El libro y la película
Basta ver un plano bien filmado para que el mundo se haga querer de un modo que la literatura rara vez puede conseguir.
Una de las primeras películas que vi fue la ampulosa Lawrence de Arabia. Recuerdo vagamente las imágenes del desierto, a Peter O’Toole vestido de árabe y el aire de algo importante. Si bien me crucé con el nombre de Lawrence a lo largo de los años, nunca supe quién era exactamente, más allá de que escribió un libro llamado Los siete pilares de la sabiduría y que murió en un accidente de moto. Mis conocimientos de la historia y la geografía de Medio Oriente son menos que elementales, aunque todo el tiempo se hable de esa región de la que no sabría dibujar un mapa.
Pero hace unos días me llegó un libro que tiene en la tapa una foto tomada en 1921 de cinco personas montadas en camello con las pirámides de Egipto de fondo. Una de ellas es Winston Churchill, otra es T.E. Lawrence y también hay una mujer llamada Gertrude Bell. El libro se llama Mesopotamia, el autor es el francés Olivier Guez, que también escribió un libro sobre Joseph Mengele y su (no del todo) clandestino exilio sudamericano. Pero el personaje central de Mesopotamia es justamente Gertrude Bell, cuyo nombre no recordaba haber oído mencionar hasta ahora. Ahora sé, al menos de un modo somero, quién fue Miss Bell (1868-1926): la hija de un magnate inglés del acero que estudió en Oxford cuando las mujeres no solían hacerlo, como tantas otras cosas que forman parte de su biografía. Escritora, arqueóloga, geógrafa, alpinista, exploradora, funcionaria británica, Bell desarrolló un amor apasionado por la belleza solitaria del desierto, por la cultura persa y el mundo árabe (idiomas que hablaba junto con el francés, el alemán, el italiano y el turco) y, en particular, por las tribus beduinas que conoció antes que ningún europeo.
Bell tuvo algo de versión femenina de Lawrence y, como él, creía que los árabes debían tener gobiernos propios aunque tutelados temporariamente por los ingleses. Ambos participaron en la creación de Irak, un país multiétnico y petrolífero que atravesaría una historia jalonada de desastres. Guez cuenta la vida de Bell entre embajadores, sheiks y espías, la mezcla de erudición y brutalidad que encuentra entre sus pares del Imperio, pero tiene la mala idea de crear suspenso alrededor de las ocasiones que se le presentan a la protagonista para perder la virginidad. Guez escribe mal: es pegajosa, formulaica y sórdida, le gusta regodearse en las desgracias.
Cuando iba a escribir sobre el libro descubrí que hay una película sobre Gertrude Bell anterior al libro que se llama La reina del desierto. La protagonizó Nicole Kidman (parecida a Bell, pero más sonriente) y la dirigió Werner Herzog. No es su mejor película, pero Kidman resplandece, así como resplandecen las dunas, las montañas, el desierto, los camellos. Es un viejo biopic de Hollywood: vistoso, edulcorado, romántico, lleno de secundarios simpáticos y gags ingeniosos.
El encuentro de Bell y Lawrence en medio del desierto, estilo Stanley & Livingston, es un momento tan falso como memorable. La reina del desierto tiene una cualidad adicional: hace pensar, como solo el cine es capaz de lograr por su propia naturaleza, que el siglo XX podría haber sido de otra manera, acaso ido por otro camino. Basta ver un plano bien filmado para que el mundo se haga querer de un modo que la literatura rara vez puede conseguir.