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Martín Obaya: “El litio puede ser muy importante, pero está lejos de ser un salvador para la Argentina”

Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Monash, Australia, magíster en Relaciones Internacionales por la Universidad de Bologna, Italia y licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Martín Obaya se especializa en desarrollo del litio. El triángulo de la producción mundial que forman Argentina, Chile y Bolivia. Y el peligro de concebir al mineral como un nuevo “oro blanco”.

Martín Obaya
Martín Obaya se especializa en desarrollo de capacidades tecnológicas vinculadas al litio. | Marcelo Dubini

Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Monash, Australia, magíster en Relaciones Internacionales por  la Universidad de Bologna, Italia, licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires (UBA), investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y director del Centro de Investigaciones para la Transformación de la Escuela de Economía y Negocios de la Universidad de San Martín (CENIT-EEyN-UnSam), Martín Obaya se especializa en la gobernanza y desarrollo de capacidades tecnológicas vinculadas al litio y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “Chile es el país que hasta ahora logró aprovechar mejor el ciclo del litio. Creo que Argentina tiene mucho que aprender de Chile que, además, por ser un país tradicionalmente minero podría compartir su experiencia con la Argentina. Uno de esos temas es la institucionalidad ambiental, la construcción de capacidades para monitorear y fiscalizar el impacto ambiental de las operaciones. Esto no significa que Chile haya solucionado todos sus problemas, por el contrario, los anuncios que hizo el gobierno chileno hace algunas semanas reflejan que hay un montón de problemas por trabajar, pero me parece que Chile está a años luz de Argentina en el desarrollo de la industria del litio”, sostuvo.

Docente y coordinador académico del curso “Litio, un recurso estratégico. Gobernanza, redes globales de producción y sosteniblidad”, organizado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Obaya es autor de una gran producción académica con trabajos como El triángulo escaleno. Litio y políticas de desarrollo productivo en Argentina, Bolivia y Chile; Curb your enthusiasm. Desafíos para el desarrollo de enlaces basados en litio en Argentina; La evolución del nacionalismo de los recursos naturales. El caso del litio boliviano; y Análisis de las redes globales de producción de baterías de ion de litio. Implicaciones para los países del triángulo del litio. “En 2022, las exportaciones de litio fueron menos del 0,8% de las exportaciones totales de Argentina. En un escenario muy positivo podríamos llegar a 5% en una década. Por lo que el litio no tiene como destino reemplazar al complejo agroexportador. No tiene siquiera la potencialidad de Vaca Muerta, porque no es una fuente de energía, como el petróleo o el gas, que se consumen para mover la economía. El litio es un mineral que, en combinación con otros, se utiliza para producir baterías que acumulan energía producida por otros medios. Tenemos que tener cuidado con las metáforas, como el 'oro blanco' o la 'Arabia Saudita del litio', porque el litio está lejos de ser un salvador para la Argentina, incluso está lejos del potencial económico de Vaca Muerta”, agregó.

Exportaciones de litio julio 2022 20220825
Obaya sostiene que Chile ha realizado una gran experiencia y tiene mucho que enseñarle a la Argentina en relación al litio.

—En El triángulo escaleno. Litio y políticas de desarrollo productivo en Argentina, Bolivia y Chile usted demuestra que en el contexto de la transición energética global, el litio ha adquirido un carácter crítico en Argentina, Bolivia y Chile, países que representan el 58% de reservas de litio a nivel mundial. Pero también advierte que cada uno de estos países difiere en cuanto a las actividades productivas promovidas, los instrumentos utilizados y el papel que desempeñan los actores públicos y privados en relación a la extracción de litio. ¿Cuál ha sido, hasta ahora, el mayor acierto y el mayor error realizado por Argentina, Bolivia y Chile con respecto a la producción del litio?

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—Como digo en ese artículo, yo creo que es prematuro hacer una evaluación integral sobre los resultados. Podemos hacer algunas observaciones, pero yo evito hacer una evaluación global porque se trata de procesos largos y, más aún en el caso de los países productores de litio en salmuera, donde son más largos todavía. La primera cuestión es que hay un trade off entre atraer inversiones privadas para la producción y tener un control estatal sobre el recurso. Es difícil tener mucha inversión privada y un férreo control estatal al mismo tiempo. Cuando miramos a la región, en un extremo, uno puede poner a la Argentina, que ha adoptado un esquema muy liberal respecto a la minería en general. El litio entra dentro de ese esquema y, por lo tanto, es el país más abierto a las inversiones e inversiones extranjeras para la fase minera. Y, en el otro extremo, puede poner a Bolivia, que es un país que ha tenido desde el comienzo un fuerte control estatal sobre el recurso. Y cada uno de esos modelos de gobernanza implica una serie de decisiones y de resultados esperados. En el caso de Argentina, tener un esquema muy liberal explica por qué en Argentina hay cuarenta proyectos en distinto grado de desarrollo y en Bolivia hay uno o dos. Ahora, en Argentina esos proyectos no se han materializado en producción. En parte, ello se explica justamente por la naturaleza liberal de ese marco, que no tiene herramientas para forzar a la inversión privada a avanzar en sus proyectos. Mientras que en Chile, que tiene un modelo que se podría decir intermedio, hay dos proyectos con un nivel de producción que es 6 veces mayor que la Argentina, aún teniendo un control estatal bastante más fuerte. Chile ha sido pionero en la en la producción de litio y tiene un desarrollo industrial en torno al litio más sofisticado que la Argentina. Además, con las reformas que hizo entre 2016 y 2018, Chile tiene una capacidad recaudatoria mucho más fuerte que la Argentina. Para que quede claro, en Argentina las regalías para las provincias son del 3% en boca de mina, mientras que en el caso de Chile las regalías van entre 6,8% y 40% con un esquema de retenciones móviles, que varía en función del precio. De esa manera, Chile tiene una producción mucho mayor que la de Argentina, recauda mucho más, tiene muchísimas más exportaciones y emplea más gente. Con un esquema intermedio, que se ubica entre el control total de Bolivia y el súper liberal de Argentina, Chile ha tenido resultados mejores que no se solamente se cuantifican en términos de cuánto produce, sino en términos del ecosistema que logra armar alrededor de la minería de litio. Por eso, tanto en Bolivia como en Argentina los esquemas de gobernanza se están revisando. En Bolivia más subrepticiamente, porque están políticamente muy comprometidos con la idea de mantener el esquema original. Y en Argentina, diría que por primera vez, se empezó a crear una institucionalidad para discutir qué estrategia integral se puede adoptar con el litio. Estas decisiones, que suponen consideraciones estratégicas y cambios normativos, tienen implicancias sobre qué terreno está dispuesto a perder cada país. Chile es el país que hasta ahora logró aprovechar mejor el ciclo del litio. Creo que Argentina tiene mucho que aprender de Chile que, además, por ser un país tradicionalmente minero podría compartir su experiencia con la Argentina. Uno de esos temas es la institucionalidad ambiental, la construcción de capacidades para monitorear y fiscalizar el impacto ambiental de las operaciones. Esto no significa que Chile haya solucionado todos sus problemas, por el contrario, los anuncios que hizo el gobierno chileno hace algunas semanas reflejan que hay un montón de problemas por trabajar, pero me parece que Chile está a años luz de Argentina en el desarrollo de la industria del litio. Por ejemplo, en Chile se están preguntando: ¿cómo expandimos la producción más allá del salar de Atacama? Hasta ahora, con el actual marco normativo, no han logrado generar condiciones para esa inversión. El caso argentino tiene otra singularidad: es un país federal. Tanto Bolivia como Chile son países unitarios. Ser un país federal tiene algunas ventajas, por ejemplo, que la gobernanza del recurso está más cerca del ciudadano, al menos teóricamente. Pero tiene problemas de coordinación vertical, entre el Estado federal y las provincias, y problemas de coordinación horizontal, porque las provincias muchas veces compiten entre sí por atraer empleo, proveedores o inversiones. Ese para mí es uno de los factores que explican los problemas que tiene Argentina para diseñar una estrategia integral. Hay otra cuestión y es que hay distintas miradas sobre qué hacer con el litio. En términos esquemáticos, hay una mirada que es más prominera, que tradicionalmente ha sido la del sector privado minero e incluso de áreas dentro del sector público, como la Secretaría de Minería. Desde allí se promueve, en general, la idea de “hay una ventana de oportunidad”, tenemos que apurarnos a explotar el litio. Y, por otro, lado la que en distintos períodos han representado el Ministerio de Producción o los actores del Sistema de Ciencia y Técnica, que han tenido una mirada un poco más integral o desarrollista, que han buscado avanzar, por ejemplo, en la producción local de baterías. La institucionalidad no ofrece un espacio o un actor capaz de articular esas dos miradas respecto al recurso y eso, en parte, explica por qué ha sido difícil para Argentina trazar una estrategia. Y agrego otro factor: Argentina tiene un marco normativo que ofrece una caja de herramientas limitada a los actores públicos para incidir sobre la política pública. Como decíamos, es un marco que está orientado fundamentalmente a atraer capitales y por lo tanto es bastante complaciente con los capitales.

—En La evolución del nacionalismo de los recursos naturales. El caso del litio boliviano usted analiza el caso de la política de litio en Bolivia enfocado en la evolución del nacionalismo de los recursos. ¿Cómo debe operar el factor nacionalista en la decisión de políticas públicas referidas a los recursos naturales?

—La idea de nacionalismo es cíclica y está muy asociada al clima de época de la política y al ciclo de precios que viven los recursos naturales. También hay otros factores, por supuesto, como el carácter crítico que puede tener el recurso en la economía mundial o para la seguridad. En el caso de Bolivia esto se ve con mucha claridad, porque la política nacionalista en torno al litio se conjuga con una visión nacionalista sobre los recursos naturales que trajo Evo Morales cuando llegó el poder en 2006. En ese momento Evo renegoció los contratos con los hidrocarburos y casi en simultáneo se empezó a concebir una estrategia nacionalista respecto al litio, que fue mucho más extrema que la de hidrocarburos. Porque con hidrocarburos Bolivia renegoció los contratos con los operadores privados que estaban en ese momento, pero en el caso del litio planteó que solo podría ser producido por una empresa estatal. Yo creo que esta visión extrema que tuvo Bolivia en sus primeros momentos con Evo terminó siendo una camisa de fuerza. Porque resultó claro que el litio y, especialmente el salar boliviano de Uyuni, presenta algunos desafíos técnicos que había que resolver. Por eso, a partir de cierto momento, Bolivia, sin modificar formalmente su estrategia, introdujo cambios. Y eso se puede ver en el intento de asociación con una empresa alemana, algo que después se canceló porque fue en medio de la crisis política de Bolivia, o lo que hicieron ahora con el convenio firmado con un consorcio chino para desarrollar una tecnología nueva (denominada extracción directa) y explotar otros salares. Detrás de esa experiencia boliviana pionera, a medida que se fue consolidando el ciclo del litio, fue Chile. En la Argentina hay una discusión más silenciosa y desarticulada. Está la idea de se trata de un recurso estratégico que es el litio pero no está claro qué hacer. Si revisamos el último discurso de Cristina Kirchner en La Plata, vemos que nombra al litio. Es muy llamativo desde el segundo mandato de Cristina, cada presidente nombra al litio en sus discursos. Lo hizo Cristina, también Mauricio Macri y Alberto Fernández. Todos nombran al litio. Eso da una idea de la importancia que tiene para el Estado este recurso, aunque no estoy seguro si todos piensan lo mismo respecto a cuál es la mejor estrategia. Se debe hacer una aclaración que es muy importante para un país como Argentina, porque algunas metáforas que tienen que se utilizan en esta discusión pública no le hacen bien a su desarrollo. Por ejemplo, la idea de hablar del litio como el oro blanco, o pensar que Argentina puede ser la Arabia Saudita del litio. Porque si pensamos en un país petrolero, vemos que su matriz productiva y exportadora está dominada por el petróleo. Pero en el litio, eso no va a suceder nunca. Hoy las exportaciones de litio son el 0,8% de las exportaciones totales de Argentina y, aún en el escenario más positivo podríamos llegar a 5% en una década. Por lo que el litio no tiene como destino reemplazar al complejo agroexportador. No tiene siquiera la potencialidad de Vaca Muerta, porque no es una fuente de energía, como el petróleo o el gas, que se consumen para mover la economía.

Martín Obaya
Obaya ha realizado una gran producción académica y es director académico de un curso sobre litio para la Cepal.

—En Curb your enthusiasm. Desafíos para el desarrollo de enlaces basados en litio en Argentina usted examina los factores determinantes de las posibilidades de construir a nivel nacional y, especialmente, en los territorios locales, eslabonamientos y capacidades productivas y tecnológicas en base a la explotación del litio. ¿Cómo califica la elaboración de cadenas de valor en Argentina en relación al litio en la actualidad?

—Podemos dividir la cadena de valor en distintos segmentos. Hay un segmento que es aguas arriba o el upstream, un segmento intermedio y un segmento aguas abajo. El segmento intermedio es la producción de los electrodos de la batería, el de aguas abajo es la fabricación de celdas de baterías y más abajo todavía es la fabricación de vehículos eléctricos. Aunque cada segmento tiene su propia lógica de funcionamiento, uno debe tener una mirada integral sobre la cadena para entender cómo se relacionan entre sí y las oportunidades de desarrollo. Si observamos la gestión de esta cadena en el caso argentino diría que la política tecnológica ha orientado sus recursos hacia el segmento de la batería. Eso se entiende cuando uno observa a sobre qué temas publican los investigadores del Conicet ligados al litio o analiza la distribución de recursos de los fondos que gestiona la Agencia I+D+i, o el proyecto de YTEC para producir baterías. Esto también forma parte de los discursos de una gran parte de los políticos cuando hablan de exportar la materia prima o de que hay que agregar valor. Yo creo que el enfoque de política que se adoptó en Argentina es limitado porque ha sido un enfoque mirado desde la oferta, es decir, vamos a financiar investigadores, vamos a montar una planta de baja escala para producir baterías de litio. Pero todo eso es oferta. Y olvidamos que la producción de baterías forma parte de una red global que está traccionada principalmente por la demanda que viene del sector automotriz. Desde 2017, más de 50% del litio a nivel mundial viene de la demanda de baterías. Pero en pocos años más, el 75% de la demanda de baterías va a venir por la electromovilidad, ya no son los celulares o las computadoras, sino la electromovilidad. Estados Unidos, China y Europa aspiran a construir una cadena de valor de baterías local, no porque les guste producir baterías sino porque quieren tener una industria de vehículos y una cadena de valor regionalizada, que puedan controlar y que no esté sujeta disrupciones como las que vimos durante el Covid. Todo esto tiene, además, en el contexto de la guerra comercial China-Estados Unidos. Argentina no está mirando eso, Argentina está tratando de producir baterías a partir de una política de fomento de la oferta de baterías y la pregunta es: ¿a quién se las vamos a vender? Y la segunda pregunta es: ¿cuánta capacidad productiva de baterías tenés que tener para que una parte sustancial del litio que producís se procese en el país? Una cantidad enorme. Si nos interesa desarrollar una política aguas abajo, construyamos un mercado regional de electromovilidad. Si se crea un mercado de electromovilidad, se cambia el enfoque desde una política de oferta a una política de demanda. Y, si se generan condiciones de demanda de baterías dentro de la región sudamericana, vamos a atraer inversores que vengan a producir baterías. Ese me parece que es el punto principal de todo esto. Por otra parte, en Argentina tenemos el recurso, tenemos los salares, entonces ¿por qué no hay políticas productivas y tecnológicas que intenten comenzar a producir eslabonamientos productivos en torno a la actividad que se genera en el salar? Porque en el salar está nuestro recurso, está lo que podemos regular y también está nuestros problemas de sostenibilidad, que ponen en riesgo el ambiente, a los grupos sociales que habitan en la región y, en última instancia, a la continuidad de la actividad. Si vos le preguntás a cualquier persona que vive en el norte, dónde están las oportunidades y dónde están los riesgos del litio, te va responder que están en el salar. Las actividades tecnológicas y productivas vinculadas a la minería de litio, tanto en lo que se refiere a la creación de eslabonamientos como a hacer más sostenible la explotación de litio, están en manos del sector privado, prácticamente no hay política pública en torno a eso. En un país donde los recursos económicos para financiar políticas son muy limitados, si yo tuviera que elegir por dónde empezar diría: hagamos política productiva y tecnológica en torno a la minería de salar, por ejemplo, desarrollando métodos más sostenibles, desarrollando proveedores. Para la producción de baterías, empecemos por crear un mercado y, en paralelo a ese proyecto, apoyamos la oferta. Pero está demostrado que con oferta solamente no alcanza.

Martín Obaya
Obaya sostiene que el litio tiene mucho potencial pero no podrá reemplazar al complejo agroexportador de la Argentina.

—En Análisis de las redes globales de producción de baterías de ion de litio. Implicaciones para los países del triángulo del litio, un ensayo que fue elaborado para la Cepal, usted identifica oportunidades y desafíos para la colaboración entre los países del triángulo del litio, con el propósito de mejorar las condiciones para la creación de valor, la captura de renta y la diversificación productiva a nivel subregional o regional de las redes globales de producción. ¿Es posible pensar en una suerte de OPEP del litio en América del Sur?

—Quizá hay pregunta anterior, que debería ser si es deseable crear una OPEP del litio. Yo creo que una OPEP del litio no es ni deseable ni posible. En esencia, la OPEP es un cartel, un mecanismo de regulación de la oferta para controlar el precio del producto. Los países de la región tienen marcos normativos muy distintos, con lo cual establecer una política de coordinación es muy complicada. Ni Argentina ni Chile tienen capacidad de controlar cuánto litio se produce. Además, para que un cartel funcione es importante que sus miembros expliquen una porción significativa de la producción. Entonces, aquí es importante distinguir el potencial de la región en términos de sus recursos respecto a cuánto explica el triángulo de litio en la producción mundial. El triángulo líquido explica 53% de los recursos y el 54% de las reservas, y en las reservas desaparece Bolivia, solo están Chile y Argentina. Pero, ¿cuánto produce? Argentina generó en 2022 el 4,7% de la producción mundial de litio. Si sumamos a Chile se llega al 35%. ¿Se puede formar un cartel y controlar el precio con esa producción, que es una producción minoritaria? Por último, el litio es un recurso que, contrariamente a lo que quizás indica el imaginario popular, es un recurso abundante en el planeta. El punto es que su explotación es solo viable en términos económicos si se paga un cierto precio que cubra los costos de producción. Eso, con la tecnología actual, es factible en salares y en ciertas rocas que están en Australia. Si tenemos un precio alto, un montón de países podrían producir litio si desarrollan nuevos métodos de producción. Por ahí les sale caro, pero prefieren escapar a las restricciones que impone el cartel. Y eso mismo es lo que pasó con el petróleo: luego de la crisis del petróleo de los años 70, como consecuencia de las restricciones de la OPEP, se empezó a producir petróleo en otros países. Aparecieron nuevos métodos, surgió el fracking y se fue desconcentrando la producción a nivel mundial. Si se genera un mecanismo que demasiado coercitivo sobre la producción, el resto de los países van a asumir el riesgo de buscar nuevas fuentes de producción. Por eso en ese artículo digo que hay un montón de oportunidades de coordinación que son mucho más interesantes que hacer un cartel.

—Esta sección se llama Agenda Académica porque pretende brindarle espacio en los medios masivos de comunicación a investigadores y docentes universitarios para que difundan sus trabajos. La última pregunta tiene que ver, precisamente, con el objeto de estudio: ¿por qué decidió especializarse gobernanza y desarrollo de capacidades tecnológicas vinculadas al litio?

—Lo del litio llegó porque yo trabajaba sobre temas vinculados a procesos de aprendizaje tecnológico, primero en el sector automotriz y después en recursos naturales. De alguna manera, en el litio ambos sectores, porque la industria automotriz es la principal demandante de las baterías y del litio. Y, en términos del enfoque adoptado, me parece interesante pensar las cadenas de valor, la gobernanza y el aprendizaje tecnológico de manera conjunta. Porque el desarrollo de capacidades está condicionado por cómo te insertás en las cadenas de valor y por la manera en que se gobierna el recurso. Ambas cosas te indican con qué cajas de herramientas contás para hacer política industrial y productiva y cuáles pueden ser más efectivas.