SOCIEDAD
#Perfil12Años

¿Quo vadis democracia?

A un mes de su desaparición, miles de personas marchan para pedir por la aparición con vida de Santiago Maldonado.
A un mes de su desaparición, miles de personas marchan para pedir por la aparición con vida de Santiago Maldonado. | DyN

El Talmud sostiene que el presente no existe. Sólo existen el pasado y el futuro. El pasado es historia. El futuro esperanza. El presente, apenas una instantánea en ese sendero hacia el futuro. 

El festejo de estos 12 años al que convoca PERFIL resulta sin duda un hecho esperanzador, en tanto permite evidenciar que en ese arco pasado –futuro que se despliega y expresa en el presente–, la defensa de la libertad de expresión sigue teniendo vigencia. 

Sin embargo, y al mismo tiempo, resulta difícil para mí evitar una asociación incómoda, y hasta cierto punto dolorosa: la evidencia de una Argentina dolida, enferma de violencia e intolerancia, una y otra vez frustrada, donde los “che hermano” se han convertido en estos últimos 12 años en vecinos enfrentados por mundos aparentemente irreconciliables. 

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En efecto, existe otro significante, otra lectura sobre lo que dejó la gestión de esos 12 años de gobierno que deja poco para festejar: una suerte de segunda década perdida que, más allá de ciertos logros, dista de haber podido sacar a un tercio de la población de la pobreza. Logró, eso sí, mantenerlos en silencio, anclados en un pasado doloroso y sin futuro; en pocas palabras, sin esperanza, aspirando a sobrevivir el día a día. 

Tampoco pudo, durante esos 12 años –la mitad de los cuales se ufanó por mostrar al mundo sus superávits gemelos–, unir a los argentinos sino más bien profundizar grietas de antigua data y actualizarlas con nuevas formas de expresión de viejos enconos. Tampoco supo mejorar la educación, respetar la autonomía de la Justicia, fortalecer los valores republicanos y, sobre todo, gobernar con transparencia, ejemplaridad y sentido ético. 

En ese contexto de frustración y sentimiento de pérdida me pregunto qué significado social contiene la desaparición de Santiago Maldonado. ¿Qué fue lo que hizo que una multitud a lo largo y a lo ancho del país se identificara y conmoviera con un joven de quien hasta hace poco sabíamos poco y nada? 

Dejo deliberadamente de lado el uso perverso y vergonzoso que algunos sectores políticos han intentado hacer del caso. Dejo también por fuera las evidencias de cierta cortedad de miras de una dirigencia incapaz de sumar en una sola voz el reclamo unificado por una respuesta rápida a la angustia que nos genera y por una pronta resolución del caso. 

Asisto a una nueva confirmación de que son aún muchos los que no comprenden que nuestra democracia vino no sólo para que ejercitemos el ritual del voto sino a permitirnos mantener presente que todavía nos llaman a la puerta casos como Blumberg, Nisman, Maldonado y tantos otros tan importantes, tan dolorosos y tan urgentes en su necesidad de ser esclarecidos. 

De esto parece no tener conciencia una parte sustantiva de la vieja dirigencia pero tampoco varios de los que se sienten parte del “club de la nueva política”. ´

¿Qué hace que un acontecimiento, un evento, se convierta en un hecho social de magnitud? Durkheim sostenía que un hecho social remite a modos de actuar, de pensar y de sentir, exteriores al individuo, y que poseen un poder de coerción externa en virtud del cual se le imponen. 

Un poder que se reconoce por la resistencia que el hecho opone a toda actividad que pretenda violentarlo y que remite necesariamente al medio social. 

Y el hecho social que se sitúa por detrás y a los costados de esa sensación de frustración y reparación que genera la desaparición de Santiago Maldonado es multifacético. Se nutre por un lado de la desconfianza endémica y el descrédito hacia el conjunto del entramado institucional que debería reglar la vida en sociedad. Por otro, en la falta de un abanico de solidaridades que eludan lo que podríamos designar como “el particularismo de lo universal”, es decir, el hecho de que esas tragedias no puedan ser inscriptas en una misma herida común. Una que pueda sensibilizarnos a todos, para que no existan “categorías de víctimas” según nuestras convicciones o creencias políticas. 

Lo que quiero decir es que tenemos que ser capaces de impugnar con determinación esa idea de que hay “víctimas y víctimas”, ejemplificada por el desafortunado contraste establecido por H. Bonafini entre Santiago Maldonado y Jorge Julio López.