El escritor argentino residente en Estados Unidos Ricardo Piglia recreó, en su discurso del
reciente acto de inauguración de la 34 Feria del Libro, los espacios en los que tiene lugar la
actividad de lectora, los que sin lógica alguna van desde sitios privados, convencionales,
compartidos hasta los multimediales.
Sin embargo, esta descripción desestructurada chocó un tanto con las alertas del editor y
presidente de la Fundación El Libro Horacio García sobre la creciente
desaparición, achicamiento y cierre de librerías en el país, que más que producto
de los nuevos espacios del lector están ligadas a la explosión inmobiliaria, el turismo y sed de
ganancias de los propietarios.
Tampoco esa libertad de los espacios de lectura pudo cruzarse con las estadísticas del
secretario de Cultura Nacional, José Nun, acerca de la inexistencia de librerías en el Chaco y de
la presencia de una sola de ellas en Misiones.
En general, en Argentina lectores y estudiantes acudieron desde siempre al consejo y la
orientación del "librero", sabiendo o desconociendo muchas veces qué se estaba buscando para leer,
ya que el se ocupaba de esos menesteres.
Hoy, mientras las cadenas de librerías y grandes editoriales hacen sus fuertes negocios y
aprovechan la producción de 20 mil títulos por año -récord que nunca vivió Argentina-, los pequeños
locales se ven obligados a dejar los transitados shoppings por los altos alquileres y en otros
casos a cambiar los rubros en busca de otras ganancias.
El "librero", una profesión amasada tras una fuerte vocación y dedicación a ofrecer la mejor
literatura y ganar lectores y amigos, es casi un recuerdo en muchos lugares, incluida esta
cultivada metrópoli.
Uno de quienes puso el tema en la superficie fue Ernesto Skidelsky, propietario de las
librerías Capítulo Dos, quien el año pasado dejó su renombrado local en el shopping Alto Palermo.
"La tierra que toma la denominación de metros cuadrados cuando hablamos de locales comerciales se
vuelve tan cara que se torna imposible de sostener para quien vende solamente libros", fue parte de
una carta abierta que el librero hizo circular en varios medios.
Uno de los directores más recordados de la Bibilioteca Nacional -más allá de Paul Groussac,
quien la fundó y los notables Jorge Luis Borges y José Luis Castiñeira de Dios- fue Héctor Yánover,
quien reiteradamente gustó decir a la prensa cuando la atendía que el era un librero que "sabía
como gestionar".
Yánover quien condujo entre el '94 y el '96 la Bibilioteca y dejó uno de los más rescatados
recuerdos por su personal, falleció a poco de dejar su cargo, tras el cierre de su librería "Norte"
desde donde se transmitía el programa de cable en Canal (a) "Los libros en casa".
La descripción de Piglia dejó en evidencia que el espacio del lector no es un sitio
específico ni convencional y por otro, que la lectura demanda hoy el mismo tiempo que insumía en el
periodo aristotélico.
Es decir hoy podemos leer aislados en un bar, en el subte, echados en la cama; acompañados en
un diálogo con el dueño de la librería o ejecutando otras actividades a la vez como estar con el
televisor encendido, con o sin sonido; hablando por teléfono o celular, atendiendo de vez en cuando
el correo en la computadora.
La profecía de que las nuevas tecnologías, principalmente internet, iban a arrasar con el
papel no se cumplió: "El 90% por ciento de los libros se leen en papel", dijo Nun.
No obstante, es preocupante que en muchas zonas del conurbano y la Capital como ocurre desde
los '90 en que comenzaron a extinguirse los comerciantes del barrio, de confianza, hoy los libreros
sean empujados y echados en todos los casos por la sed de mayores ganancias de quienes rentan los
espacios.