SOCIEDAD
ENTREVISTA CON MARTHA NUSSBAUM

Política emocional

En una charla exclusiva, la filósofa neoyorquina repasa las ideas vertidas en su último libro, El ocultamiento de lo humano. Repugnancia, vergüenza y ley. Allí, critica el papel que cumplen estos sentimientos en la vida social e individual y, sobre todo, cómo afectan al campo del derecho.

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El diálogo es a la distancia y mediado –al menos– por dos computadoras. Pero la filósofa Martha Nussbaum responde como si estuviera ejerciendo un cara a cara implacable. Profesora en la Universidad de Chicago, formada en filosofía clásica, feminista, liberal y ocupada en problemas que hacen a la justicia distributiva, forma parte de la constelación de teóricos embarcados en hacer de sus argumentos ejes para la transformación de la vida cotidiana.

El lanzamiento de la traducción castellana de El ocultamiento de lo humano... sirve como excusa para recorrer un modo de hacer filosofía que incluye el aislamiento de la biblioteca pero también una participación activa en programas internacionales como consejera de las Naciones Unidas.

—En sus libros, usted suele evocar ejemplos personales –su hija, sobrino, madre–. ¿Por qué?
—Los motivos varían. Menciono la muerte de mi madre como ejemplo central en Agitaciones del pensamiento por una razón: siguiendo a Séneca y Proust, creo que un argumento sobre las emociones humanas necesita comenzar por hacer que los lectores se focalicen en su propia experiencia. El autor puede hacer eso mejor mostrando su propia disposición para comprometerse en ese tipo de introspección. La elección de la muerte de mi madre fue motivada por el deseo de elegir un ejemplo con el que todo lector, en mayor o menor medida, podría estar relacionado. Era una ocasión para una emoción muy intensa, y yo quería aproximarme a la cuestión de manera directa.

—En El ocultamiento… utiliza ejemplos de la psicología como fundamento para algunos de sus argumentos. ¿Es legítimo usar hechos como principios para el razonamiento filosófico?
—Todos los argumentos filosóficos usan premisas factuales: después de todo, tenemos que conocer el mundo en que vivimos, lo que son los hechos básicos científicos, económicos y psicológicos. No creo que uno pueda extraer conclusiones normativas éticas de premisas factuales sin el agregado de premisas éticas normativas. Pero también hay premisas normativas éticas en mis argumentos, relativas a la importancia de igual respeto por la dignidad humana.

—En sus últimos libros, el rol de las emociones en la teoría política parece ser esencial, ¿cómo impacta esto en el diseño de políticas públicas?
—Creo que las emociones son esenciales, pero no cualquier emoción. Así que necesitamos una buena teoría política que nos diga cuáles son nuestros objetivos. Sólo así podremos imaginarnos cuáles emociones serán necesarias para apoyar esos objetivos y entonces imaginar cómo podemos impulsar a las personas a sentir emociones de ese tipo –por ejemplo, compasión por la pobreza de las personas que viven en países en desarrollo.

—¿No es la compasión paternalista? ¿Cómo se puede evitar ese paternalismo en el diseño de las políticas públicas en un mundo plural?
—Los derechos fundamentales protegidos por una Constitución podrían ser llamados paternalistas, en el sentido en que sus marcos han puesto ciertas cuestiones fuera de los límites del debate mayoritario. En los Estados Unidos, ya no es posible tener un debate público sobre la reintroducción de la esclavitud. Esto ya está asentado en la Constitución. Todas las Constituciones pueden ser cambiadas pero en asuntos tan fundamentales como la esclavitud, los derechos de las mujeres a votar, la libertad de prensa, no va a haber ningún cambio. ¿Es eso paternalismo? Bueno, tal vez, en el sentido en que la mayoría está privada de ciertos poderes. ¿Es malo? Seguro que no. En relación con la compasión, ¿por qué piensa que es paternalista? Si veo alguien sufriendo y siento compasión por él, eso me parece humano y admirable. Puede ser paternalista si agrego a esa compasión un pensamiento de que esa gente es pasiva, que sólo puede ser ayudada si la gente rica de los países desarrollados hace todo por ella. Pero la emoción de compasión en sí misma no contiene tales pensamientos.

—Una década después del debate patriotismo versus cosmopolitismo del que usted participó como militante cosmopolita, ¿ha cambiado algo?
—No creo que haya habido suficientes cambios. La pobreza mundial está levemente mejor, y la situación de la mujer en el mundo está mejorando sostenidamente. Pero necesitamos seguir trabajando contra la tendencia a pensar los problemas sólo en términos de la nación propia. La educación en Estados Unidos es mucho más adecuada de lo que era hace veinte años: la gente joven estudia mucho más historia mundial en lugar de sólo norteamericana. Aprenden, además, mucho sobre los males de la dominación colonial. Pero no podemos relajar nuestra presión para un cambio en esa dirección, desde el momento en que nuestros políticos dan en muchos casos un muy mal ejemplo.

VERGÜENZA Y REPUGNANCIA
Hay un mandato primario: aceptar nuestra radical vulnerabilidad. A lo largo de El ocultamiento de lo humano..., su nuevo libro (publicado en la Argentina por la editorial Katz), Nussbaum muestra el modo en que someterse a esta premisa a la hora de construir la vida pública ayuda a garantizar un mejor funcionamiento de la ley.

Ya otros libros de esta filósofa estadounidense – Agitaciones del pensamiento, El conocimiento del amor– se habían encargado de recuperar el rol político de las emociones. Pero en este caso se trata de señalar que no todas las emociones son iguales: la repugnancia y la vergüenza deben ser extirpadas.

El esconder una pretensión de invulnerabilidad atada a cierta obsesión por la contaminación y la imperfección humanas nos lleva al abismo.

Así, el juicio a Oscar Wilde, el debate sobre responsabilidad colectiva en el Holocausto o las habituales disputas feministas sobre pornografía sirven para advertir sobre sus devastadoras consecuencias.