SOCIEDAD
A 20 AOS DEL ATAQUE TERRORISTA

Los estallidos que aún sufren los sobrevivientes del atentado a la Embajada de Israel

La causa está parada y sin procesados. Las víctimas dijeron a Perfil.com que creen en los milagros pero no los esperan. El reclamo por memoria y justicia. Fotos.

A 20 años del atentado, prefieren ser considerados testigos antes que víctimas. De izq. a der.: Jorge Cohen, Leandro Rodrigues y Mónica de Hernández.
| Cedoc.

Hay quienes sostienen que hubo dos ataques. Uno, el 17 de marzo de 1992, con la voladura de la Embajada de Israel en Argentina. Otro, con los veinte años que le siguieron, sin justicia formal para los sobrevivientes y los familiares de los muertos en el ataque terrorista.

Luego de dos décadas de inacción gubernamental, representantes de la comunidad judía en Argentina exigieron no sólo justicia, sino también memoria. Sin embargo, hay otros que prefieren centrarse en el segundo de los reclamos y para ello se centran en la Plaza Embajada de Israel, construida en el predio donde un coche-bomba impactó en el edificio de Arroyo 910.

El recuerdo. Es poco lo que puede decirse de ese día, que se reconstruye a fuerza de recuerdos propios y el relato de otros. “Era un día de mucho calor. Había varias personas esperando a que abriera el consulado. Llegué a media mañana. Estaba en el segundo piso cuando fue la voladura”, cuenta Jorge Cohen, ex agregado de Prensa de la sede diplomática, y víctima directa del atentado. “No me acuerdo demasiado de lo que pasó después. Dicen que me vieron caminar por la calle hecho un fantasma de polvo y de sangre”, relata. Sin embargo, recuerda un momento clave de la conmoción de aquellas horas. “Me metieron en una ambulancia para hacerme algunas curaciones. Cuando la ambulancia arranca para llevarme al hospital, yo estaba acostado en la camilla, y tomo una cierta conciencia de lo que había pasado”, prosigue. “Abro con los pies la puerta de la ambulancia y me tiro, porque no sabía quién la manejaba”, cuenta Cohen.

Con el tiempo, se recuperó de las heridas físicas, aunque necesitó años de terapia para superar el trauma. “Dormía dos horas por día”, sostiene. “Busqué apoyo psicologico por mi cuenta. No hubo ayuda externa”, asegura.

Contra la solidaridad manifestada de buena parte de la sociedad, la ausencia del Estado argentino y el israelí fue cada vez más notoria. “Los trámites burocráticos se hacían insostenibles. Por ejemplo, conseguir un DNI para el entierro, o hacer la denuncia en la comisaría, despues de poner un abogado”, ejemplifica Mónica de Hernández, quien perdió a su madre, Mausi Meyers Frers, al haber sido herida en el pensionado de adultos en el que vivía, frente a la sede diplomática.

“Cuando llegué a la embajada, seguían cayendo los vidrios de las ventanas. Había corridas en la calle. Yo buscaba a mi madre y trataba de no mirar alrededor. Eso que no miré, lo soñé durante un mes”, cuenta. Mónica encontró a su madre en el Hospital Fernández. Murió al día siguiente.

La impresión de Leandro Rodrigues de Oliveira es completamente distinta. Su abuelo, Francisco Mandaradoni, es uno de los albañiles que trabajaban en las refacciones del edificio. Cuando murió, su nieto tenía tan sólo dos años. “Yo me había construido la fantasía de que mi abuelo me había ido a comprar chupetines y no había vuelto”, sonríe. “Con los años me enteré de cosas que no sabía o veía detalles que no había notado”, explica. Sus primeros recuerdos del atentado aparecen con los actos en conmemoración. “La imagen de los francotiradores en los edificios era terrible, como lo era pasar los controles de seguridad teniendo seis años”.

La segunda agresión. La Corte Suprema de Justicia se ocupó desde el comienzo de la investigación judicial. Lo que se creyó que sería una implosión del edificio, se transformó después en un coche bomba. Varias pruebas judiciales desaparecieron, lo que acrecentó la sensación de impunidad y encubrimiento por parte del Poder Ejecutivo argentino y las fuerzas de seguridad.

La causa tuvo un acusado: Imad Mougniyieh, jefe del grupo terrorista Hezbollah, que también fue acusado por el ataque a la AMIA. Junto a él, se buscó al ciudadano colombiano Samuel Salman El Reda, descendiente de libaneses y supuesto activista de Hezbollah en la zona de la Triple Frontera. Mougniyieh jamás se presentó en los tribunales nacionales: fue asesinado en Siria en 2008.También se acusó a Moshen Rabbani, ex agregado cultural en la Embajada de Irán en Argentina durante esos años, y a Ahmad Vahidi, actual ministro de Defensa iraní, pero las pruebas no fueron suficientes para continuar con esa línea. Hoy la causa no tiene detenidos ni juzgados, y a pesar de haber sido declarada como imprescriptible, los avances son prácticamente nulos. Quienes sobrevivieron al ataque exigen que se investigue la conexión local, supuestamente conformada por el Poder Ejecutivo y los altos funcionarios de las fuerzas de seguridad que formaron parte de las dos presidencias de Carlos Menem. Insisten en un detalle: tanto la voladura de la Embajada de Israel como el ataque a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) ocurrieron durante los ’90. Después, no hubo agresiones de gran magnitud hacia la comunidad israelí.

“Es notable, cuando nos juntamos, siempre hay alguien que sabe algo o conoció algún detalle y así se van juntando las piezas de esta historia”, opina Mónica.

No sabemos ni la cantidad de muertos”, apunta Cohen. “El informe de la morgue judicial dice que hubo 29, de los cuales 7 estaban sin reconocer. Pero meses después, hubo una declaración pública de Itzhak Shefi (embajador durante 1992), diciendo que hubo entre 45 y 50 muertos”, continúa. “Es importante que las victimas tengan nombre y apellido”, remarca. “Sentimos impunidad de no saber absolutamente nada de quién fue. No tenemos ni acusados ni detenidos. A veces pienso que estamos caminando por la calle y nos cruzamos con los asesinos”, plantea, a pesar de resaltar las gestiones de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner frente a la sanción de la Ley de reparación publicada esta semana en el Boletín Oficial.

“Hubo gente que pensó el atentado. Hubo quien lo ejecutó. Quien miró para otro lado. Quien no investigó. Quien debió presentarse como querellante y no se presentó”, se queja.

Pero todos coinciden en no ser considerados como víctimas. “Dejé de ser víctima para ser testigo. La víctima es una foto congelada, el testigo se levanta y da testimonio”, argumenta Cohen. En esa misma línea, Hernández agrega: “La víctima tiene una etapa. Primero, el dolor. Después, la impotencia y la bronca. A eso hay que huir”. No obstante, las heridas siguen abiertas. “Veo imágenes del atentado y algo en mí estalla de nuevo. Algo quedó adentro mío para siempre”, reconoce ella.

De momento, y ante la falta de justicia, se quedan con la memoria, plasmada en la plaza seca de Arroyo y Suipacha. “Esta plaza existe gracias al arquitecto León Wasserman. Él la hizo posible, incluso a costa de su propio patrimonio”, explica Cohen. “Nuestro único símbolo es esta plaza”, resume.

¿Realmente esperan justicia? Los tres se quedan en silencio. Jorge cita a Maimónides. “Creo en los milagros, pero no los espero”, admite. Leandro y Mónica, en silencio, asienten.