opinión

Allá en la vieja Irlanda

Duffy trata de resolver los casos en medio de los cócteles Molotov que vuelan a su alrededor.

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Cada dos meses, mi torrente sanguíneo necesita una dosis de novelas policiales. Busco entonces un autor que no haya leído y una serie de libros narrados desde el punto de vista de un detective. Esta vez encontré los de Adrian McKinty, que transcurren durante los años ‘80 en Irlanda del Norte, durante el sangriento conflicto entre nacionalistas y unionistas en los que intervinieron el IRA, el Ejército Británico y los paramilitares pro-ingleses. Sean Duffy es detective de homicidios en la comisaría de Carrickfergus (el lugar existe y, de hecho, es allí donde nació McKinty). La policía irlandesa se supone neutral en el conflicto, pero la mayoría de los agentes son protestantes y los católicos como Duffy son mal mirados salvo por sus compañeros más cercanos. Lo mismo le ocurre a Duffy en su barrio, donde es el único católico de la cuadra. 

Duffy trata de resolver los casos en medio de las balas y cócteles Molotov que vuelan a su alrededor y de las amenazas que penden sobre su vida. Y lo hace, como ocurre en los policiales modernos, a su manera: desobedeciendo órdenes y practicando una política de neutralidad que incluye hacer la vista gorda y compartir vicios con ambos bandos. Las novelas son muy entretenidas y tienen un poco de todo: investigaciones meticulosas, espionaje, vida sentimental, comentarios sobre música y hasta elementos del policial clásico (en la segunda, que se llama Por la mañana me habré ido, hay un enigma de cuarto cerrado). Pero acaso su rasgo más característico son los cambios de ritmo entre la rutina de los procedimientos policiales (que rara vez llevan a algo) y el vértigo de los momentos en los que se desencadena la acción.

Aunque Duffy no se mete en política, la política se mete con él y el contexto es muy interesante. Aunque los paramilitares católicos y protestantes se odian a muerte y se asesinan diariamente, las cúpulas tienen acuerdos subterráneos para repartirse el tráfico de drogas y el cobro de protección a los comercios. Si uno se pregunta cómo fue que un conflicto que entonces parecía insoluble hoy es un fuego casi apagado, una funcionaria del MI5 le explica a Duffy (con el diario del lunes) que, por un lado, un cuarto de los militantes del IRA son agentes británicos y que, por otra parte, el gobierno inglés tienen un plan a largo plazo que debe concluir en un acuerdo de pacificación y la retirada de las tropas.

McKinty nació en 1968, estudió filosofía en Oxford, se mudó a Estados Unidos, luego a Australia e hizo todo tipo de trabajos, desde atender un bar a enseñar en una escuela, sin que sus libros vendieran demasiado hasta que publicó La cadena (2109). Metido de lleno en la carrera de ratas de la escritura profesional, Duffy es un tipo simpático y tiene un gran sentido del humor. En una entrevista cuenta que dejó de creer en la serie The West Wing cuando el embajador británico declara que su whisky favorito es el Islay, pero lo dice pronunciando la ese como haría un relator argentino de la Premier League. 

En cuanto al humor de Duffy, en algún momento sus colegas le cuentan a un policía novato este cuento: “Un barman dice que no atiende a viajeros en el tiempo. Un poco más tarde, un viajero en el tiempo entra en el bar”. El novato no lo entiende. Pero yo tampoco. Acaso algún lector despierto pueda dar una mano.