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Biografía de Steve Jobs: "Un hippie antimaterialista"

Una lectura profunda al libro de Walter Isaacson sobre la vida del creador de Apple. Galería.

La biografía de Walter Isaacson da muchas pinceladas y reflexa las contradicciones de Steve Jobs: lo muestra irascible y meditativo, intuitivo pero emprendedor y enamoradizo.
| Cedoc

¿Qué es un genio? Si seguimos a Immanuel Kant –y lo forzamos–, es “aquel que se da su propia ley (a su arte) a través del talento singular y estético”. En este sentido, Steve Jobs fue un genio: antes de él no había ley alguna para hacer lo que hizo, y la mediación vino de su entendimiento e imaginación.

Algunos han definido al creador de la Mac como un visionario –no es desacertado–, y se podría agregar: un pragmático. Pragma, en griego, adviene de “situación concreta”. Una resolución a un acontecimiento singular, eso hizo Jobs; se puso en el rol de un usuario de tecnología por primera vez.

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Si seguimos la reciente biografía de Walter Isaacson titulada de modo tautológico Steve Jobs, podemos dar cuenta de las tantas pinceladas que construyeron a este individuo de extrema complejidad apelando a la contradicción como forma de reflexión: irascible y meditativo, intuitivo pero emprendedor, enamoradizo y frágil con las mujeres a la vez que hábil y agresivo en armar equipos, solitario y obsesivo, ascético y austero en sus gustos pero millonario. Jobs: hombre de negocios y devoto del budismo zen.

Un creador de oportunidades pero cuya visión de mundo búdica apuntaba, paradójicamente, a la eliminación de deseos superfluos que esos negocios generan. Isaacson retrata a Jobs desde esa tensión irreductible que nunca se soluciona: el emergente que lo hace ser espíritu de una época determinada:

“Steve Jobs representaba esta fusión entre el flower power y el poder de los procesadores, entre la iluminación y la tecnología. Fue un hippie antimaterialista, pero supo capitalizar los inventos de un amigo que quería regalarlos; un devoto del budismo zen y antiguo peregrino a la India que decidió que su vocación serían los negocios. Y a pesar de ello, de algún modo, semejantes actitudes parecían entrelazarse en lugar de entrar en conflicto”.

Efectivamente, uno de los “dones” de Jobs, tal como marca Isaacson, es la inconmensurable capacidad –de allí su genio– para vincular cosas en apariencia imposibles: los negocios y el zen, por caso.

Algo que podemos intuir a partir del relato de Isaacson es que el pensamiento de Steve Jobs opera al modo del pragmatismo norteamericano. Una suerte de artista o estilista de lo concreto –del acontecimiento puntual y singular–. Es un pensamiento de lo productivo que no recurre al pasado, reproductivamente, para solucionar problemas y obstáculos, sino cuyo valor reside en solucionar desde lo “impensado” o las conexiones insólitas.

Es evidente: Steve Jobs no fue un programador –como Bill Gates– y ni siquiera fue un hombre de la tecnología: esa fue su operación lúcida. Fue alguien que vio –de allí la pericia de emplear el concepto de “visionario”– lo que nadie veía hacia 1984.

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