opinión

El legado: Russo murió como había elegido

Líder. Russo se destacó por su férrea humanidad. Foto: cedoc

En la vida, cada uno elige su camino y si tiene suerte también puede elegir su final. Miguel Ángel Russo murió como había elegido. Nunca abandonó su lugar en el banco de suplentes pese a ser diagnosticado con cáncer hace más de un lustro. Eligió seguir sentado en la silla eléctrica de la dirección técnica, donde como un fuego fuerte la vida se consume rápido. Nadie duda que ser entrenador, especialmente en la Argentina, es un trabajo apeteciblemente insalubre cargado de stress y sinsabores. “Miguelo” quedará en la historia del fútbol argentino no solo por ser uno de los pocos entrenadores que mueren dirigiendo en Primera División sino también   por   la   gran   cantidad   de   títulos   obtenidos:   con   Lanús,   con Estudiantes, con Rosario Central y con Boca. En un fútbol de exhibicionistas, eligió el trabajo silencioso y puede ser uno de los motivos por los que perduró tanto. Podría haber chapeado, tirando bravuconadas, como hoy en día es habitual pero no dijo nada de sus logros, ni se burló de sus adversarios en la victoria. Por eso, también ha sido tan unánime su reconocimiento. En estos cinco años, fue sorteando operaciones e intervenciones. Convivió con el dolor físico. De su enfermedad no se hablaba pero tampoco podía ocultarse, por eso se la relativizaba porque podía seguir trabajando. Si dirigir Boca siempre es, como decía el Bichi, “tener sexo con la ventana abierta”; dirigir a este Boca, en el medio de la tensión política mediática, es vivir en el ojo de la tormenta. Russo lo sabía cuándo lo aceptó, allá por mitad de año. No solo enfrentaría la tensión competitiva, los viajes y el desgaste emocional, también sabía que le iban a pegar duro cada vez que no sacara un resultado. Su arranque de ciclo, con más de dos meses sin victorias y cumpliendo la racha más larga de la historia del club sin éxitos, lo empujó al límite.  Su rostro fue cambiando a medida que pasaban los partidos. En sus últimas apariciones, exhibía signos de fatiga y caquexia. La idea de dirigir hasta el final fue su manera de reafirmar su identidad de entrenador, en esta vida circular que encontró en el ir y venir entre Boca y Rosario Central.Me hubiese encantado pero no tuve la fortuna de ser dirigido por Russo, pero varios amigos con los que he hablado, le tenían un enorme respeto. Gestos como el que tuvo con Marcelo Bravo en Vélez, relatado en el libro No me corten el pie son formas ocultas de ver su forma de conducir y comportarse. Todos destacan lo mismo, se sentía completo y era feliz dirigiendo. En esa relación con los jugadores también se advierte el trazo de su legado. A diferencia de otros, que te tratan como piezas de ajedrez, Russo   destacó   por   su   férrea   humanidad.   Un   tipo   de   conducción   que pertenece a otra época. 

Dirigir hasta el último día fue, para Russo, la forma más coherente de cerrar el círculo. “Si esto no me diera felicidad, no lo hago”, dijo una vez en conferencia de prensa. Tal vez, alguno de los que compartieron su vida cotidiana, puedan confirmar si también buscó la inmortalidad de su legado al morir dirigiendo. Indudablemente, lo consiguió. Su muerte siendo DT de Boca, club al cual llevó a la gloria en 2007, lo incorpora a la memoria colectiva de una forma única. No hay antecedente en Boca y solo dos en la historia del fútbol argentino: Osvaldo Zubeldía y el Pato Pastoriza. 

La semana de la despedida de Russo cerró con los máximos honores del pueblo boquense en la Bombonera y con un emotivo final feliz. Fue curiosamente en Rosario, en un Coloso que lo despidió con un muy respetuoso silencio, el gol de su hijo Nacho Russo, jugando para Tigre contra Newell’s, y un llanto de emoción que se recordará para siempre.