SOCIEDAD
AMIA, a 24 años

El médico que salvó a la última víctima cuenta el horror en primera persona

Carlos Russo tardó años en volver a pasar por la zona del ataque a la AMIA. El 18 de julio de 1994 él, que estaba de guardia como clínico en el Hospital Pirovano, fue enviado allí para auxiliar tras la explosión de la bomba.

El médico Carlos Russo (65) tardó años en volver a pasar por la zona del ataque a la AMIA. El 18 de julio de 1994 él, que estaba de guardia como clínico en el Hospital Pirovano, fue enviado allí para auxiliar tras la explosión de la bomba. Entonces no le dieron demasiados datos, más que había habido una explosión. Los vidrios rotos en las cercanías y un olor que todavía recuerda, pero no puede describir, fueron la antesala del horror y el caos en pleno Once. Russo trabajó toda esa jornada y la del día siguiente. Sin dudarlo se metió entre los escombros para auxiliar a Jacobo “Cacho” Chemahuel, el encargado de maestranza de la AMIA, que estaba atrapado y que salió vivo de allí, pero murió tres días después en una sala del Hospital de Clínicas.

En diálogo con PERFIL, Russo recordó cómo en medio de las corridas y el desconcierto se dio cuenta para qué servía y desde entonces su carrera fue virando. En estos 24 años fue dejando progresivamente su rol de médico clínico en el hospital y llegó a ser uno de los máximos directivos del SAME, viceministro de Salud porteño y se sumó a Cascos Blancos, con quienes integró misiones en Haití, Franja de Gaza y Malvinas, adonde viajó con un contingente de familiares al cementerio de Darwin. La parada actual en su carrera es como máximo responsable de la Dirección Nacional de Emergencias Sanitarias (DINESA), desde donde comandó, entre otras, las asistencias en las inundaciones en el norte del país.

“A veces en un momento se vive toda una vida”, dice Russo citando una frase de la película de Al Pacino, Perfume de Mujer. Con una sonrisa franca dice que cuando la escuchó le pareció una gran síntesis, porque, explica, él cree que “a veces en un momento vos te das cuenta para qué servís en la vida y para qué no”. El día del atentado a la AMIA, él comenzó a saber que para las emergencias, servía. “Al menos que no era inútil para esto, que tenía que aprender, pero que podía servir para llevar a alguien aunque sea un poquito de mejor vida”, detalla y admite que ese día fue “un quiebre, una bisagra”.

Russo tiene un perfil bajísimo y se emociona cuando habla de su trabajo. Se muestra conmovido cuando recuerda a los familiares de los caídos en Malvinas, en el cementerio de Darwin, donde él fue como apoyo. Humilde, asegura que “uno nunca sabe, no es el mejor, pero puede decir: para esto puedo servir”. Y reconoce un factor elemental: el trabajo en equipo: eso es fundamental. Lo primero que tiene que desaparecer en estos casos es el egoísmo”.

Cuando se le pregunta por lo primero que recuerda de ese 18 de julio, Russo habla de los vidrios rotos en las inmediaciones y del olor. “Es lo que más queda. No sale en una foto y es lo que más te queda grabado de determinado lugar”, explica. “Uno con el tiempo tiende a ver fotos, notas en el diario y el olfato no sale en ninguna de estas cosas, pero está, es lo que más queda. Un olor especial que te queda impactado”, describe.

Después evoca el desastre, la desorganización. “Se tardó mucho en evacuar la zona de gente que no tenía que estar ahí”. Además, explica, en un atentado con bombas, se calcula que puede haber una segunda explosión. “Si había una segunda bomba, hubiera sido otro desastre dentro del desastre”. Aunque aclara que no se hizo todo mal, rescata todo lo que se aprendió desde entonces y cómo se avanzó en el manejo de las emergencias. El accidente de LAPA en Costanera, el incendio de Cromañón y el choque de trenes de Flores, son sólo algunas de las tragedias locales en las que intervino y fue viendo cómo cada vez se trabajó mejor.

Cuando se le pregunta por el impacto de su trabajo explica que “nadie se puede acostumbrar a ver gente rota, destrozada, sufriendo”. Sobre el impacto de la asistencia en la AMIA, Russo detalla que “en esa época no estaba la ayuda psicológica que necesitamos, después empezaron a aparecer y se instalaron como parte de los equipos de emergencia, para la asistencia de todos nosotros”, completa.

Salvar y agradecer

Russo puede decir que estuvo en las entrañas de AMIA, donde ingresó junto a bomberos y rescatistas para asistir a Chemauel, el hombre que había quedado atrapado. Ahí le pusieron suero, cuidaron su hipotermia, controlaron su diabetes y evaluaron las mejores opciones para sacarlo. Lo lograron después de horas de trabajo en las que ninguno fue reemplazado. “Es instintivo”, asegura.

Cuando salieron hubo lágrimas, aplausos y emoción. Russo se acuerda de dos cosas: el optimismo que les transmitía Chemauel. “Era admirable, nunca dejó de decir: muchachos vamos a salir”, recuerda con una sonrisa. Y de una mujer que lo saludó a él apenas salieron y Chemauel era trasladado al Clínicas. “Me agradeció por lo que estábamos haciendo. Al día de hoy no sé quién era, pero eso te queda marcado”.

Tras varios años de evitar la zona, Russo volvió a pasar por la AMIA y hasta fue en varias ocasiones al nuevo edificio de la Mutual, construido en el mismo lugar. “Nos han invitado muchas veces a los que participamos del rescate, a sus homenajes año a año, incluso familiares de personas que han perdido la vida. Están muy agradecidos, sabiendo que a veces las cosas no se hicieron del todo como hoy podrían hacerse, pero siempre fue gente sumamente agradecida. Eso me quedó para siempre porque personas que podrían tener bronca, rencor y que puedan agradecer me parece admirable”, completa.

 

Idea y producción: Cecilia Devanna, Ursula Ures Poreda.

Edición: Ursula Ures Poreda, Darío Silva, Felipe Leibovich.

Redacción: Cecilia Devanna - Florencia de Sousa.

Multimedia: Facundo Iglesias- César Calvo- Ángel Díaz- Nahuel Silvestro.

Diseño: Marcelo Parajó.