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La tecnología como recurso

Apostar al desarrollo científico para crear nuevas y mejores formas de enseñanzas en el nivel superior. Llegó la hora de las super-especializaciones técnicas, que sostengan la reproducción del desarrollo.

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El año que viene se cumplirán cien años de la Reforma Universitaria que cambió para siempre la organización de nuestras universidades, que se transformaron en instituciones más democráticas. Esta transformación propició, a la vez, que las entonces “verdades reveladas” den paso al método científico como modo de explicar los fenómenos del mundo.

Nuestro mejor homenaje a aquellos reformistas de 1918 será el resultado de las propuestas que ofrezca el sistema universitario argentino a las próximas generaciones.
El contexto actual de las actividades educativas es el de la “sociedad del conocimiento”. Una sociedad basada en crecientes volúmenes de información que se movilizan a gran velocidad y requiere habilidades específicas para comprenderla: no es suficiente estar alfabetizado, es determinante tener la posibilidad de discernir la relevancia de los contenidos a los que accedemos. Por lo tanto, la democratización de la sociedad tiene como insumo básico una educación inclusiva y de calidad.

La sociedad argentina acaba de ratificar en las últimas elecciones, la necesidad del apego a la ley en el ejercicio de las responsabilidades públicas y privadas. Con un claro reclamo de transparencia en la gestión de los intereses de la sociedad, todos los que trabajamos con presupuestos públicos debemos dar cuenta de nuestros resultados.
Durante la modernidad el modelo económico suponía la formación de trabajadores que, con distintos niveles de preparación técnica, se incorporaban a los procesos productivos. A través de los sistemas educativos, el Estado propiciaba la formación de ciudadanos que daban entidad y sentido de pertenencia al desarrollo de la sociedad.
En la actualidad, el impacto de las nuevas tecnologías nos plantea, por un lado, la formación en superespecializaciones técnicas que sostengan la reproducción del desarrollo tecnológico, y, por otro, el rol de consumidores para quienes conocimos en el pasado como trabajador y ciudadano.

De esta manera, el Estado-nación cedió espacio a la internacionalización de la economía y con él se disipó la idea de ciudadanía en el ámbito del consumo. Como advierte el profesor Michel J. Sandel: “Debemos debatir el significado moral de los bienes y la manera adecuada de valorarlos… es el debate que no tuvimos durante la era del triunfalismo del mercado. Y el resultado fue que, sin darnos cuenta, sin decidirlo, pasamos de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado”. En consecuencia, esa lógica, terminó invadiendo dimensiones de la vida antes regida por normas y valores ajenos a la economía.

Esta crisis de identidades e incertidumbre impacta particularmente en los jóvenes, a quienes debemos involucrar fuertemente con la educación y la cultura, herramientas con las que podrán enfrentar los desafíos que ofrece el futuro. Como sostiene Vicente Verdú: “La imagen ha ganado mucho terreno a la imaginación. La emoción ha robado prestigio a la reflexión. Lo instantáneo, el suceso puro, vence al proceso y a la reflexión, prevalece la cultura de la imagen que apela a la emoción, en un mundo instantáneo de sucesos puros”.

Nuevas formas. En este contexto, la tecnología se debe utilizar a favor de nuevas y mejores formas de enseñanza, no sólo en su faceta de “consumo tecnológico”, sino como una herramienta al servicio educativo. La educación es la herramienta idónea para vencer la instantaneidad, resaltar los valores de la creación y la innovación. Es la llave que conduce a la reflexión, al pensamiento crítico y la valoración del esfuerzo por el conocimiento. Es por ello que resaltamos el invalorable sentido contracultural que ha adquirido la educación en este tiempo.

Desafío. Nuestra apuesta, debe ser al conocimiento y a la educación, la creatividad, la innovación y la ciencia, porque el capital humano y social son y serán la frontera que separe a los países desarrollados de los que no lo son. Estos cambios impactan en la manera de relacionarnos, en la comunicación, en el acceso a la información, en el trabajo, en la salud y, por supuesto, en las modalidades de enseñar y de aprender. También a gran escala: en los países, sus sociedades y sus economías. Es difícil anticipar qué forma tendrán los trabajos de las próximas generaciones. Sabemos que serán otros, aunque no sabemos cuáles.

De acuerdo con los especialistas, 5 millones de puestos de trabajo desaparecerían en 2020 a manos de la tecnología. La inteligencia artificial, a la vez que creará entre 50 y 60% de nuevas actividades laborales, hará crecer en forma exponencial la productividad. La mano de obra como fuerza motriz será desplazada e influirá relativamente en la generación de riqueza. El impacto previsto de la inteligencia artificial en el modo de producción es equivalente a 3 mil veces el que tuvo la Revolución Industrial.

Ya conviven con nosotros parte de estas transformaciones. En el caso de las ofertas educativas, la posibilidad de enseñanza personalizada a través de tutores inteligentes, la robótica educativa, los desarrollos en neurociencia cognitiva, entre otros ejemplos.

También sabemos que aquellos países que inviertan en el capital social contarán con una ventaja competitiva: podrán preparar a sus jóvenes en las habilidades necesarias para crecer y responder a las demandas económicas, sociales y políticas del siglo XXI.

El desarrollo de la ciencia y la tecnología como política de Estado debe llevarse adelante en colaboración con empresas e instituciones de la sociedad civil, en la búsqueda de promover la innovación para la inversión productiva, dar impulso al desarrollo de la infraestructura, con instituciones sólidas y transparentes y con respeto al medio ambiente. Sólo así se pueden delinear estrategias a largo plazo que permitan imaginar acciones concurrentes que dejen atrás los ciclos de frustración que han caracterizado a la Nación.
Hoy, los países desarrollados y aquellos que aspiran a serlo apuestan a consolidar sociedades del conocimiento, a partir de valores como la verdad, la creatividad, la transparencia, el apego a la ley, la Justicia y la democracia.
Las sociedades integradas, que comparten una visión de futuro común, tienen mejores oportunidades para su desarrollo. Y una educación superior inclusiva, de calidad y gestionada en forma transparente, debe ser la agenda del “Centenario de la Reforma Universitaria” y el punto de partida para enfrentar los desafíos de la sociedad del conocimiento. n

*Rector de la Universidad Nacional Noroeste Buenos Aires.