la cartera que está a cargo de Julio Alak, donde llegó a formar parte del Gabinete Interdisciplinario del programa Las Víctimas contra las Violencias. Allí colaboró durante dos meses. Según cuentan, la experiencia no fue muy positiva y finalmente terminó pidiendo licencia psiquiátrica.

González Calderón está acusado por seis ataques sexuales cometidos entre el 28 de mayo y el 28 de agosto en distintos puntos de la Ciudad de Buenos Aires: Caballito, Palermo, Villa del Parque y Villa Urquiza. “Estamos en condiciones de afirmar que el detenido es la persona que buscábamos por al menos seis violaciones”, anunció esta semana el secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, como para que no quedaran dudas de su responsabilidad en los hechos que están siendo investigados por el fiscal del distrito Saavedra-Núñez, José María Campagnoli.

Los detectives que analizaron las distintas pistas que fue dejando el violador serial se mostraron sorprendidos por el particular perfil que presentaba el sospechoso. González Calderón llevaba una doble vida. Estaba casado con una psicóloga que trabaja en el programa Ayuda a las Víctimas, aunque en los últimos meses –y según allegados– habían decidido separarse de común acuerdo.

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La pareja convivió bajo el mismo techo durante casi diez años. Según contaron allegados a PERFIL, su esposa tiene un hijo adolescente que convivió con ellos desde que se casaron, y con el que el acusado tenía una “excelente relación”.

Ahora, el psicólogo estaba viviendo solo en un edificio de la avenida Córdoba al 3000. Allí la Policía secuestró una computadora personal que pertenecería a una de sus supuestas víctimas, pero también encontró cientos de dibujos llamativos. Eran mujeres desnudas, sin cabezas y sin brazos. “Eso da cuenta de que tiene una personalidad bastante alterada”, entendió Berni, uno de los principales impulsores de la investigación, sobre todo por el temor manifiesto de los vecinos de la zona.

Las víctimas, que aportaron detalles de su fisonomía para confeccionar el identikit, coincidieron en una cuestión central: el violador les pidió que lo miraran a la cara mientras él las sometía. Pese a ello, una de las mujeres abusadas no lo reconoció en la rueda que se llevó a cabo el jueves pasado y que se repetirá en los próximos días.

Sorpresa y estupor. Sus antiguos compañeros de trabajo recién se enteraron de que Marcelo estaba siendo buscado como el “violador de Villa Urquiza” cuando su nombre comenzó a aparecer en los noticieros. Si bien la cara les resultaba familiar, el identikit que mostraban por televisión lo mostraba mucho más canoso que la última vez que lo habían visto. Cuando lo detuvieron, su hermana se comunicó con la oficina para informar sobre su particular situación. “Es un perejil, mi hermano no es capaz de hacer eso”, dijo ella con cierta bronca por las versiones que circulaban en los medios.
Todos coincidieron en la incredulidad. Marcelo jamás había tenido un signo o característica que los haga desconfiar. Nunca había dicho un piropo, una palabra de más ni un gesto desubicado. Sus compañeras lo recuerdan como un hombre retraído. “Tenía perfil bajo, era un como un hombrecito gris”, dice una mujer. Otra recuerda: “Cuando venía a pedir algo o firmar papeles caminaba como con miedo, a veces le temblaban las manos, se ponía nervioso”.

Por lo pronto, las huellas dactilares que fueron encontradas en un local donde fue sometida una víctima y unos dibujos de mujeres desnudas secuestrados en su departamento lo comprometen.

Su detención despertó una enorme conmoción en la oficina donde trabajaba. Su mujer, también psicóloga y empleada del programa Ayuda a las Víctimas, no para de llorar desde que se enteró de la sospecha que pesa en contra de su marido.

Hacía unos meses que se habían separado. González Calderón no tiene hijos propios, pero crió al hijo de ella, desde los cinco hasta los catorce años. “No puedo creer con quién estuvo todo este tiempo”, se lamentó el padre del nene, apenas supo de la detención de la pareja de su ex mujer. Hoy, el chico, contenido por su mamá, es uno de los más afectados.